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SALA DE LECTURA

HISTORIA UNIVERSAL DE ESPAÑA
 

 

HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE ESPAÑA. ANALES DE LA GUERRA CIVIL: 1833 - 1886

 

LIBRO PRIMERO . LA COALICION TRIUNFANTE

 

MANIFIESTO DE ESPARTERO

C

El mismo día de la apertura de las Cortes, en el que concluía legalmente la regencia del general Espartero, publicó este el siguiente documento, que era la verdadera expresión de sus siempre honrados sentimientos, de su sagrado respeto a la ley:

EL DUQUE DE LA VICTORIA A LOS ESPAÑOLES

El día 10 de Octubre de 1841 es el se balado por la ley fundamental de la monarquía para que S. M la reina doña Isabel II entre constitucionalmente a gobernar el reino: en él, cumpliendo con una deuda de lealtad, de honor y de conciencia, debería poder en bus augustas manos la autoridad real que las Cortes, en uso de su prerrogativa constitucional, depositaron en las mías. Desde que el voto nacional me arrebató entre mis conciudadanos para honrarme ensalzándome a la regencia, deseaba que llegase este día, el más satisfactorio de mi vida pública, en el que de la cumbre del poder supremo debía descender a la tranquilidad del hogar domestico, consagrando mis últimas palabras a la gloriosa bandera de la Constitución, que el pueblo había enarbolado para reconquistar su libertad, y que dos veces en este siglo, a costa de torrentes de sangre, había salvado la dinastía de sus reyes. La Providencia se ha negado a mis votos y a mis esperanzas, y en vez de hablaros en medio de la ceremonia de un acto augusto y solemne, os dirijo mi voz desde el destierro.

El mundo entero sabe que jamás ha habido más libre, más franca y más general discusión que la que precedió a mi nombramiento de Regente. Acepté, españoles, este cargo, no como una corona moral concedida por victorias, sino como un trofeo que el pueblo había puesto en la bandera de la libertad. Fiel observador de las leyes, jamás las quebranté, nada omití para hacer la felicidad del pueblo; cuantas leyes me presentaron las Cortes, fueron sancionadas sin dilación; el ejercicio de la acción de la justicia fue independiente del gobierno, que jamás usurpó las funciones de los demás poderes públicos; y todos los manantiales de riqueza y prosperidad recibieron el impulso y protección que las circunstancias permitieron. Si alguna vez para conservar el imperio de las leyes tuve que apelar a medidas fuertes, la justicia, no el gobierno, decidió de la suerte de los desgraciados. No descenderé a los pormenores de mi conducta como Regente; la historia me hará justicia; yo me someto a su inflexible fallo; ella dirá con una imparcialidad, difícil en mis contemporáneos, si tuve otra aspiración más que el bien de mi patria, ni otro pensamiento que el de entregar en este día a la reina doña Isabel II una nación próspera dentro y respetada fuera; ella dirá si en medio de las agitadas luchas de los partidos, seguí otra divisa más que la de salvar la libertad, el trono y la ley, del encontrado vaivén de las pasiones; ella podrá decir las causas que detuvieron la realización de muchas útiles reformas. Cuando se prepararon nuevos disturbios, nada omití en el circulo de las leyes para evitarlos: no volveré la vista atrás; no trazaré el cuadro triste de funestos acontecimientos que todos lamentamos, y que, dejándome sin medios para resistir, me obligaron a tomar asilo en un país hospitalario, protestando antes en nombre de la santidad de las leyes y de la justicia de su causa.

Protesté, españoles, no por miras de una ambición que jamás he abrigado, sino porque así cumplía a la dignidad de la nación y a la de la corona. Representante constitucional del trono, no podía ver en silencio destruir el principio monárquico: depositario de la autoridad real, debía defenderla de los tiros que se le dirigían, personificando el poder ejecutivo, estaba en el deber de levantar la voz cuando veía hacer pedazos todas las leyes. Mi protesta tenía por objeto evitar el funesto precedente de convenir en nombre del trono en su destrucción; no era un grito de guerra, no hablaba a las pasiones ni a los partidos; era la exposición sencilla de un hecho, una defensa de los principios y una apelación a la posteridad. Alejado de vosotros, no ha habido un gemido en el reino que no haya tenido eco en mi corazón; no ha habido una víctima que no haya encontrado compasión en mi alma.

Cuando llegue el día feliz en que pueda regresar a mi querida patria, hijo del pueblo volveré a confundirme en las filas del pueblo, sin odios y sin reminiscencias: satisfecho de la parte que me ha cabido para darle la libertad, me limitaré en mi condición privado a gozar de sus beneficios; mas en el caso de peligrar las instituciones que la nación se ha dado, la patria, a cuya voz jamás he ensordecido, me encontrará siempre dispuesto a sacrificarme en sus aras. Y si en los insondables decretos de la Providencia está escrito que debo morir en el ostracismo, resignado con mi suerte, haré hasta el último suspiro fervientes votos por la independencia, por la libertad y por la gloria de mi patria.

Londres 10 de Octubre de 1814.—El Duque de la Victoria.»

 

JUNTA Y CONSPIRACIÓN PROGRESISTA

CI

 

El partido progresista, que tenia la convicción de su fuerza, aunque no la evidencia de algunos errores, no se daba por vencido, y lo estaba. Solo cuando vio que se trataba de anularle persiguiéndole, no hallando muy expeditos los caminos legales, trató de defenderse conspirando. Se formó en Madrid una junta en Octubre de 1843, presidida por don Álvaro Gómez Becerra, a la que pertenecían entonces los no coaligados; y como los sucesos son siempre superiores a todas las prevenciones humanas, amplióse en Diciembre, componiéndola ya los dos elementos en que se había dividido el partido. Continuó Becerra con la presidencia, y formaron parte de la junta don José Olózaga, don Francisco Laberon, don Domingo Velo y algún otro de esta fracción; que desde entonces fraternizaron con el marqués de Camacho, Keisser, Cordero y algunos más de los llamados ayacuchos, ampliándose con el elemento joven, en el que se encontraba don Ricardo Muñiz, que llevó a la junta audancia y actividad.

Para dar participación en los trabajos a los emigrados; encomendó los de París, a Mendízabal; los de Burdeos, a don Dionisio Capaz y otros; los de Lisboa a don Facundo Infante y don Martin Iriarte, y los de Londres, a don Salustiano Olózaga, don Pedro Gómez de Laserna, don Ignacio Garrea y demás que estaban al lado del duque de la Victoria.

Se establecieron también juntas provinciales y de partido, y trabajos especiales en los regimientos, en los que no faltaban amigos.

Después de los movimientos centralistas de Barcelona, Zaragoza, León y Vigo, ejecutados por los primeros coalicionistas desengañados y los amigos de don Álvaro, se preparó el de Alicante, al que favorecía el rompimiento de la coalición con motivo de la cuestión Olozaga, y entonces los desengañados pusieron en acción los pocos elementos que les quedaban, y promovieron los movimientos de Alicante y Cartagena, a los que siguieron el desastroso de Zurbano que, como prematuros, y se puede decir aislados, concluyeron tan funestamente.

Esta desgracias desconcertaron y aun aterraron por unos meses al partido progresista; se repuso, volvió a la unión, engranando todos los elementos que estaban dispersos, y la proyectada reforma de la Constitución le daba una legalidad de que carecía, y era buena bandera el código de 1837.

Acatando el derecho de insurrección, tenía que respetar necesariamente la de 1813, a la cual contribuyó más que los que de ella se aprovecharon; era terrible el recuerdo por lo funesto de sus consecuencias; pero no se trataba entonces de la mayor o menor legalidad de lo sucedido, sino de destruir lo que existía; así que ni los rudos golpes sufridos, ni la persecución y ostracismo de sus principales personajes, entibiaban su ardor ni disminuían su fe. Se conspiraba en Londres, en Gibraltar, en Portugal; no faltaban agentes; se exageraban los elementos con que se contaba en Andalucía y en otros puntos; había también sus traidores, que siempre abundan, y sobre todo indiscretos, y los brigadieres Ametller, Santa Cruz, Ferrer, Martell, Joarizti,Rich, Andía (don Manuel) y otros, que estaban en depósitos franceses, al ir a ponerse al frente de sus amigos del Ampurdán, fueron detenidos cerca de la frontera o internados. Empezaron las prisiones en casi todas las provincias de España, y se cometieron las tropelías que son consiguientes, pues si algunos de los presos eran conspiradores, se apresó a no pocos inocentes. No se trataba de derribar la monarquía, aunque no faltaban quienes a ello aspirasen; sólo se quería la formación de una junta central para traer Cortes constituyentes; y aun en los mismos trabajos de los conjurados, se veían las tendencias locales para establecer en cada provincia, o antiguo reino, su junta, que no hubiera facilitado mucho la marcha de la que había de ser necesariamente la que gobernara la nación. Los republicanos, que comprendían el desorden que podría introducirse, trabajaban para proclamar la república, fundándose en que así se establecía una forma de gobierno desde luego y más concreta que la que había de tardar algún tiempo en salir de las Constituyentes.

Los principales autores de la conspiración eran todos de primera fila, y entre los agentes los había con verdadero y honrado patriotismo; abundando esos mercaderes políticos a quienes lo que les faltaba de instrucción y patriotismo lo suplían con su actividad; faltos de prestigio, y con sobra de audacia, a todo se comprometían, cumplían poco y medraban mucho, y para ellos el conspirar era un negocio, pues ganando conquistaban un empleo, y perdiendo les quedaba la mejor parte de los fondos que recibían para conseguir adeptos, comprar armas y municiones, que nunca parecían en el número que se habían pagado al agente, y eran estos además fecundos en ardides de los que sacaban gran provecho. Merced a estos pólipos políticos que tanto han abundado en el partido progresista, por más popular, sabía el gobierno que se conspiraba, y estaba alerta, alarmando también al ministerio sus agentes, poco escrupulosos en denunciar personas y hechos no todos exactos; pero había que mostrar celo por el servicio, era muy elástica la conciencia del que la tenía, y aquella gente mercenaria y de baja estofa no solía reparar en los medios, aunque causaran la desolación y la ruina de una familia honrada.

Gran contratiempo fue para los progresistas la prisión de los emigrados que iban a entrar en Cataluña; y aunque esto imposibilitaba, por el pronto al menos, la ejecución de los planes dispuestos, no faltaron impacientes temerarios que quisieron producir en Barcelona, en la noche del 27 de Octubre una asonada, que fue causa de que redoblara el barón de Meer su enérgica vigilancia, como autoridad militar: que hasta prohibiera el uso y retención de todo palo cuyo grueso excediera de la circunferencia de un real de vellón; que se fusilara a cuatro desgraciados primero, y a los cuatro días al oficial don Antonio Sain Just, y se enviara a otros a presidio; se prendiera después al brigadier Rubin de Celis, y experimentarán los progresistas catalanes, con más fuerza, todo el peso de una autoridad severa. Estos contratiempos no entibiaban el ardor de la junta progresista, que ya por Marzo había hallado abundantes y buenos elementos en la guarnición de Madrid, poniéndolos en mano del entonces coronel don Joaquín de la Gándara.

Ocurrió a la sazón que den Santiago Alonso Cordero, como poco versado en asuntos de esta especie y bastante cándido, se dejó sorprender por un sargento de San Fernando, llamado Rico, que era un agente del general Córdova, gobernador de la plaza de Madrid. El coronel Renjifo, independiente de la junta, conspiraba con un capitán de reemplazo, García, varios oficiales en la misma situación, y el paisano don José Arilla, que conocía al famoso Rico. Estos, con más entusiasmo que prudencia, se entregaron al sargento que les ofrecía cuanto ellos le pedían; pero como estaban solos y no tenían relación con nadie ni tenían recursos, hubieron de buscar a Cordero como hombre liberal y rico, y le presentaron el sargento, el que a su vez presentó uno de cada cuerpo. Notando Cordero que fallaba la artillería, le dijo el sargento: «mañana vendrá,» y en efecto, el gobernador de la plaza lo facilitó, y al día siguiente se completó el cuadro. Entonces Cordero, sin contar todavía con nadie, hizo que el teniente coronel Tajuelo reuniera estos sargentos y les hablara, lo que sucedió en una casa de la calle de Ministriles, buscada por Rico, y en la cual oía escondido toda la conversación el brigadier Rodríguez Soler, que mandaba el regimiento de San Fernando, y de quien estaba recibiendo instrucciones a cada instante el referido sargento; conviniendo por último en que los sargentos querían tener una entrevista con la junta.

Al día siguiente, Cordero llamó a Muñiz, que con Gándara y don Feliciano Polo, llevaban los trabajos de la guarnición, si bien no se entendían para nada con los sargentos, y lleno de gozo le dijo: «Lo que ustedes tienen no vale nada; yo tengo toda la guarnición.» Asombrado quedó Muñíz, que conocía bien cómo estaba cada regimiento, al oir esto; y cuando oyó que nada menos que 90 sargentos estaban en el secreto, le contestó á Cordero: «pues ya puede usted emigrar, porque de fijo ha caído en una celada; déjeme usted, pues, examinar a ese sargento Rico, antes de ponerle en relación con más personas, y no le digan nada de los jefes y oficiales que juegan en este asunto.»

Se convino que al día siguiente acudiría Rico a casa del señor Regidor, plazuela de Herradores, y Muñíz lleno de desconfianza, pasó a ver á Gándara que, como él, creyó que estaban siendo objeto de una asechanza.

