|  | HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE ESPAÑA. ANALES DE LA GUERRA CIVIL: 1833 - 1886LIBRO PRIMERO . LA COALICION TRIUNFANTE
             MANIFIESTO DE ESPARTERO
                   C
                   El mismo día de la
              apertura de las Cortes, en el que concluía legalmente la regencia del general
              Espartero, publicó este el siguiente documento, que era la verdadera expresión
              de sus siempre honrados sentimientos, de su sagrado respeto a la ley:
                   EL DUQUE DE LA VICTORIA A
              LOS ESPAÑOLES
                   El día 10 de Octubre de
              1841 es el se balado por la ley fundamental de la monarquía para que S. M la
              reina doña Isabel II entre constitucionalmente a gobernar el reino: en él,
              cumpliendo con una deuda de lealtad, de honor y de conciencia, debería poder en
              bus augustas manos la autoridad real que las Cortes, en uso de su prerrogativa
              constitucional, depositaron en las mías. Desde que el voto nacional me arrebató
              entre mis conciudadanos para honrarme ensalzándome a la regencia, deseaba que
              llegase este día, el más satisfactorio de mi vida pública, en el que de la
              cumbre del poder supremo debía descender a la tranquilidad del hogar domestico,
              consagrando mis últimas palabras a la gloriosa bandera de la Constitución, que
              el pueblo había enarbolado para reconquistar su libertad, y que dos veces en
              este siglo, a costa de torrentes de sangre, había salvado la dinastía de sus
              reyes. La Providencia se ha negado a mis votos y a mis esperanzas, y en vez de
              hablaros en medio de la ceremonia de un acto augusto y solemne, os dirijo mi
              voz desde el destierro.
                   El mundo entero sabe que
              jamás ha habido más libre, más franca y más general discusión que la que precedió
              a mi nombramiento de Regente. Acepté, españoles, este cargo, no como una corona
              moral concedida por victorias, sino como un trofeo que el pueblo había puesto
              en la bandera de la libertad. Fiel observador de las leyes, jamás las
              quebranté, nada omití para hacer la felicidad del pueblo; cuantas leyes me
              presentaron las Cortes, fueron sancionadas sin dilación; el ejercicio de la
              acción de la justicia fue independiente del gobierno, que jamás usurpó las
              funciones de los demás poderes públicos; y todos los manantiales de riqueza y
              prosperidad recibieron el impulso y protección que las circunstancias
              permitieron. Si alguna vez para conservar el imperio de las leyes tuve que
              apelar a medidas fuertes, la justicia, no el gobierno, decidió de la suerte de
              los desgraciados. No descenderé a los pormenores de mi conducta como Regente;
              la historia me hará justicia; yo me someto a su inflexible fallo; ella dirá con
              una imparcialidad, difícil en mis contemporáneos, si tuve otra aspiración más
              que el bien de mi patria, ni otro pensamiento que el de entregar en este día a
              la reina doña Isabel II una nación próspera dentro y respetada fuera; ella dirá
              si en medio de las agitadas luchas de los partidos, seguí otra divisa más que
              la de salvar la libertad, el trono y la ley, del encontrado vaivén de las
              pasiones; ella podrá decir las causas que detuvieron la realización de muchas
              útiles reformas. Cuando se prepararon nuevos disturbios, nada omití en el
              circulo de las leyes para evitarlos: no volveré la vista atrás; no trazaré el
              cuadro triste de funestos acontecimientos que todos lamentamos, y que,
              dejándome sin medios para resistir, me obligaron a tomar asilo en un país
              hospitalario, protestando antes en nombre de la santidad de las leyes y de la
              justicia de su causa.
                   Protesté, españoles, no
              por miras de una ambición que jamás he abrigado, sino porque así cumplía a la
              dignidad de la nación y a la de la corona. Representante constitucional del
              trono, no podía ver en silencio destruir el principio monárquico: depositario
              de la autoridad real, debía defenderla de los tiros que se le dirigían,
              personificando el poder ejecutivo, estaba en el deber de levantar la voz cuando
              veía hacer pedazos todas las leyes. Mi protesta tenía por objeto evitar el
              funesto precedente de convenir en nombre del trono en su destrucción; no era un
              grito de guerra, no hablaba a las pasiones ni a los partidos; era la exposición
              sencilla de un hecho, una defensa de los principios y una apelación a la
              posteridad. Alejado de vosotros, no ha habido un gemido en el reino que no haya
              tenido eco en mi corazón; no ha habido una víctima que no haya encontrado
              compasión en mi alma.
                   Cuando llegue el día feliz
              en que pueda regresar a mi querida patria, hijo del pueblo volveré a
              confundirme en las filas del pueblo, sin odios y sin reminiscencias: satisfecho
              de la parte que me ha cabido para darle la libertad, me limitaré en mi condición
              privado a gozar de sus beneficios; mas en el caso de peligrar las instituciones
              que la nación se ha dado, la patria, a cuya voz jamás he ensordecido, me
              encontrará siempre dispuesto a sacrificarme en sus aras. Y si en los
              insondables decretos de la Providencia está escrito que debo morir en el
              ostracismo, resignado con mi suerte, haré hasta el último suspiro fervientes
              votos por la independencia, por la libertad y por la gloria de mi patria.