Efectivamente, al día siguiente a las nueve de la mañana, concurrieron a dicha casa Muñíz, don Alonso Gullón, secretario de Cordero, y el referido sargento, que se presentó de paisano con un traje nuevo de merino negro, aunque de ropería. En cuanto Muñíz lo vio se apercibió de que hablaba con un espía, lo cual confirmó cuando escuchó la pretensión del sargento que pedía una entrevista con los señores de la junta en una casa fuera de Madrid, saliendo los sargentos por diferentes puertas a concurrir todos al punto de reunión, lo cual rechazó Muñíz en absoluto, diciéndole: «si usted y sus compañeros obran de buena fe, debe serles bastante garantía el señor Gullón, y con nadie más deben entenderse;» a lo que repuso que lo pondría en conocimiento de sus camaradas. Después empezó Muñíz otro examen más fuerte, que dio por resultado la certeza de lo que sospechaba, y fue preguntarle si pertenecía á alguna oficina del cuerpo, y cómo se atrevía a vestir de paisano en un punto donde estaba su regimiento; a lo que contestó que era sargento primero de la sexta del primero, y que vestía de paisano porque tenía una licencia para baños, que mostró en el acto, y que fue su condenación, pues estaba escrita y firmada toda de letra del brigadier jefe del regimiento. Muñiz, que, como militar que acababa de dejar el servicio, conocía al detalle los pormenores de la vida militar, despidió a Rico dándole cita con Gullón para la noche, advirtiendo a sus amigos del riesgo en que todos estaban, enterándoles de cómo las licencias de la especie que tenía Rico, como todas las que se relacionaban con la clase de tropa, solo llevaban el V.°- B.° del coronel, el cual jamás descendía a escribirlas de su puño, lo cual puso aquella misma mañana en conocimiento de Gándara, que creyó lo mismo, no obstante que también quiso examinar al sargento, como lo verificó aquella noche cerca del obelisco del Dos de Mayo, donde acudió tan cercado de parejas sospechosas, que ni siquiera se pudo hacer con él lo que merecía.

Viéndose descubierta la autoridad militar, procedió inmediatamente a las prisiones, no pudiendo coger a Cordero, Gullón, Gándara ni Muñiz por la precaución con que desde entonces vivieron, y sí a Renifo, Arilla, García, Maiz, Sterliz y Asquerino (don Eduardo)y otros que trataban independientemente de la junta con Rico y sus compañeros, ascendidos a oficiales.

El gobierno, demasiado celosamente servido por muchos de sus numerosos agentes, no se daba vagar a desterrar, prender y someter a consejos de guerra, prescindiendo no pocas veces de los tribunales ordinarios, a cuantos progresistas se hacían sospechosos de conspirar o eran denunciados, con razón o sin ella, por cualquier enemigo. Pocas veces han funcionado en España tantos consejos de guerra, presentándose ante algunos más de 50 acusados, como sucedió en el que presidió Córdova para fallar la célebre causa de los denunciados por Rico, y en la que a pesar de los antecedentes que hemos expuesto, se condenó a muerte a los señores Renjifo, García y Arilla, y a los prófugos Cordero y Gullón, a presidio una docena y absueltos los restantes, entre los que se hallaba una señora, doña Josefa Salgado.

Puestos en capilla Renjifo, Arilla y García, los periódicos progresistas El Eco, El Espectador y El Clamor Público, que tanta parte habían tomado en la defensa de los acusados antes de que recayera el terrible fallo, no podían abandonarles en su desgraciada situación, y demandaron el perdón á la reina, asociándose a su petición las redacciones de La Esperanza, El Tiempo, El Católico y El Heraldo, tomando además una parte activa el director de este periódico, señor Sartorius, y el secretario de la reina señor Donoso Cortés.

Aquella exposición de los que decían a la reina que «era muy joven aún, y su virtud no podía menos de inclinarse a un acto de clemencia; que indultar a los delincuentes era la más bella prerrogativa de la corona, y que innumerables familias demandaban la vida de aquellos infelices, que también tenían esposas, hijos, patria y agradecimiento en el fondo de sus almas, porque esas nuevas ejecuciones no hacían falta para salvar a España de disturbios, y las peticiones que dirigieron también a S. M. las familias de los interesados y los esfuerzos de tantos como se interesaron por su vida, no fueron desatendidas, aun cuando innecesarias, porque ya se había otorgado el perdón, que fue bendecido y su autora por todos, grandemente ensalzada la clemencia de la reina, y con entusiasmo por los periódicos progresistas, diciendo uno: «si Isabel II tiene buenos y leales consejeros, puede hacer la felicidad de España».

La última pena fue conmutada con la inmediata, al que fueron en compañía de Tajuelo, Maiz, Sterling y todos los militares; hasta la amnistía de 1847.

Iban ya fusilados por delitos políticos, desde 1.° de Diciembre de 1843 hasta 13 de Diciembre del 44, doscientos catorce, y aún faltaban Zurbano y otros.

De la causa de Renjifo y consortes, pasó a la audiencia en pieza separada lo que tenía relación con los paisanos, puestos a poco en libertad. Gándara, Cordero y Gullón fueron sentenciados a muerte en rebeldía, y permanecieron emigrados hasta la amnistía. Muñiz se salvó, porque Rico no tuvo tiempo de saber su nombre, y en todo su relato lo nombra siempre «el del gabán azul», el cual tuvo buen cuidado de quitarse de en medio por entonces, afeitarse las patillas y de este modo, y siendo entonces poco conocido, no se habló más de él.

 

CONTINÚAN LOS TRABAJOS DE INSURRECCIÓN—PRONUNCIAMENTO DE ZURBANO.

CII

Por las anteriores vicisitudes no sufrió gran quebranto la junta, que ningún elemento perdió, exceptuados los señores Gándara y Cordero que emigraron. Siguieron los trabajos, y una indisculpable falta de tacto y de prudencia en el señor Sagasti, hizo descubrir los que en Valladolid dirigía el general Lemery; que pudo salvarse milagrosamente emigrando a Inglaterra, lo que no logró efectuar su compañero el coronel Bartoli y otros juzgados en Madrid y sentenciados a presidio, adonde fueron también el comandante Contreras, del provincial de Avila, y el capitán de la Princesa, señor Calleja.

Verificóse por este tiempo la reconciliación de Olózaga con Espartero, mediante los buenos oficios de don Pedro Gómez de la Serna, y se completó la Junta de Madrid, o sea la Central, con elementos de ambas procedencias, si bien los trabajos se resentían de alguna debilidad por efecto de tantos contratiempos, aunque jamás cesaron. La impaciencia de algunos hacía señalar hasta la fecha de pronunciamientos. Otros exageraban, como es frecuente, y con el mejor deseo, los elementos con que se contaba; Iriarte creía disponer de 10.000 hombres en Galicia, y buscaba dinero para desembarcar en la Coruña; a Nogueras le ofrecían en Gibraltar el alzamiento de casi toda Andalucía; Lecarte y otros contaban con miles de hombres en Madrid; Ovejero y el coronel Falcón, presidente el uno y secretario el otro de la junta que formaron en Bayona, organizaban fácilmente pronunciamientos, y altercaban y no se entendían respecto al tratamiento que habían de dar a Espartero en las comunicaciones que le dirigían. Las ilusiones, que es el principal alimento de todo emigrado, eran a prueba de los más evidentes desengaños; así que ni el descubrimiento de conspiraciones, ni los fusilamientos de uno y la traición de otros, les atemorizaban ni les hacían desistir de sus planes.

Estaba pendiente que Zurbano se lanzara en contra del gobierno; pero aquel guerrillero que no se hacía ilusiones, decía que no contaba más que con unos 20 hombres y carecía de recursos. Mezquinos se le enviaron; mas no le escasearon promesas, y de gente que decían esperar una voz de alarma para que muchas provincias se levantaran como un solo hombre. Nada de esto veía claro Zurbano; hacía prudentes y acertadas reflexiones que eran desoídas y mal interpretadas por los que, desde el extranjero, mostraban gran valor; y exigió, por último, que se le asegurase una plaza fuerte, pues no tenía gente; se le prometió la de San Sebastián; y como se lastimara su valor en la contestación que le dio un célebre ex-ministro, que hacía tiempo murió, ofuscóse Zurbano, y con la seguridad de ir al patíbulo, citó a sus amigos para el 11 de Noviembre en la tejera de Ormilla, a un cuarto de legua de este pueblo y tres de Haro, y allí se reunieron su hijo don Benito, don Cayo Muro, su secretario Baltanas y algunos oficiales de reemplazo. De los que se habían comprometido de varios pueblos ninguno llegaba, y situado Zurbano con sus amigos en la cúspide de una altura, veía correr las últimas horas de la noche sin que nadie pareciese a satisfacer la deuda de su honor. La duda infunde sospechas, y estas se convierten en realidad cuando el nuevo día lleva a todos aquellos contristados corazones un funesto desengaño. Zurbano extiende su catalejo, y después de girarle en diferentes direcciones, le baja silencioso, diciendo maquinalmente: traición, nos han vendido. La indignación es general y todos la expresan; aún espera Zurbano, mira en valde muchas veces, y en una de ellas exclama: ya vienen. Era un grupo de unos 40 á 50 hombres de Ezcaray, únicos que acudieron de tantos como estaban comprometidos, si bien muchos, encontrando ciertas inexactitudes en las últimas comunicaciones de Zurbano, llegaron a dudar estuviese él al frente, y acordaron no acudir al llamamiento hasta cerciorarse o verle en campaña; influyendo también mucho en este retraimiento la absoluta falta de recursos para alimentar a los que iban a exponer su vida en provecho de otros.

Temeridad consideraba Zurbano acometer la empresa con tan escasas fuerzas, y sometió al voto general si llevar adelante el compromiso o suspenderle: se emitieron varias opiniones, reservó la suya Zurbano, prevaleciendo la de seguir adelante, esperando ser secundados, marcharon a Nájera, a una legua sorprendiendo en la madrugada del 13 a las autoridades. Depuso al ayuntamiento, reemplazándole con el del año anterior; se apoderó del alcalde y del juez de primera instancia, a quienes designaba la opinión pública como autores de una trama judicial contra varios liberales de aquel pueblo presos en Logroño a título de conspiradores— cuya causa se sobreseyó después por no resultar cargo alguno contra ellos, — y para castigar este abuso de autoridad, les impuso una multa de 3.000 duros, de que les dio recibo; y a un celador de policía llamado Orive, odiado por apaleador de los liberales de Briones, de donde era natural, en la reacción de 1823, varias veces encausado, sentenciado otras a presidio y a la sazón encarcelado por procesos de falsedad y perjurio, aun cuando acababa de ser puesto en libertad para estorbar la realización de los planes de los progresistas, con los que se puso de acuerdo pretextando auxiliarles, y los vendía, le prendió Zurbano y le mandó fusilar en las afueras de la ciudad por traidor.

 

INÚTILES ESFUERZOS. SUCUMBEN LOS PRONUNCIADOS. FUSILAMIENTOS DE LA FAMILIA DE ZURBANO Y OTROS.

CIII

Tenemos manifestado el carácter de esta insurrección, que le evidenció Zurbano con las proclamas que imprimió en Nájera, llamando a defender la Constitución de 1837:

«Soldados y camaradas: Vamos a combatir por cuarta vez el despotismo, vamos a hundir para siempre ese azote de la humanidad, mil veces peor que el que con sangre liberal ahogasteis en los campos de Navarra. Creedlo, soldados: una nación aherrojada que gime bajo la opresión más funesta; sin derechos, sin libertad, sin porvenir; conculcado el código venerado que a costa de arroyos de sangre plugo al cielo concederla, es lo que tienes a la vista: una pandilla bastarda es la árbitra de los destinos e intereses de esta magnánima nación, a quien sólo le queda una vida más triste que la misma muerte. ¿Diré que no sois sus hijos, porque os han engallado, convirtiéndoos en instrumentos de sus planes liberticidas? ¡No! ¿Diré que ignoráis pertenecer a ese pueblo oprimido, cuyos derechos estáis encargados de defender? ¡No os haré yo tamaña injusticia! A vosotros y su milicia ciudadana os debe la libertad que algún tiempo disfrutó; a vosotros, porque esta no existe, es toca recobrar y asegurar esa Constitución herida de muerte: que con solemne juramento os obligasteis a defender: en ella está la seguridad de vuestras familias e intereses; si la dejas perecer, fabricáis las cadenas de vuestra patria para el más ominoso de los monopolios. Entre la esclavitud y la libertad de vuestra amada patria, no es dudosa la elección: un pequeño esfuerzo os basta para salvarla, porque los déspotas son cobardes y no son dignos de mandar jamás una nación tan noble como valiente, de la que se han apoderado con la negra infamia de abusar de vuestra credulidad, generosidad y buena .

«Me hallo autorizado por la suprema junta central para conceder el grado inmediato a todo jefe y oficial que reconocido, vuelva a las filas del ejército de la libertad, como para rebajar dos años de servicio a los soldados que se presenten de la quinta del 41 y 42, mandando a sus casas a los de la última por ser ilegal, no tener facultades el intruso gobierno y carecer de la autorización de las Cortes, en la inteligencia que vuestro general cumple lo que ofrece.

«Soldados y nacionales: Uníos a mis filas, que siempre el primero en los peligros, os conduciré orgulloso a la victoria. Soldados todos de la libertad; viva la Constitución; viva Isabel II constitucional; viva la Junta central; viva el general Espartero; viva la independencia nacional.

«Nájera 13 de Noviembre de 1844.—Vuestro general y camarada, Martín Zurbano.»

Se dictó además una disposición gubernativa, que era una verdadera restauración progresista, y completa; y aunque en ella hubiera un principio de justicia, cuando con las armas se restauraba, la forma elegida por Zurbano era tan inconveniente como ineficaz. A la cabeza aquél de un puñado de valientes, considerándose jefe del ejército restaurador de la Constitución, dijo a los alcaldes de la ciudad y de los pueblos, que debiendo ser las autoridades protectoras de la libertad y salvaguardia de los hombres pacíficos y honrados, administrando recta justicia, las de España, puestas de real orden por una pandilla bastarda, se habían separado de sus sagrados deberes, con desprecio de las leyes y la Constitución, dedicándose exclusivamente a la más encarnizada persecución del partido liberal, con la infamia, la calumnia y la impostura, por lo cual prevenía que, bajo pena de la vida, comunicaran los alcaldes a todos los partidos y pueblos de su jurisdicción, que dimitieran sus destinos y empleos todas las diputaciones provinciales, jefes políticos, dependientes de policía, agentes secretos, jueces de primera instancia, fiscales y ayuntamientos actuales, poniendo en posesión in continenti a los que fueron nombrados por la libre elección del pueblo, con arreglo al artículo 70 de la Constitución, y antes de la despótica y ominosa ley de ayuntamientos, imponiendo 1.100 ducados de multa al que contraviniere tal disposición, aplicables a los gastos de guerra, y pasaría por las armas a los demás empleados arriba citados, si no obedecieren; incurriendo en las mismas penas todos los que exigiesen a los pueblos contribuciones no votadas por las Cortes.

A las pocas horas, uniéndoseles los pocos jóvenes progresistas que andaban perseguidos, marcharon todos ordenadamente por Aranzana hacia la sierra de Cameros, sin molestar en los pueblos ni exigir raciones, ni mozos, admitiendo sólo a los que voluntariamente se presentaban, no sin manifestarles lo arriesgado de la empresa. En las alturas del Serradero, próximo a Torrecilla de Cameros, se le reunieron su cuñado don Juan Martínez y su hijo don Feliciano, que le en­tregó unos pliegos que leyó en secreto, y era una carta de Narváez dirigida a Zurbano por medio del general Oribe, comandante general de Logroño, instándole a que desistiera de sus proyectos—ignoraba había empezado a realizarlos,—que estaba vendido; le hacia discretas reflexiones y oportunos halagos,  encargando además a Oribe le convidase a comer; ya era tarde.

Su resolución, sin embargo, era infruc­tuosa; cercado por todas partes de numerosas fuerzas mandadas por Caves, Manzano y Bayona, capitán general del distrito, ni podía aumentar su hueste ni eludir la persecución, y como por otra parte no atrae amigos la adversidad, tuvieron que seguir el 15 por medio la sierra, entre Pajares y Or­tigosa: viendo la tropa que les perseguía, siguieron a Montenegro, pueblo de Cayo Muro, y después de breve descanso y aun de noche, reemprendieron una marcha de vueltas y revueltas en medio de una sierra intransitable: permaneció Zurbano un rato en la ermita de los Modorios, entregado a muy tristes presentimientos, y en la siguiente mañana, no queriendo ocultar su situación, manifestó a su reducida gente «que le habían vendido los que acaso más le excitaran al levantamiento; que él tenía fe en su causa, y por eso no vaciló en llamarlos a su lado; que sentía por ellos le hubiese vuelto la espalda la fortuna para luchar solo contra la traición, y que les aconsejaba se retirasen a sus casas, pues como agentes secundarios no podían menos de ser indultados.» Negáronse a abandonarle; pero tales fueron sus instancias y ruegos, que a ellos accedieron. Zurbano con sus dos hijos Feliciano y Benito, su cuñado, su secretario, su amigo Cayo Muro y cuatro o seis oficiales, partieron juntos por sendas extraviadas, y a los dos días tuvieron que fraccionarse para mejor evitar la persecución. En la mañana del 21 fui preso su cuñado don Juan Martínez por los vecinos de Manjarrés, que rondaban por las inmediaciones: el encuentro de un caballo reventado en las inmediaciones del Puente-Madres, y de otro cansado, con algunas prendas de vestuario del hijo menor de Zurbano, denunciaban su presencia en las inmediaciones, y enviadas varias columnitas desde Logroño a explorar el terreno, la que mandaba Juan Mateo Boleas, de antecedentes muy conocidos en los tribunales de justicia y en el carlismo, prendió en unas malezas, con la promesa de cuartel, a don Benito Zurbano y al desgraciado Arandia, conducidos a Logro­ño en tan lastimoso estado que produjeron general compasión.

Según lo dispuesto por el gobierno, Zurbano y cuantos fuesen habidos debían ser  fusilados, previa la identidad de las personas, y sin más tiempo que el preciso para morir como cristianos, pero fue tan unánime el interés en toda clase de personas, para que Oribe suspendiera la ejecución hasta impetrar la clemencia de S. M., que accedió, lo cual le costó el destino y que se le formara causa. Inútil la condescendencia de Oribe, y hasta el apelar a la reina, que al regresar de Atocha con su madre y hermana, se arrojaron a sus pies, diciéndola: «¡Señora! perdón para un hijo de Zurbano... para un ilustre defensor de V. M... era niño, y su lanza hería la primera en el combate a vuestros enemigos... todo os lo ha dado; su reposo, su juventud, su sangre... ¡Señora! perdón para un joven de 22 años...» Y en medio de este clamoreo, se oye el golpe de un cuerpo que se desploma al suelo, y una voz desgarradora que dice: «¡Clemencia, señora, no tengo más que ese hijo!..» Y la infeliz madre cayó a los pies de S. M. Todos pidieron clemencia para aquella madre; contestó la reina, se atenderá! se atenderá!, mandó llamar a la comisión de Logroño en cuanto subió a la cámara, y conmovida S. M. ofreció consultar con sus ministros, prometiendo interesarse también la reina madre, que lo ofreció llorando; y aunque el Consejo de ministros estaba reunido, no se presentó ni se encontró por ninguna parte a su presidente, y el 26 fueron fusilados el hijo de Zurbano, Martínez, Arandia y Aguilar. A los cuatro días experimentaban la misma suerte don Feliciano Zurbano, Baltanás y Hervías.

Zurbano se ocultó en un pajar del término de Ortigosa, acompañado de su fiel amigo Cayo Muro, que le cuidaba una fuerte inflamación cerebral: pasa tiempo, se le cree salvado, es denunciada su existencia, se le encomienda al mismo Boleas su captura, y al quererse fugar muro en el camino a Logroño, halló la muerte. Debía haber tenido allí su sepultura, y por cruel alarde le llevaron a la ciudad atravesado en una caballería y con una piedra de contrapeso. Zurbano enfurecido por lo que se hacia con su amigo, y deseando la muerte, siguió a su lado, y juntos entraron en Logroño, en medio de una triste soledad que contrastaba con las aclamaciones con que tantas veces había sido recibido al regresar victorioso de combatir a los enemigos de la reina y de la libertad.

Digno y valeroso en sus declaraciones y en la capilla, siempre liberal consecuente y honrado en sus opiniones, cuando, al marchar al patíbulo le dijeron: ya es la hora de la resignación, replicó indignado: La tengo para la muerte, que jamás me amedrentó; pero no para la conducta que conmigo se observa. Soy un general de la nación española, y se me han negado consideraciones que no se rehúsan a un facineroso; se me han negado los consuelos de la amistad, y hasta se me prohíbe despedirme de mi esposa, ¡esto no se hace ni entre sarracenos! No queriendo ser fusilado por la espalda, recomendó certera puntería, y descubriéndose, dijo: Soldados, servid a vuestra reina con honor; obedeced a vuestros jefes; jamás faltéis a vuestros juramentos, muero cumpliendo los míos. Soldados, ¡viva la reina! ¡Viva la Constitución del 37! ¡Viva la libertad! Arrojó el gorro al aire, despidióse de su confesor, al que entregó algunas memorias, se hincó de rodillas, vio en aquel mismo sitio la sangra de sus hijos, deudos y amigos, se inundaron de lágrimas sus ojos, y una descarga acabó en la mañana del 21 de Enero con el que había adquirido renombre, peleando por Isabel II y la libertad.

 

PROCESO DE DON JUAN PRIM

CIV

Don Juan Prim, que sobrados motivos te­nía para estar arrepentido de lo que el año anterior hiciera, había demostrado antes su disgusto: se le nombró para alejarle de la corte, gobernador de Ceuta; pretextó el mal estado de su salud para no gobernar s presidiarios, y se le otorgó después la licencia que pidió para viajar por el extranjero, de donde regresó a mediados de Octubre de este año, reconciliado ya con los progresistas. A los pocos días de su llegada a Madrid, se le presentaron algunos oficiales de San Fernando, manifestando tenían orden de su coronel para prenderle, a lo que contestó indignado que sólo hecho pedazos saldría de su casa, mientras no se obrase con arreglo a ordenanza. Se obtuvo orden formal del gobernador de la plaza; condujeron a Prim al cuartel de aquel regimiento, y a los dos días al de Guardias de Corps, encerrándole en la torre, sin que en algunas horas se le diese ni un taburete para sentarse.

Habíase procedido a la prisión de Prim por la declaración del comandante don Joaquín Alberni, en la que decía a Narváez en un oficio, que se tramaba una conspiración contra su persona y otras autoridades para variar la forma de gobierno; que había sido invitado él mismo por don Miguel Ferrer y un tal Ventureta; que debía darse el golpe el 24 de Octubre por la noche, comenzando por asesinar a Narváez, cuando éste se dirigiese al teatro; que todo estaba convenido y prevenidas las armas en casa del zapatero Moliá, y que se habían ofrecido 20.000 daros como recompensa a los autores de tal hazaña. En este escrito, cabeza del proceso, ni indirectamente se mencionaba a Prim, y se le hacia figurar como jefe principal de la conjuración.

Apresuráronse los trámites de la causa, sin reparar en irregularidades, y vióse el 4 de Noviembre ante el consejo de guerra de oficiales generales y gran concurrencia.

Resultaba del proceso, que Alberni declaraba que el general Prim había invitado para matar a Narváez al teniente don Fermín de Torres, que no quiso comprometerse, y que éste manifestó que el conde había solicitado su cooperación para seducir a sus compañeros y a la tropa, haciendo indicaciones sobre el proyecto de asesinato. Alberni amplió sus declaraciones, diciendo que el plan revolucionario debía ejecutarse al mismo tiempo que en la capital, en varias provincias, y especialmente en Barcelona; para donde había marchado el brigadier Rubín de Celis; que todo lo dirigía el general Prim, y que él era quien había facilitado las armas para matar a Narváez.

Complicándose el proceso, se prendió a los señores Ortega y Sanz, ayudantes del general, y a los paisanos Moliá, Ferrer, García, Fernández y Montenegro, habiéndose encontrado en el pozo de la casa de Moliá tres trabucos, que declararon algunos ser del general, el cual no negó que había tenido unos trabucos, que durante su permanencia en el extranjero fueron entregados por su criado al comandante Fort, sin que pudiera asegurar fueran los suyos los encontrados en casa de Moliá, ni aunque lo fueran no podía comprender cómo habían ido allí; que de todos los acusados, sólo conocía a Ferrer, áa quien hacía tiempo no había tenido ocasión de hablar, y que al comandante Alberni le conoció en el ejército de Cataluña, donde no había dejado muy honrosos antecedentes.

Ortega y Sanz negaron toda participación, y los demás acusados; y sin más antecedentes fundó el fiscal su acusación, pidiendo con arreglo a la ordenanza, o más bien a lo que prevenía el Colon en su obra Juzgados Mili­tares, que aun por indicios puede imponerse pena capital, se aplicara ésta a Prim y a los demás acusados.

Defendió al conde de Reus el general don Ricardo Schelly, pidiendo se le declarase exento de toda pena, reservándole las acciones que por la ley le correspondieran a su completo desagravio; se leyeron las defensas de los demás acusados, suspendióse la vista, y después de deliberar el consejo dos horas, anuncióse al público, que volvió a entrar, que en atención a los defectos del sumario y a lo incompleto de la causa, se abrieran con urgencia nuevas actuaciones, avisándose por los periódicos el señalamiento para la nueva vista, que se verificó el 14 del mismo mes, apareciendo las nuevas actuaciones sin más fórmulas que las anteriores, descubriéndose seducciones poco dignas, como la de Martínez, y efectuándose careos que a ningún rebultado condujeron, no pudiendo conseguir Prim el que deseó tener con el testigo Huguet. Se le concedió asistir al consejo, al que dijo no se presentaría si sólo se le acusase de conspirador, pero atribuyéndosele el infamante de asesino, iba a defender su honor, que heredó puro, dijo, y sin mancha, de su padre, y que había sido la antorcha que iluminaba siempre los más insignificantes pasos de su vida. En esto basó su defensa, en el comportamiento de toda su vida; en su tolerancia con todos los partidos; se quejó de la manera como se le había preso, de que ni un ruedo para acostarse hubiera en su calabozo, de haberle tenido incomunicado hasta aquel instante; explicó sus relaciones con Alberni a quien tanto protegió, pero a quien negó después, por conocer su mala conducta, una carta de recomendación, diciendo con este motivo que mal confiaría secretos a quien negaba tal favor, al que después, sin embargo, le hizo servicios que merecen siempre gratitud; refutó sus acusaciones, la del oficial Tomás y del soldado Feliú; la cuestión de los trabucos; negó la existencia del comerciante catalán Huguet, y combatió con poderosas razones el dictamen fiscal, pidiendo al consejo se le reprendiera como merecía por haber faltado a un sagrado deber de justicia e imparcialidad no evacuando las citas que hizo, por haber fulminado cargos que no estaban en el procedimiento, y por la manera que se había conducido en la causa, sin más ley que su sed de sangre. Respecto a su situación dijo, que si no tenía por sus pocos años (eran 29) filosofía bastante para soportar con resignación el infortunio, tenía corazón; pero tengo una madre, añadió conmovido, tengo hermanos, y al pensarlo que aquella desgraciada padecería al ver que pedían la cabeza de su hijo, desfallecen mis fuerzas.

Reunido toda la noche el consejo de guerra, condenó a Prim a seis años de prisión en un castillo y a cuatro a los demás acusados.

Conducido Prim al castillo de San Sebastián de Cádiz, su madre, impulsada por el amor que todas, fue a pedir gracia a Narváez, quien sin dejarla pronunciar una palabra ni hacer el menor ademán, la trató como merecía una señora de su clase, y fue enseguida a pedir a S. M. el indulto para Prim, al que escribió remitiéndosele. Cuanta gratitud mostrara entonces el conde de Reus, y la mostró grande, era muy natural en todo corazón de levantados sentimientos; lo contrario fuera indign. A lo que no se prestó fue á renunciar a su partido.

Toco después fijó su residencia en Ecija, para la cual pidió su cuartel, y a principios de 1845 se trasladó a la corte, donde por la fuerza de las circunstancias vino a encontrarse en una situación moral muy aflictiva, para con progresistas y moderados, y marchó con licencia á Francia.

 

HECHO Y ANSÓ

CV

El general Ruiz, ex-presidente de la junta revolucionaria de Cartagena, no podía permanecer en Francia cuando sus amigos se lanzaban al combate; y acompañado de Ugarte y otros y con no mucha gente, apenas 100, atravesaron los Pirineos y sorprendieron el 16 de Noviembre los pueblos de Hecho y Ansó, desarmando a su guarnición y fusilando a dos o tres oficiales. Formaron inmediatamente una junta compuesta de los dos expresados señores, de don Fernando Madoz, Iñigo, Romeo, Navarro, Ballera, Marracó y Cavilé; empezó por instalarse y repartir los cargos, y expidió una circular que constituía el episodio de la revolución, que debe ser conocido, y no se mostraba débil en las providencias que adoptaba.