               Londres 10 de Octubre de
              1814.—El Duque de la Victoria.»
                   
               JUNTA Y CONSPIRACIÓN
              PROGRESISTA
                   CI
                   
               El partido progresista,
              que tenia la convicción de su fuerza, aunque no la evidencia de algunos
              errores, no se daba por vencido, y lo estaba. Solo cuando vio que se trataba de
              anularle persiguiéndole, no hallando muy expeditos los caminos legales, trató de
              defenderse conspirando. Se formó en Madrid una junta en Octubre de 1843,
              presidida por don Álvaro Gómez Becerra, a la que pertenecían entonces los no
              coaligados; y como los sucesos son siempre superiores a todas las prevenciones
              humanas, amplióse en Diciembre, componiéndola ya los
              dos elementos en que se había dividido el partido. Continuó Becerra con la
              presidencia, y formaron parte de la junta don José Olózaga, don Francisco Laberon, don Domingo Velo y algún otro de esta fracción;
              que desde entonces fraternizaron con el marqués de Camacho, Keisser,
              Cordero y algunos más de los llamados ayacuchos,
              ampliándose con el elemento joven, en el que se encontraba don Ricardo Muñiz,
              que llevó a la junta audancia y actividad.
               Para dar participación en
              los trabajos a los emigrados; encomendó los de París, a Mendízabal;
              los de Burdeos, a don Dionisio Capaz y otros; los de Lisboa a don Facundo
              Infante y don Martin Iriarte, y los de Londres, a don Salustiano Olózaga, don
              Pedro Gómez de Laserna, don Ignacio Garrea y demás que estaban al lado del
              duque de la Victoria.
               Se establecieron también
              juntas provinciales y de partido, y trabajos especiales en los regimientos, en
              los que no faltaban amigos.
                   Después de los movimientos
              centralistas de Barcelona, Zaragoza, León y Vigo, ejecutados por los primeros
              coalicionistas desengañados y los amigos de don Álvaro, se preparó el de
              Alicante, al que favorecía el rompimiento de la coalición con motivo de la cuestión
              Olozaga, y entonces los desengañados pusieron en acción los pocos elementos que
              les quedaban, y promovieron los movimientos de Alicante y Cartagena, a los que
              siguieron el desastroso de Zurbano que, como prematuros, y se puede decir
              aislados, concluyeron tan funestamente.
                   Esta desgracias
              desconcertaron y aun aterraron por unos meses al partido progresista; se
              repuso, volvió a la unión, engranando todos los elementos que estaban
              dispersos, y la proyectada reforma de la Constitución le daba una legalidad de
              que carecía, y era buena bandera el código de 1837.
                   Acatando el derecho de
              insurrección, tenía que respetar necesariamente la de 1813, a la cual
              contribuyó más que los que de ella se aprovecharon; era terrible el recuerdo
              por lo funesto de sus consecuencias; pero no se trataba entonces de la mayor o
              menor legalidad de lo sucedido, sino de destruir lo que existía; así que ni los
              rudos golpes sufridos, ni la persecución y ostracismo de sus principales
              personajes, entibiaban su ardor ni disminuían su fe. Se conspiraba en Londres,
              en Gibraltar, en Portugal; no faltaban agentes; se exageraban los elementos con
              que se contaba en Andalucía y en otros puntos; había también sus traidores, que
              siempre abundan, y sobre todo indiscretos, y los brigadieres Ametller, Santa
              Cruz, Ferrer, Martell, Joarizti,Rich,
              Andía (don Manuel) y otros, que estaban en depósitos franceses, al ir a ponerse
              al frente de sus amigos del Ampurdán, fueron detenidos cerca de la frontera o
              internados. Empezaron las prisiones en casi todas las provincias de España, y
              se cometieron las tropelías que son consiguientes, pues si algunos de los
              presos eran conspiradores, se apresó a no pocos inocentes. No se trataba de
              derribar la monarquía, aunque no faltaban quienes a ello aspirasen; sólo se
              quería la formación de una junta central para traer Cortes constituyentes; y
              aun en los mismos trabajos de los conjurados, se veían las tendencias locales
              para establecer en cada provincia, o antiguo reino, su junta, que no hubiera
              facilitado mucho la marcha de la que había de ser necesariamente la que
              gobernara la nación. Los republicanos, que comprendían el desorden que podría
              introducirse, trabajaban para proclamar la república, fundándose en que así se
              establecía una forma de gobierno desde luego y más concreta que la que había de
              tardar algún tiempo en salir de las Constituyentes.