El capitán general de Aragón, don Manuel Bretón, que no guardaba contemplaciones con los progresistas, y el comandante general de Huesca, don Ramón Anglés, obraron con actividad y acierto, y el 23, después de vencer una ligera resistencia en las inmediaciones de Hecho, no atreviéndose a hacerla en esta población, la ocuparon las fuerzas del gobierno, trasponiendo la frontera los pronunciados, que no encontraron el ayuda que en tantas partes se les ofreciera.

Formóse la correspondiente causa sobre estos acontecimientos, y el 3 de Diciembre fueron fusilados once desgraciados en Hecho, Siresa y Ansó; alguno más sucumbió también, y se indultó a otros; y usando el 27 la reina de la prerrogativa que le daba el artículo 47 de la Constitución, conforme con el parecer de sus ministros, indultó de toda pena a los complicadas en las últimas rebeliones de las provincias de Logroño y de Huesca, exceptuando únicamente los jefes y oficiales del ejército, los funcionarios públicos y los promovedores principales, sobreseyéndose inmediatamente en las causas formadas respecto a los indultados.

Terminaban unos procesos y se abrían otros, como sucedió después en Vitoria con el que fue más ruidoso que importante.

 

ORDEN PARA FUSILAR A ESPARTERO

CVI

La tenaz insistencia de los progresistas y el ver que en todas partes contaban con elementos, que a haber obrado armónicos hubieran triunfado, alarmó al gobierno y le hizo ser inexorable, aun cuando veía que no intimidaban las ejecuciones. Temía además a Espartero, pues aunque dio su manifiesto del 10 de Octubre, como su nombre servía de bandera a los pronunciados, y el tiempo iba haciendo justicia a su legal proceder y a la rectitud de sus intenciones, su ostracismo y desgracia, lejos de disminuir aumentaba su popularidad; y como también en Londres se conspiraba de acuerdo con la junta de Madrid, llegaron al gobierno comunicaciones algún tanto exageradas de planes revolucionarios; se le avisó que venía el mismo Espartero a ponerse a la cabeza, designándose hasta los trajes con que había de disfrazarse; se participó luego su fuga de Londres, y a su virtud se mandó de real orden, y en circular muy reservada a todos los capitanes-generales, «que pusieran en juego cuantos medios les sugiriera su celo y patriotismo a fin de conseguir la aprehensión del expresado ex-general, conseguida la cual, debía sufrir la pena de ser pasado por las armas, sin que mediara más tiempo entre la captura y la ejecución que el preciso para identificar la persona».

Véase íntegra la orden:

Ministerio de la Guerra.Circular muy reservada.

Excmo. señor: El gobierno tiene avisos muy fidedignos y semioficiales de que don Baldomero Espartero, fugado de Londres, se encuentra a bordo de un buque extranjero con intención de desembarcar en el puerto que pueda verificarlo según las circunstancias.

La reina (Q. D. G), a quien he dado cuenta, me manda decir á V. E. que ponga en juego cuantos medios le sugiera su celo y patriotismo, a fin de conseguir la aprehensión del expresado ex-general, conseguido lo cual, debe sufrir la pena de ser pasado por las armas, sin que medie más tiempo entre la captura y la ejecución que el preciso para identificar la persona.—Excuso encarecer a V. E. el relevante servicio que al trono y al país prestará el que tenga la suerte de capturarle. La rebelión no perdona medio para entronizarse, y la traición llega hasta el punto de querer atentar de una manera explícita contra la sagrada persona que ocupa el trono, pues sólo así se comprende que el hombre de quien se trata se lance a encender la guerra fratricida. La reina y el gobierno descansan en la firmeza de sus generales y en la lealtad de las tropas que mandan; pero no por eso recomiendo menos a V. E. la actividad, la vigilancia y el extremado celo que el estado del país reclama de los encargados de conservar la paz y el sosiego público.

El ex-regente lleva dos pasaportes, e igual número de disfraces; uno de oficial de la marina real británica, y el otro de comerciante de la Martinica, con sombrero de charol, camisa de color, chaqueta azul, pantalón verde-oliva, botas y anteojos. De real orden lo digo a V. E. para su conocimiento y efectos consiguientes. Dios, etc. Madrid 26 de Noviembre de 1844. Narvaez—Señor capitán general de...

Necesitábamos ver esta orden para comprender lo que ofusca la pasión, que no otro inspirador tuvo. Los sucesos que en 1837 y 38 indispusieron a Narváez con Espartero, no eran motivo para que se vengara el primero: pródigo en generosos arranques, el corazón que los tiene, no suele abrigar la venganza, y más si la ha efectuado con actos de noble generosidad, que valiéndose ruinmente de su poder; solo la pasión, a la que era fácil, y la ofuscación tan común en ciertas ocasiones, podían inducir a aconsejar a la reina sentenciara a muerte al general Espartero, cuyo nombre es inseparable del triunfo de Isabel II sobre don Carlos; es el más culminante de los de la historia de nuestros días, y cuando se escriba la universal, citando solo grandes hechos, dirá que a la muerte de Fernando VII, pasó la corona a doña Isabel II, niña, y disputada por su tío don Carlos, produjo una guerra que duró siete años, y acabó el general Espartero. Si se hubiera dado lugar a añadir, el cual fue fusilado después por la misma reina sin haber dejado de aclamarla, sería una página terrible para la monarquía.

 

TRABAJOS LEGISLATIVOS

CVII

El mismo día que el gobierno presentó a las Cortes el proyecto de reforma constitucional, el 18, lo hizo en el Senado del que pedía le autorizase para arreglar la legislación relativa a los ayuntamientos, diputaciones provinciales, gobiernos políticos y consejos provinciales de administración, pudiendo ejecutar desde luego las medidas que al efecto adoptara, dando después cuenta a las Cortes.

A detenido y lucido examen se presta el preámbulo que al proyecto precede; estaba en armonía con las ideas que dominaban en el gabinete reducidas a robustecer el principio de autoridad, reconcentrándola en los jefes políticos como delegados del gobierno, a costa de la que ejercían las corporaciones populares, cuyos poderes administrativos se anulaban para reducirlos a cuerpos consultivos: a pesar de esto, la comisión que se nombró tuvo escrúpulos en autorizar al gobierno a legislar; conferenció con él y propuso al fin se le autorizara, no para arreglar la legislación como pedía; sino para organizar y fijar las atribuciones de los ayuntamientos.

Discutióse dos horas tan importante auto­rización, y no se votó en aquella sesión por falta de número, mas lo fue en la siguiente, aprobándose por 76 senadores contra 4.

Pasó en seguida al Congreso, más ocupado que el Senado en contestar al discurso de la corona y en la reforma de la Constitución, y terminada la discusión sobre ésta, presentó la comisión el 5 de Diciembre el mismo proyecto que el Senado: pidió el señor Roca de Togores que se añadiera la creación del Consejo de Estado como complemento de la organización administrativa, cuya enmienda se aprobó no como Consejo de Estado, sino como «un cuerpo o consejo supremo administrativo;» se trató también sobre el aumento o disminución de ayuntamientos, y de gastos, y Burgos, gran eminencia administrativa, combatió con su reconocida competencia la autorización como improcedente y por lo desusado de concederla para hacer leyes, cuya forma y proporciones se ignoraban, cuando hasta en el régimen absoluto las leyes se discutían en consejos y comisiones de personas inteligentes; y no discutiéndose en los Cuerpos Colegisladores bajo el régimen representativo, mucho habríase perdido con la variación de instituciones si las nuevas no fuesen garantía del acierto, si los diputados no cumplieran su deber de discutir las leyes por extensas que fueran. Sin gran discusión fue aprobado por unanimidad el dictamen de la comisión con la enmienda del señor Roca de Togores, dándose como ley el 1.° del año siguiente.

Al terminar el año de 1844, aquellas Cortes, en las que el partido progresista no tenia representante, pues el señor Orense era algo más avanzado; en las que habían logrado llevar por primera vez los absolutistas una oposición que, si pequeña en número, no era indiferente por su valer, aunque se cansó pronto y no estuvo muy acertadamente dirigida; que sin convocarse como Constituyentes, variaron el Código fundamental y autorizaron al gobierno para dar leyes orgánicas, organizando el país por medio de decretos, fueron de verdadera ayuda para el ministerio, aunque no de beneficio para el país.

 

HACIENDA.—BANCQS.—ARRIENDO DE LA RENTA DE TABACOS.—BONOS. — CONTRATOS Y OPERACIONES RUINOSAS.

CVIII

Al comenzar el año de 1844, hallábase el Tesoro, según los datos más exactos, con un descubierto de más de 2.500 millones de reales, que era una verdadera deuda flotante, aun cuando de ellos pertenecían a la que así se denomina 532.682.094 reales, a cuya sola parte podían imputarse los 45 millones anuales de renta perpetua que produjo su conversión en deuda consolidada del 3 por 100. Existía también un descubierto de 145.381.000 reales por giros sobre las cajas de Ultramar, bajo los casos hipotéticos de que se hubiesen girado en 1842 y 43 los 65 millones presupuestos, y de que se satisfaciesen en los mismos igual cantidad de los pendientes de pago en 1841; siendo además acreedores del Tesoro por cantidades crecidas los pueblos poseedores de cartas de pago de suministros, y las clases activas y pasivas, a las que se debían 12 mesadas a las primeras y 18 a las segundas. A tan triste cuadro hay que añadir el déficit confesado de los presupuestos, que no bajaba de 200 millones anuales, y los quebrantos enormes en las negociaciones de fondo.

En contra quedaron créditos a recaudar por 711.000.000 procedentes de las contribuciones e impuestos, a cuya suma deben aumentarse 39.022.188 reales 7 maravedises por derechos de años anteriores.

Encargado del ministerio de Hacienda el señor conde de Santa Olalla, no intentó ni realizó reforma alguna trascendental, atendiendo a las obligaciones por el mismo sistema de contratos de anticipaciones de fondos. Para llegar recursos ordenó el 8 de Enero a los intendentes promovieran con celo la cobranza de los débitos de compradores; de bienes nacionales, que ya importaban grandes sumas; el 16 la de los valores que debían entregarse al Tesoro por el resultado de contratos anteriores; y si tuviesen que entregar libranzas vencidas y no pagadas, pudieran canjear estos valores satisfaciendo un 70 por 100 en metálico o el 83 por 100 en cupones de la deuda, y los que debían entregar valores de la nueva centralización, los canjearan aprontando el 18 por 100 en efectivo y el 82 en cupones de la deuda; pudiendo otros deudores hacer lo mismo, siempre que el canje se realizara antes del 1.° de Marzo próximo.

Considerando el ministro insuficiente para las necesidades de la plaza de Madrid el Banco de San Fernando, y manifestando que, para que todas las clases pudieran disfrutar de los beneficios de estas instituciones de crédito, que a su decir limitaba el Banco citado, y a fin de procurar una concurrencia útil, se creó en Madrid el 25 un Banco de descuentos, préstamos, giros y depósitos, bajo la denominación de Banco de Isabel II, con un capital de 100 millones de reales, representados por 20.000 acciones a 500 reales cada una. Los resultados, sin embargo, no correspondieron a los propósitos indicados por el gobierno en el preámbulo del decreto, ni a las esperanzas del público, aunque alguno de sus fundadores no viera fallidos sus interesados cálculos, que dieron qué hacer a los tribunales de justicia, y produjeron dolorosas pérdidas en confiados accionistas.

El 1.° de Marzo se decretó también el establecimiento del Banco de Barcelona, aunque no se circuló hasta Agosto, en cuyo día 19 se publicó en la Gacela, y los Estatutos por que había de regirse.

Con intento de disminuir el déficit del presupuesto general, se fijó el ministro, o le hicieron fijarse, en la renta del tabaco, en progreso creciente cada año su consumo y en disminución sus productos, por los infinitos vicios de su administración. En vez de consagrarse a extirparlos para elevar esta pingüe renta a la debida altura, aceptó una proposición de una compañía de capitalistas, ofreciendo hacerse cargo en participación social con la Hacienda pública de la renta del tabaco; y aún cuando no admitía esta propuesta la cualidad de ser debatida en subasta, no quiso prescindir de ella el Consejo de ministros y se acordó el 20 de Febrero, publicándose las bases de la participación social en la adquisición de la hoja, en la elaboración y preparación para el consumo y en la expedición y surtido en todo el reino, por diez años, pagando la empresa arrendataria 75 millones de reales en cada uno de ellos en la Caja de Amortización. Proponíase con esto el gobierno el pago de los intereses de las rentas de 3 por 100, anticipando desde luego 50 millones en metálico y letras sobre París y Londres, y provincias, sobre cuyo anticipo devengaría la empresa el 6 por 100 al año, y se reintegraría en los cinco últimos. Llegado el día de la subasta, acudieron a ella el Banco de San Fernando, y los señores Jordá, Carriquiri, Salamanca y Sevillano, en representación de sus respectivas compañías; y sobre la mayor proposición de 86 millones, que era la del señor Sevillano, comenzaron las pujas, adjudicándose el remate al señor Salamanca en 110.010.000 reales. El resultado era satisfactorio, si se atiende a lo que hasta entonces había producido esta renta, que según un quinquenio había sido de 52 millones al año; pero ¿de cuánto más no era susceptible? El mismo resultado de la subasta era la mayor acusación contra la Hacienda pública; y lo mismo que en esta renta sucedía en todas.

No era de extrañar que siguieran desatendidos los servicios públicos, y se considerase como un grande acontecimiento el tratar de atender alguno; lo cual sucedió a los ingleses tenedores de bonos del Tesoro español, casi olvidados por desatendidos, que en el meeting celebrado el 27 de Febrero, aceptaron las proposiciones que les hacía el señor Carrasco por medio del señor Bermúdez de Castro, cambiando 100 libras de bonos por 166 libras, 13 shelines y 4 dineros en papel de 3 por 100, teniendo los primitivos bonos derecho a un 5 por 100. Los acreedores ingleses pretendieron en vano conseguir 15 libras y los intereses de 1836 a 40, no las 50 de 3 por 100 que en su lugar pidió, conviniéndose en que fueran 45, esperando cobrar los intereses. Aquellos señores no creían que España dejase de pagar los intereses ofrecidos, que importaban 18 millones de reales al año.

La junta sindical de Amberes autorizaba al mismo tiempo en aquella Bolsa la cotización del 3 por 100 español, de igual modo que en París.

No era desacertada, hasta cierto punto, la liquidación general y definitiva de todos los contratos de anticipación de fondos que se hallaban pendientes para hacer efectivos los alcances que resultasen a favor del Tesoro, y conocer la verdadera situación del Erario público; y mediante que les contratos celebrados con el Banco de San Fernando, por su importancia y número convenía ocuparse de ellos independientemente de los hechos con particulares, y para acelerar la liquida­ción, se creó una junta encargada de liquidar todos y cada uno de los contratos celebrados por el gobierno y el Banco, que estuviesen pendientes.

Si por una parte se pretendía liquidar es­tos contratos, por otra, para salir de apuros se ejecutaban con particulares operaciones tan ruinosas como la siguiente de 10 millones de reales. El gobierno da al contratista 10 millones de reales en libranzas contra los productos de puertas, pagaderas de uno a diez meses fecha; y el prestamista entrega al ministerio:

En dinero                                                                                            2.500.000 rs.

En letras sobre París y Londres                                                         4.000.000

Descuento del 18 por 100 sobre los 10 millones de libranzas     1.800.000

En libranzas cuyo curso apenas llegaban a 10 por 100.                1.700.000

Total                                                                                                      10.000.000

El valor efectivo que recibía el gobierno era el siguiente:

En dinero                                                                                                2.500.000

En letras sobre París y Londres con el descuento de 5 por 100  3.800.000

En libranzas que valían á 10 por 100                                                   170.000

Total                                                                                                         6.470.000

La ganancia positiva de los diez meses para el prestamista, era de 55 por 100, equivalente a 66 por 100 al año; por la sencilla razón de que por 6.470.000 reales que desembolsaba, recibía 10 millones, y tenía, por lo tanto, un beneficio de 3.530.000 reales.

Y esto parecía tolerable en comparación de lo que confesó el señor Olivan el 6 de Noviembre en el Congreso; que se hacían o habían hecho contratos a más del 70 por 100.

Marchó por este tiempo don Jaime Ceriola a París y Londres a negociar un empréstito de 1.000 millones, propuesto por el ministro de Hacienda, y al tenerse noticias de esto, como nada se había publicado acerca de la conversión de bonos del Tesoro, más que lo que dijeron los periódicos de París y Londres, se supuso que además de la última negociación, que bien pudo haber producido unos 1.000 millones a favor del Tesoro, se trataba nuevamente de otro millar.

Proponíase, en efecto, un empréstito de 1.000 millones de reales nominales en títulos del 3 por 100, garantizado el pago de intereses con el producto de la renta de tabacos subastada: los intereses se pagarían en Madrid, París, Londres y Amsterdam; el precio a 40 por 100, tomando desde luego los proponentes 200 millones de reales al 40, con opción hasta 600 millones dentro del plazo de noventa días después de firmada la escritura, al 40’1/2 por 100, y el resto en comisión, no pudiendo bajar el precio de su venta de 40 por 100. El gobierno abonaría los contratantes una comisión da 2 por 100 sobre el valor nominal del empréstito, y otras condiciones de las que es inútil nos ocupemos, después de haber dado a conocer los más culminantes, porque el ministro, al que se acababa de hacer conde de Santa Olaya, cayó con sus compañeros de gabinete y fue sustituido por don Alejandro Mon.

 

LA BOLSA

CIX

La Bolsa fue también objeto de especulaciones y jugadas duramente combatidas. Los fondos que el 3 de Enero estaban al 30 por 100 a 60 por cupón corriente, los cupones no llamados a capitalizar a 59, y así sucesivamente otros valores, quiméricas esperanzas que produjeron graves censuras contra el ministro de Hacienda, ocasionaron una alza ficticia en todos los fondos públicos, llegando el 3 al 40, en cuyo precio, no pudiendo sostenerse, como no se sostuvo, ni mucho menos, causó desgracias y despertó más la codicia de los jugadores. Criticóse la jugada al alza, cuyo origen, progresos y pormenores corrían de boca en boca; se hablaba de enormes beneficios, exagerados muchos, realizados por gentes extrañas a estos negocios, pero que contaban con valiosas amistades; y hasta se acusó al ministro de haber echado mano de los fondos del Tesoro público para violentar el alza.

Hízose el asunto político; preguntó un periódico progresista si el partido moderado hacía suya la responsabilidad de la jugada de la bolsa que se estaba verificando y rechazando los moderados su participación en manejos electorales, y poniéndose El Heraldo al lado de El Eco en este terreno, manifestó que en el alza de los fondos no estaban interesados solamente los que tenían relaciones con el ministro de Hacienda, sino pertenecientes a todos los partidos políticos.

 

ADMINISTRACIÓN DEL SEÑOR MON.—RETIRADA DEL CONGRESO DE LA FRACCIÓN VILUMA.—PAGOS CON DOCUMENTOS FALSIFICADOS.

CX

No era seguramente lisonjero el estado en que el nuevo ministro de Haciéndala encontraba empeñadas las rentas en más de 1.000 millones; las obligaciones del presupuesto con grandes descubiertos; cedida la renta del tabaco con los inconvenientes que cada día se hacían más pagables; sin recursos apenas, con una deuda dotante abrumadora y a ella hipotecada parte importante de los impuestos, no se arredra, sin embargo de no encontrar en el Tesoro más que unos 15 millones de reales, de los cuales 12 eran nulos por ser de un anticipo de tabacos, que hizo devolver, y de los tres millones existentes tuvo que disponer el mismo día.

Ascendía a fin de Diciembre de 1843 la Deuda flotante a 821.726.752 rs.; y como desde Enero a Junio siguiente se continuó el mismo sistema de anticipaciones, a  254.651.248 rs. la producida por los contratos de este semestre; entrando de esta última cantidad en el Tesoro en metálico y efectos cobrables 158.332.879 rs., y 96 maravedises de valores del Tesoro y de la Caja de amortización.

Considerando Mon necesario y urgente reorganizar la hacienda pública, y no creyendo posible verificarlo sin que todas las rentas y contribuciones quedaran libres de los giros y obligaciones que las gravaban, se decretó que los créditos procedentes de contratos de anticipaciones de fondos al gobierno, se convirtieran en títulos de la deuda pública consolidada al 3 por 100 sobre el tipo 35 por 100, o sea a razón de 1,000 rs. de valor nominal en títulos por cada 350 rs. que recoger el Tesoro en dichos créditos, y los intereses concedidos a algunos de estos se abonarían hasta el 30 de aquel mes de Junio, acumulándoles a los capitales respectivos. No se comprendían en este decreto las libranzas a cargo de las cajas de Ultramar, la deuda flotante centralizada, ni los billetes creados por la ley de 29 de Mayo de 1842. Adoptáronse para ello las disposiciones convenientes, y se nombró una junta compuesta de los empleados don José María Pérez, don José de Mesa y don Felipe Hurtado de Mendoza. Sa entregaron en pago títulos de la deuda consolidada del 3 por 100 por valor capital de 1,993.409.494 rs. 21 mrs., equivalente a una renta Perpetua de 59 802,284 rs. anuos.

A este siguió, 1.° de Julio, la rescisión de la contrata de tabacos, y con la misma fecha, en vista de que el Tesoro no podía verificar por sí las operaciones del giro sin grandes quebrantos, mientras no se reorganizase la Hacienda, base del crédito, celebró convenios particulares y generales con el Banco Español de San Fernando, a virtud de los cuales abrió este establecimiento primeramente al gobierno créditos de 50 a 60 millones mensuales, para que contando el Tesoro con este seguro ingreso, arreglase el pago de las obligaciones del mejor modo posible, constituyéndose por fin en banquero del gobierno, aunque dejando de auxiliar al comercio y la industria. El Banco tomaba los productos de todas las contribuciones corrientes y atrasadas, salvo las que estuviesen consagradas a objetos especiales .

Restablecióse la dirección de rentas estancadas, nombrando su director a don José María López, y empezó a pensarse en la necesidad, cada vez más apremiante, de la reforma de los aranceles de aduanas; de las que la comisión revisora se ocupó con el interés que este asunto ha tenido siempre y tiene en el día por lo que tan de cerca interesa al país.

Fundáronse grandes esperanzas en la gestión del nuevo ministro, se aprobaba lo que había hecho, se divulgaba que iba a reformarlo todo para sacar la Hacienda del caos en que se hallaba y al Estado de su penuria, y cuando más se lisonjeaban todos en tan bella perspectiva, se suspendió la venta de los bienes del clero secular y de las comunidades religiosas de monjas, hasta que el gobierno, de acuerdo con las Cortes, determinaran lo que conviniese, y que los productos en renta de dichos bienes se aplicasen desde luego íntegros al mantenimiento del clero secular y de las religiosas. Que había sido infructuosa en algunas partes la contribución de culto y clero, que se había resistido su ejecución en otras, que en muchas los clamores del clero habían venido a aumentar los apuros del Tesoro público y afligido el ánimo de la reina, y la necesidad de la decente y decorosa subsistencia del culto y de sus ministros, fueron los motivos expuestos en el preámbulo del decreto para tomar tan grave, tan ilegal resolución, porque no tenía el gobierno facultades para suspender los efectos de una ley hecha en Cortes; y a la gravedad que entrañaba aquella desamortización a tantos y tan importantes intenses ligada, atrevíase a hacer un cargo a aquellos legisladores, que no sentaba bien en boca de un ministro, que faltando a la ley les acusaba de ligeros al decir que era inevitable la suspensión de tal venta, hasta que «con mis meditación y detenimiento puedan avenirse y conciliarse todos los intereses, sin perjuicio de los fines a que dichos bienes fueron aplicados;» y esto sin ocultársele lo peligroso de infundir recelo a los poseedores de los bienes que la nación había enajenado y perjudicar a los acreedores al Estado, disminuyendo el fondo destinado a la amortización de sus créditos. Pero manifestó estar resuelto a respetar los derechos adquiridos, y exponiendo otras consideraciones de que nos ocuparíamos si no fueran más que pretextos para esforzarse en justificar una medida que no aprobaba seguramente el señor Mon, le hacemos esta justicia, se doblegaba a una existencia de circunstancias harto graves, y con la que el gobierno conjuró por el pronto la reacción absolutista que estuvo a punto de triunfar en Barcelona, y satisfacer los sentimientos á que la reina se inclinaba, teniendo espacial cuidado en consignar en el decreto «que las reacciones no han producido jamás bien alguno a las naciones».

Se infringió el art. 74 de la Constitución, lastimóse el crédito de la nación, anulando una hipoteca sin el previo convenio de ambas partes, y aunque se hizo exclusivamente para acallar las exigencias del clero y contribuir a arreglar nuestras diferencias con Roma, no se dio por satisfecho aquel respetable cuerpo, pues hizo notar que desde la fecha de la rubricación hasta la promulgación del decreto, se vendieron 5,602 fincas, y se mofaba de la importancia que los amigos del gobierno daban a aquel servicio, que se calificó de mezquino, con que pretendían granjearse la voluntad del clero y el favor de la corte de Roma. El clero no quería la suspensión, sino la devolución; y esta fue la lucha que se entabló en la capital de Cataluña, al ir a ella la corte.

El 4 de Diciembre se firmaron los proyectos de ley sobre culto y clero, dotación de las religiosas y conversión de la deuda pública; presentáronse al Congreso; leyéronse los dictámenes de la comisión sobre el primero y último proyecto, conforme con el gobierno, separándose de la mayoría de la comisión, respecto a la dotación de culto y clero, los señores Pacheco y Llorente, que opinaban que la recaudación de las cantidades que se asignasen al clero se hicieran bajo la inspección del gobierno, y el señor Peña Aguayo, presentó otro voto particular variando totalmente el proyecto del gobierno, y proponiendo entre otras cosas que se asignasen diferentes contribuciones para el pago del clero catedral y parroquial. Viluma y su fracción presentaron una enmienda reaccionaria, que era más bien un nuevo proyecto de ley. Esto excitó la bilis de Mon, que discutiendo calificó de ratera la manera con que la minoría trataba de introducir sus proyectos, lo cual produjo un momento de desorden en el Congreso, pidiendo el marqués de Viluma que se escribieran las palabras del ministro, que le absolvieron 110 votos contra 25, y aun cuando luego dió algunas explicaciones, los individuos de la minoría renunciaron al cargo de diputados.

Más que por la palabra del ministro, que al fin la retiró, y como dijo el presidente del Consejo, Dios mismo se hubiera dado por satisfecho, puede atribuirse aquella renuncia colectiva a su poca afición al sistema parlamentario, y a su convicción de que eran inútiles sus esfuerzos para hacer triunfar sus ideas, más reaccionarias que liberales.

El proyecto de conversión de la deuda se aprobó en el Congreso el 21 y pasó al Senado; pero como este proyecto y los demás no fueron leyes hasta el año siguiente de 1845, en él las daremos a conocer y su importancia; solo diremos que en la famosa conversión de las libranzas se cometieron tales abusos, por las que se falsificaron, que llegó a formarse un expediente que se hizo célebre y del que nos ocuparemos oportunamente.

Entonces, según la nota que tenemos a la vista, de puño y letra de un ministro, importaban las conversiones con cartas de pago falsificadas bastantes millones de reales, pues hubo casa bien conocida que cobró 160 millones; otra 72. Y este mal, o más bien este crimen, al que deben su opulencia algunos o sus descendientes que se consideran grandes personajes, se continuó cometiendo; pues el mismo señor Mon dijo en pleno Congreso, en su famoso discurso de 3 y 4 de Noviembre de 1844:

«Todavía, señores, hoy día, a pesar de órdenes terribles, a pesar de reconvenciones grandes, todavía hoy se están pagando libranzas que no debían, y se están burlando de la autoridad del gobierno, porque están cubiertas las formalidades; de modo que ya no se puede castigar el fraude: conozco una provincia en que se han dado por pagadas libranzas hace mucho tiempo, y se están cobrando ahora, y yo no puedo reclamar contra nadie. Tal era el estado de desorden que había cuando yo entré en el ministerio».

La comisión que había nombrado el señor Carrasco para proponer el arreglo del sistema tributario, ya ideado antes por Cantero, había presentado sus importantísimos trabajos en el ministerio de Hacienda, redactada por don Javier de Burgos la exposición de motivos que explicaba sustancialmente los principios adoptados y sus aplicaciones. La comisión se propuso reformar y mejorar las rentas, castigar el presupuesto de gastos y organizar la administración económica, simplificando la contabilidad; y tomando por guía los materiales preparados por el señor Santillan, sustituía la comisión a las contribuciones de culto y clero, frutos civiles, paja y utensilios, y servicio de Navarra y Provincias Vascongadas, una contribución directa sobra el producto de la riqueza inmueble, y sobre la industria. Sus bases, asiento, reparto y recaudación, diferenciábanse bastante de los ensayos que hasta entonces se habían hecho en España. Se establecía la renta de registro o derecho de hipotecas para comprobar la riqueza inmueble, asegurar su posesión y procurar un recurso al Estado. Los trabajos de esta comisión fueron notables.

 

DEUDA PÚBLICA

CXI

La deuda pública de España, que ascendía al fallecimiento de Carlos III a unos 2,064 millones y medio, y a poco más de 54 millones los intereses; al terminar el reinado de Carlos IV a más de 7.000 millones la primera y de 201 los réditos; que al concluir la guerra de la Independencia llegaba a 11.567 millones; y la renta a 212, que se dividió después en deuda con interés y sin él; se hicieron arreglos y transacciones que no se pudieron cumplir; apareció en 1818, o sea en cuatro años, aumentada la deuda en 2.000 millones, y en 44 los intereses, figura ya en 1823 en más de 17.112 millones. La reacción puso en práctica el sistema iniciado en 1814; no reconoció los empréstitos levantados por el gobierno constitucional, aunque era el mismo el monarca, y aprobó el de 334 millones de reales que la Regencia de Urgel contratara: en 1825 se mandaron convertir las obligaciones emitidas en renta Perpetua al 5 por 100 encargando esta operación a don Alejandro Aguado, y con pretexto de esta conversión, se fueron vendiendo en las bolsas de París y Amsterdam títulos de renta Perpetua, cuyo líquido producto se destinó a cubrir atenciones del Tesoro. Efectuó el gobierno otras operaciones para ir cubriendo en parte los déficits de sus presupuestos, y aun así, no pudo empezar á satisfacer hasta 1839 los intereses del corto capital en deuda consolidada que se había creado, pagándose con puntualidad hasta 1836, a pesar de la guerra civil.

Terminada ésta, se decretó en 1841 la capitalización al 3 por 100 de los intereses de la deuda exterior e interior; pero únicamente se pudieron pagar los réditos de este nuevo capital, pues los de las rentas del 5 y 4 por 100, no se abonaron hasta el arreglo de la deuda en 1851.

Había al fin de Diciembre de 1833 en circulación más de 8.944 millones en deuda interior y exterior y pendiente de liquidación, importando los intereses cerca de 193 millones, y en 1840 era de cerca de 15.293 millones, y los intereses no satisfechos capitalizares, 1.069 millones en números redondos.

Al hallarse Mon al frente de la hacienda española en 1844, se vio en la necesidad de apelar al crédito para desempeñar las rentas hipotecadas, disponiendo la conversión de los créditos procedentes de contratos, deuda flotante y libranzas sobre la Ilibana, en renta consolidada al 3 por 100 a diversos tipos, ascendiendo la emisión de títulos hechos por este concepto a reales vellón nominales 2.003.850.000.

El 4 de Diciembre firmó el proyecto de ley sobre la conversión de la deuda pública que presentó a las Cortes, y aprobaron, aunque no fue ley hasta el año siguiente.

La deuda consolidada del 3 por 100, que en 1841 se cotizaba por termino medio a 21,65 y descendió algo en 1812, lo fue en 1813 a 25; tuvo grandes oscilaciones en 1811, ascendiendo á más del 30 por 100 el término medio de la cotización.

 

CULTO Y CLERO.—DEVOLUCIÓN DE BIENES NACIONALES NO VENDIDOS, Y SUSPENSIÓN DE VENTAS.

CXII

Los proyectos de ley sobre culto y clero y dotación de las religiosas presentados a las Cortes el 5 de Diciembre, tenían en sí grande importancia política y económica; y así fueron considerados. El problema era arduo de resolver; había grande interés en reanudar las relaciones con Roma; a cándidos y regios escrúpulos se añadían intencionadas exigencias; la Administración estaba desordenada; el Tesoro exhausto; el estado del clero era precario; tenía derecho indudablemente a ser considerado, y la nación a ser atendida.

La cuestión, sin embargo, se había prejuzgado al mandarse suspender hasta la reunión de las Cortes la venta de los bienes del clero secular y de las monjas, aplicando a la dotación de la Iglesia las rentas de los no vendidos; cuya medida, no muy legal, fue acogida hasta con desdén por aquellos a quienes favorecía, que pretendían se devolviesen los bienes no vendidos a las iglesias a que pertenecieron.

Los productos en renta de los bienes del clero secular, cuya enajenación se suspendió; los rendimientos de las rentas a metálico de los de igual procedencia, enajenados ya, y los de la bula de la Santa Cruzada, ascendían reunidos todos a 65 millones de reales próximamente, que formaban la base de la dotación, considerándolos el gobierno como patrimonio natural de la Iglesia; y como había que completar los 159 millones que se necesitaban anualmente para la dotación del culto y mantenimiento del clero, se prometía contratar con uno de los Bancos públicos el resto, o señalarle de las contribuciones públicas, verificando el clero la recaudación, administración y distribución de los productos referidos por los medios que el gobierno designara, reservándose éste la intervención necesaria para su conocimiento, haciéndose la distribución con arreglo a la ley provisional de 1838.

Para la dotación de las monjas y culto se aplicaba el producto en renta de los bienes, censos y demás acciones aún sin vender, pertenecientes a las comunidades de las mismas religiosas; el producto en renta de los foros y censos también sin vender de las comunidades religiosas de varones, y si hubiese déficit se aplicarían los productos en renta de los bienes de las mismas comunidades religiosas de varones.

Estos proyectos de ley suprimían virtualmente la contribución especial de culto y clero, mal pagada y peor cobrada, y el aplicar a este privilegiado objeto otros fondos que entraban en la masa común, había de producir un déficit cuantioso y afectar gravemente al conjunto de los productos y obligaciones. De aquí lo grave del problema, lo difícil de la solución, por el desconcierto que reinaba en la Administración, en la política, hasta en las ideas, por lo que hubo de admitirse la de que el proyecto había de ser provisional y para un año.

Pero aun antes de su discusión hubo borrascas: además del voto particular de los señores Llorente y Pacheco y el del señor Peña Aguayo, se presentaron varías enmiendas, distinguiéndose por lo reaccionaria la que con el marqués de Viluma firmaban otros 21; y como no había seguido los trámites que aquellas, dijo el señor Mon, como ya manifestamos, que se pretendía arrancar por sorpresa una resolución, presentando un proyecto de una manera ratera, cuya palabra, que cayó como una bomba, produjo la gran confusión, que originó la retirada de los vilumistas, aunque el ministro de Hacienda explicó satisfactoriamente sus palabras.

Las Cortes entregaron al fin a las monjas la administración de una gran cuantía de bienes y derechos nacionales, a semejanza de lo que se había hecho con el clero; y como en una enmienda incorporada al proyecto se suponía la existencia de casas religiosas no desposeídas, no se hizo novedad en cuanto a aquellos conventos que conservaron el dominio y disfrute de sus respectivas dotaciones.

Respetuosos nosotros con el clero, y deseando su bien, deseamos también el de la patria de la que forman parte y a la que debemos amar. No es posible que haya un Estado dentro de otro Estado. El gobierno y las Cortes parecían estar ofuscados, cegados por la pasión política, por el interés del momento, olvidando los altos y sagrados deberes que tenían para con la patria. Haciendo retroceder al tiempo, y como si éste hubiera pasado en balde, no sólo renunciaron el abolido principio de las manos muertas, sino que restablecieron la amortización religiosa, fundando amortizaciones nuevas, que podían ser la base de otras sucesivas, y esto en 1845. Y aun ofrecía, sin embargo, el señor ministro de Hacienda presentar a las Cortes un proyecto de ley «devolviendo al clero los bienes no vendidos», con lo que se trataba de contentar en algo a la corte romana, que exigía más.

En vano manifestaba el ministro de Gracia y Justicia que se había dado al clero mucho más de lo que para su subsistencia necesitaba; el clero quería más, lo quería todo; sus partidarios pedían que hasta el gobierno debía dejar su puesto para que le ocuparan los que habían sido siempre partidarios de las doctrinas que ahora aceptaba aquel Gabinete porque se las imponían. No había participado antes de ellas seguramente, y aun observándolas ahora, mucho debió sufrir su dignidad al ver que un obispo, el de Canarias, anatematizaba á los compradores y vendedores de bienes nacionales y pedía que se leyera en el Parlamento y á la faz del gobierno la exposición de aquel prelado, más apegado a los bienes temporales que a los espirituales.

El ministerio no pudo demorar más el compromiso que ha tiempo contrajera de devolver al clero los bienes no vendidos; y cuando en tantas ocasiones se había demostrado vigoroso y fuerte, en ésta fue débil y algo más. Precedido de un preámbulo poco digno, en el que decía que «la justicia, la conveniencia pública y otras razones de no menos elevada esfera imponían al gobierno el deber de devolver los bienes a la iglesia; y que aquellos ministros se hablan opuesto a un tiempo, y del modo con que les fue posible, a la adopción de unas medidas que reputaban injustas, peligrosas y llenas de grandes compromisos y dificultades para el porvenir», con lo cual no demostraron ser ni medianos profetas, porque los mismos moderados vieron en breve lo injusto, lo peligroso y lo inconveniente de tan impolítica medida, presentóse a las Córtes el 17 de Febrero—45—el proyecto de ley para que los bienes del clero secular que quedaban por vender, y cuya venta se mandó suspender el 26 de Julio anterior, se devolvieran al mismo clero.

Aunque esta determinación no fuera una exigencia de Roma, era consecuente en los que habían calificado la desamortización eclesiástica de inicuo despojo; y era una contradicción, que dándose este nombre a uno de los actos más importantes de la revolución, unos ministros de la misma pretendieran dejar salvos e intactos los derechos de los que habían adquirido parte de esos bienes; llamaran violento despojo a la desposesión, a la venta, a la propiedad legítima, que en su derecho había ejecutado la revolución, y sancionado las leyes. Si al clero se le devolvía lo que era suyo, lo que, porque fue una vez suyo, nunca debió dejar de serlo, es evidente que debieron devolverse sus bienes enajenados, como los bienes no vendidos. ¿Qué razón había para aplicar diferente criterio a una misma cosa? Admitiendo el principio que el gobierno establecía de no perjudicar el derecho de los compradores, consecuencia natural era que los primeros poseedores debían ser restablecidos en su posesión antigua, y los segundos indemnizados: la nación, que se confesaba injusta, debía comenzar por reparar las injusticias que hubiese cometido. Se proclamaban principios de legalidad y de justicia, y se conculcaban esos mismos principios de justicia, y de legalidad. Fuera más franco el gobierno, y hubiera sido más exacto estando en su lugar; dijera en público, como lo decía particularmente, que Su Santidad se reconciliaría con el gobierno español, cuando éste hubiere expedido el decreto de devolución; que entonces se enviaría un nuncio, se aprobarían las ventas ejecutadas, y que aun aprobado y sancionado este decreto, se detendría para hacer uso de él cuando las intenciones de la corte romana se vieran claras. Aquí se confesaba paladinamente que no era un principio de inconcusa justicia el que aconsejaba, en concepto del gobierno, la devolución; llamárala conveniente para sus fines, oportuna para su existencia, no justa; era más, era denigrante para la nación, porque era hacer mucho por Roma, poco por España.

Y no fue sola la devolución de los bienes no vendidos del clero secular: suspendióse la venta de unos 1.200 conventos, y se dispuso que de «todas las fincas del clero secular que llegaran a declararse en quiebra, según las disposiciones vigentes, se diese cuenta a la junta superior de venta de bienes nacionales sin proceder al anuncio de venta en quiebra».

Por último, en Junio se publicó la ley de 23 de Febrero, decretando 159 millones de reales para la dotación del culto y mantenimiento del clero en 1845, y se creó una junta de tres eclesiásticos y dos seglares para que entendiera en todo lo relativo a la ejecución de la ley; y como algunos querían so entregasen al clero secular los bienes pro­cedentes de ermitas, santuarios y cofradías, no se accedió a esta injusta pretensión, porque tales bienes no habían pertenecido a aquel clero.

 

ASESINATO DE MR. DARMON—PREPARATIVOS DE GUERRA CON MARRUECOS—SE AJUSTA LA PAZ

CXIII

Habiendo excitado Darmón grandes rivalidades de sus compañeros los comerciantes, y entre no pocos musulmanes, celosos del gran favor que entre las mujeres alcanzaba, por su juventud y costumbres europeas, teníale grande enemistad el gobernador Muza, y yendo con él a caballo en cierta ocasión, dos árabes que estudiadamente se habían quedado detrás, pasaron a escape por el lado de Darmón, y con la facilidad que acostumbran aquellos ágiles jinetes, le derribaron de la silla, y enredó uno a la vez su albornoz con la escopeta que Darmón llevaba en bandolera. Forcejeando con ella el árabe la hizo disparar, y del tiro cayó herido, cargaron otros entonces sobre Darmón, le golpearon y desbalijaron. Mientras Darmón refería a los cónsules de Mazagán el atropello, el gobernador lo participaba a su manera al emperador, y a pesar de la oposición de todos los cónsules, sustrajo a Darmón del asilo en que se había refugiado en casa del vice-cónsul de Cerdeña, y le encerró en la cárcel cargado de cadenas; llegó a los pocos días la orden imperial para que se le diera muerte; maravillóse el mismo gobernador, mostró verdadero interés por él, representó al emperador manifestando la calidad de agente consular que reunía Darmón; pero el emperador contestó que no la ignoraba, que a él no le tocaba más que obedecer ciegamente, y que por lo mismo había dado órdenes por separado y sin su conducto para que se quitara inmediatamente la vida al cónsul, lo que ejecutó un soldado negro de la guardia, llevándole en una muía al mismo lugar donde fue herido el árabe, y allí, volviendo la cabeza la víctima, se encontró horrorizado con la boca de la espingarda que le apuntaba, y dando un grito cayó herido mortalmente. Aprestábase el verdugo a cortarle la cabeza; pero apiadado por los lamentos y suplicas de Darmón que le pedía le rema­tase antes que intentar aquel martirio, volvió a cargar su arma, y poniéndola al corazón puso fin a sus tormentos. Ni aún se permitió sepultar el cadáver.

El bárbaro asesinato del joven Mr. Víctor Darmón, representante de una casa de Marsella y agente consular de España y Cerdeña en Mazagán perturbó las relaciones que sosteníamos con el imperio marroquí, y a principios de este año de 44, se empezó a la vez que por la vía diplomática, a formar una división, para exigir por las armas la reparación debida, pensándose en dar el mando de las fuerzas al general Prim.

Procuróse despertar algún tanto el patriotismo español; se recordaron antiguas glorias de nuestras armas en las costas africanas, teatro de sangrientos combates, producidos unas veces por el celo religioso y otras por vengar agravios recibidos; se llegó hasta designar las poblaciones que debían conquistarse; mas se tropezó con la falta de recursos y de fuerzas, y con la deplorable situación del país. Reforzáronse, sin embargo, las guarniciones de nuestras posesiones en África, y se hicieron preparativos, exigidos por el decoro nacional, pues se recibieron entonces algunas ofensas de los berberiscos, no todas impunes, pues bien las vengó el teniente Trell, con fuerza de Melilla, el 11 de Marzo en el combate y apresamiento de un cárabo africano.

Mediaban en tanto negociaciones diplomáticas: el imperio marroquí aprestaba sus huestes, armaba sus pequeñas embarcaciones, que ejercían sus acostumbrados actos de piratería, y no parecía imponerle la actitud que iba tomando Europa, acostumbrado a tenerla tributaria. Francia enviaba muy eficaces instrucciones al general Bougeaud, gobernador de la Argelia, y bien pertrechados buques de guerra; también España envió a Tánger la fragata Cristina y algunos otros barcos; interpúsose Inglaterra como mediadora, interesada como lo estaba en el comercio con África: dijo lord Aberdeen, ministro de Negocios Extranjeros en la Cámara de los Lores, que «el gobierno de S. M. estaba tan convencido de la necesidad que había de evitar toda nueva lucha entre los Estados de Europa y África, que a su mediación se debía el que no hubiese estallado la guerra entre la Cerdeña y Túnez, y entre España y Marruecos, habiendo aceptado estas dos últimas la mediación ofrecida por la Inglaterra para terminar satisfactoriamente sus diferencias; creyendo podría conseguir no prosiguiesen las rotas hostilidades entre los franceses y marroquíes, y que Abderramán, mejor aconsejado, renunciaría a todo proyecto de agresión contra la Francia». Pero Abderramán no podía contener el fanatismo de sus súbditos, grandemente excitados por Abd-el-kader, en el que miraba un competidor a su corona, o más bien le estimulaba para halagar a las masas, no vacilando en romper las hostilidades contra Francia, y en proclamar la guerra santa.

Y el gobierno español seguía en tanto indolentes negociaciones, cuando pudo haberse apoderado, o intentado apoderarse de algún puerto marroquí, y ocupar sobre el estrecho del Océano Atlántico los puntos más favorables al comercio y a la navegación; esto era lo que el patriotismo exigía, no contentarse con ir enviando algunas compañías a nuestras posesiones africanas: arreció el peligro, como era consiguiente, se alistaron más fuerzas, y pudimos tener una escuadrilla delante de Tánger, donde ya había buques de toda Europa a los que se guarecieron los naturales de cada nación que habitaban en Tánger, temiendo el bombardeo que al fin efectuó el príncipe de Joinville el 6 de Agosto, Isly, apresuró al emperador a ajustar la paz con los franceses.

Pocos días antes la había ajustado con España, accediéndose a que fuera castigado el agente moro que asesinó a nuestro cónsul; indemnización por los actos de piratería cometidos en la costa; recobrar y aun adelantar nuestro territorio en el campo de Ceuta, y saludar al pabellón nacional.

Las fronteras de Ceuta, según el tratado de Larache de 6 de Mayo de 1845 (28 Kabeat Etsani, 1261 de la Hégira) se restituyeron al estado en que se hallaban antiguamente, y se expresan en él.

 

FILIPINAS—APOLINARIO DE LA CRUZ Y LA COFRADÍA DE SAN JOSÉ—REBELIÓN EMANCIPADORA

CXIV

 

Tiempo hacía que en el archipiélago filipino, dividido en 31 provincias dependientes de Manila, residencia de las principales autoridades, poblado con más de cinco millones de habitantes, inclusos unos 2,000 europeos, bastantes chinos y de otros países, atraídos por el cebo del comercio, y muchos mestizos procedentes de la mezcla de todas estas razas, se reflejaban las oscilaciones políticas de la madre patria,

Apolinario de la Cruz, donado de San Juan de Dios, inquieto, sagaz, con resolución, y en sus empresas, sabiendo inspirarla a los demás, verboso y diestro para conservar su superioridad sobre sus secuaces, aparentando virtud y austeridad en el cumplimiento de sus deberes, formó en 1832 una asociación titulada Cofradía de San José, con indígenas y gente del pueblo bajo, como la más fácil de seducir; siendo el objeto aparente rendir culto al Santo. Llamábanse hermanos los individuos de la asociación, se reunían por las noches, rezaban y se leían a manera de edictos las órdenes del fundador y director Apolinario, contribuyendo cada uno a los gastos de la corporación, con juramento de obediencia ciega y pasiva a la voluntad de aquél. Sabedor de esto el arzobispo de Manila, expulsó a Cruz del convento, y puso coto a sus demasías; pero desplegó en la provincia de Tayabas su genio catequista, le extendió a otros puntos, y aun a Manila; tomó ya parte en este asunto el capitán general Oráa en 1841, empezó a perseguirles, de acuerdo con las autoridades eclesiásticas, habiéndose distinguido antes el celoso párroco de Luchan en extinguir aquella sociedad, que no tenía otro fin que la emancipación de los indios, declarándose Apolinario rey de los Tagalos; se prendió a algunos de los afiliados. Apolinario se dirigió a la provincia de Tayabas, reunió en Izaban 6.000 personas de ambos sexos, armadas con fusiles, lanzas, flechas y campilanes; acudió a apagar aquel incendio el gobernador Ortega con 150 hombres que llevaban 50 fusiles y tres falconetes; exhortó a los rebeldes el virtuoso e ilustrado fray Antonio de Mateo, sin ser atendido, ni las palabras de paz y perdón del gobernador, quien inspirado por el valor más que por la prudencia, se lanzó en medio de los enemigos, y al caer herido y prisionero se desbandó su gente, abandonando las tres piezas. Los piadosos cofrades inmolaron inhumanamente a Ortega.

El suceso era grave por sí y por las consecuencias, y Oráa envió inmediatamente una pequeña columba y cuatro falúas con  doble tripulación del puerto de Cavite, poniendo al frente de las fuerzas al teniente coronel de caballería don Joaquín Huet, que había demostrado su valor en los campos de Navarra: mandó a González con más fuerzas de Batangas para operar, nombró a Vital gobernador de Tabayas, y adoptó cuantas providencias le sugirió su celo.

Engreídos los sublevados con su triunfo, desoyeron las ofertas de indulto de Huet: aumentada su gente, y con el auxilio de 200 flecheros negros, se parapetaron sobre la falda del monte Banajaó, apoyados sus flancos en dos riachuelos, defendido el frente con empalizadas y en batería los tres cañoncitos, apresados, que rompieron el fuego al aproximarse la tropa de Huet, la cual, arrostrando la muerte se lanzó valerosa al combate: chocaron con violencia, sostúvose tres horas una lucha desordenada y feroz, huyendo al fin vencidos los insurgentes, dejando en poder de los vencedores las tres piezas y 314 mujeres, muchas de ellas heridas. Apolinario de la Cruz y su segundo Purgatorio, buscaron su salvación en la fuga; mas fue preso el primero por la justicia de Sariaya y fusilado a los dos días en Tayabas, quedando con su muerte extinguida la archicofradía de San José.

Por las declaraciones de éste se prendió a algunas personas en Manila; se encomendó su proceso, como juez instructor, a don Tomás Quintanar, ministro decano, y se publicó un indulto para que a él se acogieran los seducidos, como lo verificaron 1.400.

La conducta de Oráa en estos acontecimientos, merecía otra recompensa que la del relevo del mando, al que no contribuyeron poco los agentes que los enemigos de España tenían en Madrid.

 

REBELIÓN MILITAR EN MALATE

CXV

El fin de Apolinario no fue el de su causa, que aun tenía ocultos partidarios la emancipación de las islas, que promovieron en Enero de 1843 la insurrección en que se declararon las tropas acuarteladas en el arrabal de Malate, en Manila, contando afiliados en casi todos los cuerpos que guarnecían la capital, excepto en el del Infante. Acaudillados los sediciosos por el sargento indígena Samaniego, se apoderaron de la ciudadela de Santiago, protegiéndoles la guardia del regimiento del Príncipe que cubría este punto; apagaron las lámparas de las cuadras, hirieron y mataron a los oficiales que estaban de servicio, se dirigieron por la playa al foso y compuertas inmediatas al malecón de la izquierda del río Pasig, les arrojó el centinela una escala de caña, por la que subió Samaniego y 80 hombres; y los 45 de la guardia, seducidos por el sargento Juan Práxedes, asesinaron a los oficiales y se unieron a la sedición, que adquirió el punto más fuerte de Manila y un gran centro de defensa.

En grande apuro puso este suceso a las autoridades, por la topografía de la ciudad y situación de los sublevados; pero acudieron solícitas al remedio; dictó Oráa las más acertadas disposiciones, bien secundadas por sus subalternos; ocupó activo el comandante Iparraguirre el cuartel de Malate, donde comenzó la insurrección, y después de haber rechazado los rebeldes el perdón con que se les brindó, al despuntar la aurora del 21 anunció el estampido del cañón el principio de la lucha; se traba cruenta, excitan los rebeldes a los indígenas a tomar parte en la rebelión, prometiéndoles que pronto tendrían un rey indio; no se les unen; se defienden aquellos con desesperación, y despreciando la vida 40 artilleros, dirigidos por el ayudante Jáuregui, los dos sargentos Sánchez y el cadete Ordovas, se lanzaron a la bayoneta sobre el baluarte de San Miguel, desalojaron a sus defensores, y se enseñorearon de él y del de San Francisco. Replegáronse los vencidos al baluarte de Santa Bárbara, decididos a morir antes que rendirse, cuando un súbito y aterrador estampido llenó el espacio de humo, anunció la voladura del repuesto de municiones, e introdujo la confusión entre los insurrectos. A poco el teniente Rey y el brigadier La Iglesia con tropas del Infante, Asia y Príncipe, y algunos pai­sanos españoles, cuya lealtad llevaba al peligro, penetraban a paso de carga por la puerta del baluarte, cuyos defensores, sobrecogidos por el incendio, que impulsado por el viento elevaba sus gigantescos brazos hacia el otro baluarte, y acosados por las tropas, se descolgaron por la muralla. Persiguióles la caballería, apostada en la playa de Santa Lucía; hizo 22 prisioneros y 29 el capitán del puerto, con buen número de paisanos por sospechas, áaquienes se dio pocos días después libertad por inocentes.

Exterminada la rebelión, quedaba un gran peligro, que amenazaba a la mayor y más rica parte de la capital. El incendio de Santa Bárbara se aproximaba al gran almacén de pólvora. Trabajaban los ingenieros en la extinción de aquel cuando los soldados del Infante que tantas pruebas habían dado de lealtad y valor, subieron al sitio del incendio, arrostrando un riesgo inminente, y tales y tan activos servicios prestaron que extinguieron el fuego.

Constituida una comisión militar para averiguar las causas de la rebelión y juzgar a los presos, se comprendió que era una consecuencia de la de Tayabas, por ser naturales de aquella provincia y de la Laguna casi todos los individuos del regimiento sublevado, y se supo que un sujeto titulado auxiliador, cabeza del movimiento y futuro rey de los indios, había repartido dinero á la tropa y ofrecido a Samaniego 5.000 pesos y el empleo que eligiese, con otras grandes promesas a sus compañeros de armas, si cuando su regimiento guarneciese la fortaleza de Santiago, se apoderaba de él, establecía allí el núcleo de la sedición, tomaba Manila y capturaba a las autoridades, en cuya empresa le protegerían grandes cuadrillas de Tulisanes (ladrones) procedentes de los montes de San Mateo. Prendióse a varios paisanos, iniciado alguno de ellos en casi todas las conspiraciones que se habían urdido en Manila desde 1820, y terminada el 6 de Febrero la causa, fueron sentenciados 81 a la pena de muerte en garrote vil, cuya pena, por falta de aparatos, se conmutó en la de ser fusilados, como lo fueron en los días 9 y 11; a los sargentos Samaniego y Práxedes debía cortar el verdugo la mano derecha antes de ir al garrote; así se hizo con el primero, y al irse a notificar la sentencia a Práxedes, el fiscal don Nicolás Enrile solicitó se suspendiese la ejecución hasta evacuar varias citas y careos de la mayor importancia, accediendo Oráa a ello, aunque previniendo que terminadas las diligencias, se le diese inmediatamente conocimiento para ejecutar la sentencia. Cesó en su mando antes que esto sucediese.

 

CAPITANES GENERALES DE FILIPINAS

CXVI

La separación de multitud de oficiales de la guarnición de las islas, casi todos casados y con familia, y las no muy acertadas disposiciones que se tomaban en Madrid sobre los asuntos de aquella apartada región, si no producían conflictos como los que acabamos de reseñar, ocasionaban profundo disgusto en todas las clases, y justas alarmas.

Reemplazado Oráa por el general Alcalá, llegó éste en bien deplorable estado a Manila el 9 de Junio de 1843, tomando á los tres días un mando que ejerció poco más de un año, reemplazándole el general Clavería.

El digno comportamiento de Alcalá, no era bastante para conservar a aquella auto­ridad celosa; bastaba que hubiera sido puesto por Espartero. Esto no pudo menos de disgustarle grandemente, y en cuanto recibió la orden de su relevo y vio que los señores Apodaca y D’Olaverriague iban ganando horas a reclamar sus respectivos mandos para anticiparse algunos días al nuevo capitán general, entregó la comandancia de marina y del apostadero al brigadier Bocalan: al dar parte de esto decía: «No hay género de sacrificio que yo no esté dispuesto a hacer, cuando el servicio de la nación lo requiere, y no es en verdad el más pequeño de los que he hecho en el discurso de mi vida, el de conservar un momento el mando superior de estas islas después de tan bochornoso despojo: bochornoso he dicho, y no para quien, porque me lisonjeo de que la inmensa mayoría de la gente pensadora del país, cualquiera que sea su origen y color, hace la debida justicia a mí y al ministerio que acaba de poner la renta que sostiene en su mayor parte las obligaciones de estas cajas, en manos de uno de los sujetos más generalmente desacreditados en Filipinas, por ser pariente muy cercano del presidente del Consejo de ministros. Dios, etc.—Manila 1.° de Junio de 1844. —Excmo. señor. — Francisco Alcalá.—Excelentísimo señor Secretario de Estado y del despacho de la guerra».

En vista de esta comunicación se mandó que inmediatamente que el general Alcalá se presentara en la Península, se le arrestara y formara causa con arreglo a ordenanza, por la manera insubordinada e irreverente con que se expresaba; pero avisado al llegar a Malta, pudo eludir el arresto marchando a Francia.

Bien recibido el general Clavería, fue aplaudida su alocución al pueblo filipino, al encargarse del mando el 16 de Julio del 1844, así como su determinación de deponer al intendente D’Olaverriague y Blanco.

«Filipinos: La reina nuestra señora doña Isabel II luego que ha sido declarada mayor de edad y empezado a regir la nación, se ha acordado de vosotros y me envía para gobernaros con arreglo a las leyes. Las instrucciones que se ha servido darme y sus primeras reales disposiciones, todas tienden a vuestro bien, por que S. M. os ama como a todos sus súbditos: todos tienen igual acogida y protección bajo su real trono; y yo, intérprete fiel de los sentimientos de S. M., no omitiré medios de llenarlos cumplidamente. Mis trabajos v desvelos serán por vosotros y para vosotros, en honor de la patria y de la reina.

¡Filipinos! Si pudieseis echar una ojeada sobre el res­to del globo; si comparaseis la fertilidad de vuestras amenas campiñas con tantas otras que apenas pueden hacer fructificar el sudor del hombre; la tranquilidad que gozáis con las turbulencias políticas de otros Estados; la calma de vuestras conciencias, guiadas por la santidad de nuestra religión, con la agitación de las que apenas conocen frenos; y últimamente, si os cercioraseis de que sois el pueblo del mundo civilizado que menos contribuciones paga para cubrir las cargas del Estado de que depende, conoceríais toda la felicidad que disfrutáis. Mas aún pueden aumentarse si os dedicáis a adquirir mayor suma de bienes con vuestro trabajo. De vosotros depende sólo: os convida este privilegiado suelo; S. M. os estimula quitando trabas al desarrollo de vuestra industria, al fomento de vuestra agricultura, a la generalización del comercio. Recientes determinaciones os lo prueban, y otras seguirán igualmente favorables.

Ea, pues, filipinos, entregaos activa y decididamente a trabajos productivos; sed fieles y obedientes al gobierno de la angélica reina que el cielo nos ha dado, y veréis crecer vuestros hijos al abrigo de las leyes protectoras que os rigen. Ya el digno general a quien relevo ha empezado a abrir las fuentes de la prosperidad del país; yo continuaré su obra, y me contemplaré feliz si al cesar mi administración he podido llenar mis deseos, marchando a manifestar a los pies del trono, que he dejado las Filipinas ricas, florecientes y tranquilas.

Manila 16 de Julio de 1844. —Narciso Claveria».

 

ISLADE CUBA VALDÉS Y O’DONNELL

CXVII

AL de la isla de Cuba el honrado don Jerónimo Valdés, desde el 18 de Marzo de 1841 hasta el 15 de Setiembre de 1843, en que entregó el mando al comandante general del apostadero, Ulloa, mientras llegaba el general O’Donnell, dejó gratos recuerdos en todos por su benignidad y justificación; mejoró el trato de la raza negra, lo que no pudo conseguir Floridablanca; rehusó participar de las exorbitantes ganancias que sus antecesores habían reportado siempre del tráfico de esclavos, muy disminuido durante su mando; dio completa libertad A muchos, y su comportamiento E integridad mereció públicos elogios del gobierno inglés, y los aplausos de la Cámara, A pesar de lo que contrarió las altivas exigencias de Inglaterra, especialmente la de la pesquisa para averi­guar el número de esclavos que se hubiese introducido contra el tenor de los tratados. Sin embargo de este proceder notorio, es relevado para satisfacer exigencias políticas, y se declaraba que el gobierno «no ha podido menos de penetrarse, de que así sus principios como sus providencias... justificaban el público concepto que dicho general ha merecido en todas épocas por su conducta leal y patriótica, y demuestran a la vez de un modo terminante que ha comprendido en toda su extensión el estado especial y crítico de nuestras posesiones ultramarinas, y los medios que en circunstancias difíciles, como las que atravesamos, se deben emplear para evitar toda especie de novedades y cambios que pudieran conducirlas a su última ruina... que estaba plenamente satisfecho de la con­ducta observada, siendo de consiguiente de su aprobación, todas las medidas que con tanta previsión y acierto había dictado para asegurar la posesión, el orden y la tranqui­lidad en el distrito que estaba confiado a su cargo, y que como una prueba del aprecio que le merecía un comportamiento tan señalado y patriótico, a más de darle las gracias en nombre de S. M., quedasen archivadas en aquella capitanía general ambas comunicaciones—dos de Valdés, a las que se contestaba—para que si, contra lo que es de esperar, volvieran a ocurrir casos semejantes, trazaran a sus sucesores la marcha que habían de seguir».

Repuesto también el conde de Villanueva en la intendencia de la Habana, indiscretos amigos alentaron demostraciones desusadas en Cuba, ofensivas a la metrópoli, y miradas con gran disgusto por el comercio de la isla.

En 20 de Noviembre se encargó don Leopoldo O’Donnell del mando de la Isla, y al leer las prevenciones qué le dejó Valdés, comprendió lo que importaba observarlas. En ellas veía lo obligado que estaba como autoridad superior, a impedir que se reflejasen allí las conmociones políticas de la metrópoli; a tener en prudente y no excesiva sujeción a la prensa política, concediendo amplitud a la literaria e instructiva, a conservar el ejército subordinado y con buenos jefes obedientes al poder, siempre concentrado para evitar peligrosas intrusiones; a vigilar la instrucción pública, impidiendo se convirtiese en dañosa, para lo cual debía contener la tendencia, ya manifestada, en personas de patriotismo dudoso, así en la universidad como en los colegios particulares; y a no dejar de tener presente que en la Isla no todos eran buenos españoles, pues en los hijos del país los había capaces de todo sacrificio por la emancipación, de quienes debía librarse con grande astucia la autoridad, porque ellos pondrían en acción hasta los medios más inverosímiles para envolverla y ganar terreno en el camino de sus propósitos. Tales eran en sustancia las instrucciones que firmó Valdés el 18 de Setiembre de 1843, tan estimadas por O’Donnell, que comprendió desde luego que tenía que hacer frente a los enemigos de la integridad española que hacían circular clandestinamente impresos subversivos, confeccionados en Madrid y en los Estados Unidos.

Eran los precursores de las sublevaciones que se fraguaban, habiéndose manifestado antes conatos en el ingenio de Arratia, partido Macuriges, y en el de Lagunillas en el cafetal Perseverancia, impidiéndose la realización de algunos planes con la prisión del mulato libre José Mitchel, protegido del famoso inglés Turnbull, del negro Zamorano y de oíros, cuya sentencia de muerte firmó don Narciso López que la sufrió después por la misma causa; mas no aquellos, que les fue permutada por la de presidio.

 

INSURRECCIÓN NEGRERA

CXVIII

A algunas leguas de Matanzas, en el ingenio Triunvirato, se sublevaron los negros en los primeros días de Noviembre (1843); recorrieron las fincas el Acana, la Concepción, San Miguel y San Lorenzo aclamando «muerte, fuego y libertad», cumpliendo perfectamente las dos primeras palabras, y aumentando sus filas con individuos de las dotaciones de dichos ingenios: perseguidos, alcanzados en la mañana del 6 en las fábricas y batey de San Rafael, de don Felipe Mena, y a pesar de la resistencia que opusieron, les derrotó la partida de lanceros del Rey y varios paisanos, causándoles 50 muertos, 07 prisioneros y dispersando a los demás por los montes y cañaverales, paro ser capturados después.

Culpóse de esta insurrección a los maquinistas ingleses de los ingenios; y ya fueran estas u otras causas, no escaseaban las víctimas que por su culpa inmolaban los consejos de guerra. Pero los negros no aparecían ni batidos, ni sumisos; y este hecho, unido a lo reciente que aun estaba el escarmiento de Bemba, hacía más temido el nuevo acontecimiento, sospechándose la existencia de algún vasto plan, que demostraron los negros de algunos ingenios limítrofes a los del último alzamiento, negándose a trabajar porque eran libres; descubriéndose que una cuadrilla de cimarrones, capitaneados por el valiente y entendido negro José Dolores, pretendía libertar los esclavos del ingenio Alcancía, presos a consecuencia del motín de Bemba, sublevados en Marzo anterior, incendiando cañaverales y matando a algunos blancos, y averiguándose que se proyectaba un alzamiento en masa desde el partido de Ceiba-Mocha hasta el de Cimarrones, una extensión de 17 a 18 leguas de E. a O. y de 10 a 12 de N. a S., que comprende todas las grandes fincas de la parte oriental de la Habana, lo más poblado de negros de la decidida y belicosa raza de Cucumi, y lo más despoblado de blancos y desprovisto de todo medio de defensa. En este plan entraban criollos y algunos libres. Descubierta la conspiración por una negra, se condenó a los que aparecían más culpables al último suplicio.

Nuevas y poderosas sublevaciones en Matanzas llevaron la desolación por ambas Sagüas hasta Puerto-Principe; y fortuna fue que se descubriera una vastísima conspiración que debiera estallar el jueves o sábado santo, para constituir la república: en la Habana crecía la desconfianza y se aumentaba el temor por los descubrimientos de cada día, que presentaban vastísima la conspiración de los negros, que abarcaba a toda la isla. Castigábase horriblemente a los que se descubría, se quemaba a algunos después de fusilados, lo cual era un lujo de crueldad que no imponía; pues los negros del ingenio de Quevedo debieron levantarse el 11 de Febrero, lo cual impidió la inesperada llegada de algunos blancos, descubrióse el plan casualmente, le confesaron, y que su intento era matar a los blancos y llevarlo todo a sangre y fuego, y al preguntarles que donde habían formado el plan, contestaron que en la Sabanilla, al presenciar la ejecución de sus compañeros.

Los cubanos se quejaban de que no se previniesen estos males con los grandes medios de que las autoridades disponían, pues, no bastaba sólo con fusilar; y no pocos se lamentaban de que siendo los negros los ene­migos de los blancos, se permitiera la entrada de repetidos y grandes cargamentos de aquellos, faltando a los tratados; dándose el caso, raro por cierto basta entonces, de que un solo bergantín condujera 1.130 negros, y esto cuando más importaba el aumento de la población blanca, por la que todos clamaban para el fomento y aun conservación de aquel país, aun cuando también se hallaron blancos complicados en la conspiración; pero eran los menos, por ser los principales agentes libertos de color. Así que no se conspiraba por la abolición de la esclavitud, sino por la independencia de Cuba, para hacerla republicana, y dependiente después de otra nación. Sobre 200.000 libertos existían a la sazón en la isla, y de éstos y de todas las clases estaban en casi su totalidad complicados en la conspiración de Matanzas, en la que apareció como el principal agente el ex-cónsul inglés Mr. David Turnbull, que no dejó en el país los más gratos recuerdos. Llegaron a ser las cárceles insuficientes para tanto preso, a pesar de la actividad con que obraban algunas comisiones militares; empezaron a hacerse ejecuciones, y en Güines se descubrió una nueva conspiración para salvar á los compañeros presos en Matanzas, para lo cual había que tomar antes aquella plaza.

Entre las once ejecuciones verificadas en Matanzas el 28 de Junio, fue dolorosa la del joven Gabriel de la Concepción Valdés, conocido por Plácido, de brillante imaginación, poeta, y tan querido y apreciado de los principales jóvenes de la Habana, que le compra­ron su libertad.

La conspiración se componía al principio de dos partidos; el primero de la clase de pardos con el objeto de arrancar algunas concesiones que mejorasen la condición social de los libertos de esta especie, apoyándose en los negros cuya esclavitud se abolía y el segundo de individuos de estos mismos, cuya raza libre calculó no tenerle cuenta la conspiración en los términos que se indicaba, pues no mejoraban en posición, y sí únicamente la clase de pardos y la de negros esclavos. Se concilian ambos partidos, y se resuelven a un proyecto de insurrección de sangre y exterminio de todos los blancos, habiéndose decidido a adoptar tal temperamento el partido moderado de la clase de pardos, por haber meditado no podían contrarrestar el furioso y exaltado de los negros, por ser este muy superior en fuerzas. Aprestáronse, pues, a lo más exagerado, y en breve tiempo eran millares los afiliados; contando, según las declaraciones que obran en el proceso, con la ayuda y protección de fuerzas extranjeras, que al sentir de los mismos conspiradores y según las promesas que les hicieron los agentes de Turnbull, debían introducirse por distintos puntos del litoral, tan pronto como hubiera comenzado la revolución, cuyo rompimiento en la ciudad, se ve­rificaría cuando estuviesen próximas a ella las inmensas negradas del campo, y se in­cendiase la gran casa de madera del licenciado don Antonio María Lazcano.

Una negra y el sargento de morenos Erice, que se suicidó después, descubrieron aquella vasta conspiración, que tantas desgracias produjo, fusilándose a poco a otros en el distrito de Alacranes y en la jurisdicción de Cimarrones.

La causa de la libertad de los esclavos y la de Cuba, tenía ya sus mártires: funesto precedente.

Los castigos, sin embargo, sirvieron de escarmiento, se contuvieron las conspiraciones y se trató de hacer propaganda por diferentes medios.