               Los principales autores de
              la conspiración eran todos de primera fila, y entre los agentes los había con
              verdadero y honrado patriotismo; abundando esos mercaderes políticos a quienes
              lo que les faltaba de instrucción y patriotismo lo suplían con su actividad;
              faltos de prestigio, y con sobra de audacia, a todo se comprometían, cumplían
              poco y medraban mucho, y para ellos el conspirar era un negocio, pues ganando
              conquistaban un empleo, y perdiendo les quedaba la mejor parte de los fondos
              que recibían para conseguir adeptos, comprar armas y municiones, que nunca
              parecían en el número que se habían pagado al agente, y eran estos además
              fecundos en ardides de los que sacaban gran provecho. Merced a estos pólipos
              políticos que tanto han abundado en el partido progresista, por más popular,
              sabía el gobierno que se conspiraba, y estaba alerta, alarmando también al
              ministerio sus agentes, poco escrupulosos en denunciar personas y hechos no
              todos exactos; pero había que mostrar celo por el servicio, era muy elástica la
              conciencia del que la tenía, y aquella gente mercenaria y de baja estofa no
              solía reparar en los medios, aunque causaran la desolación y la ruina de una
              familia honrada.
               Gran contratiempo fue para
              los progresistas la prisión de los emigrados que iban a entrar en Cataluña; y
              aunque esto imposibilitaba, por el pronto al menos, la ejecución de los planes
              dispuestos, no faltaron impacientes temerarios que quisieron producir en
              Barcelona, en la noche del 27 de Octubre una asonada, que fue causa de que redoblara
              el barón de Meer su enérgica vigilancia, como
              autoridad militar: que hasta prohibiera el uso y retención de todo palo cuyo
              grueso excediera de la circunferencia de un real de vellón; que se fusilara a
              cuatro desgraciados primero, y a los cuatro días al oficial don Antonio Sain Just, y se enviara a otros a presidio; se prendiera
              después al brigadier Rubin de Celis, y experimentarán
              los progresistas catalanes, con más fuerza, todo el peso de una autoridad
              severa. Estos contratiempos no entibiaban el ardor de la junta progresista, que
              ya por Marzo había hallado abundantes y buenos elementos en la guarnición de
              Madrid, poniéndolos en mano del entonces coronel don Joaquín de la Gándara.
               Ocurrió a la sazón que den
              Santiago Alonso Cordero, como poco versado en asuntos de esta especie y
              bastante cándido, se dejó sorprender por un sargento de San Fernando, llamado
              Rico, que era un agente del general Córdova, gobernador de la plaza de Madrid.
              El coronel Renjifo, independiente de la junta,
              conspiraba con un capitán de reemplazo, García, varios oficiales en la misma
              situación, y el paisano don José Arilla, que conocía
              al famoso Rico. Estos, con más entusiasmo que prudencia, se entregaron al
              sargento que les ofrecía cuanto ellos le pedían; pero como estaban solos y no tenían
              relación con nadie ni tenían recursos, hubieron de buscar a Cordero como hombre
              liberal y rico, y le presentaron el sargento, el que a su vez presentó uno de
              cada cuerpo. Notando Cordero que fallaba la artillería, le dijo el sargento:
              «mañana vendrá,» y en efecto, el gobernador de la plaza lo facilitó, y al día
              siguiente se completó el cuadro. Entonces Cordero, sin contar todavía con nadie,
              hizo que el teniente coronel Tajuelo reuniera estos sargentos y les hablara, lo
              que sucedió en una casa de la calle de Ministriles, buscada por Rico, y en la
              cual oía escondido toda la conversación el brigadier Rodríguez Soler, que
              mandaba el regimiento de San Fernando, y de quien estaba recibiendo
              instrucciones a cada instante el referido sargento; conviniendo por último en
              que los sargentos querían tener una entrevista con la junta.
               Al día siguiente, Cordero
              llamó a Muñiz, que con Gándara y don Feliciano Polo, llevaban los trabajos de
              la guarnición, si bien no se entendían para nada con los sargentos, y lleno de
              gozo le dijo: «Lo que ustedes tienen no vale nada; yo tengo toda la
              guarnición.» Asombrado quedó Muñíz, que conocía bien cómo estaba cada
              regimiento, al oir esto; y cuando oyó que nada menos
              que 90 sargentos estaban en el secreto, le contestó á Cordero: «pues ya puede
              usted emigrar, porque de fijo ha caído en una celada; déjeme usted, pues,
              examinar a ese sargento Rico, antes de ponerle en relación con más personas, y
              no le digan nada de los jefes y oficiales que juegan en este asunto.»
               Se convino que al día
              siguiente acudiría Rico a casa del señor Regidor, plazuela de Herradores, y Muñíz
              lleno de desconfianza, pasó a ver á Gándara que, como él, creyó que estaban
              siendo objeto de una asechanza.
               Efectivamente, al día
              siguiente a las nueve de la mañana, concurrieron a dicha casa Muñíz, don Alonso
              Gullón, secretario de Cordero, y el referido sargento, que se presentó de
              paisano con un traje nuevo de merino negro, aunque de ropería. En cuanto Muñíz
              lo vio se apercibió de que hablaba con un espía, lo cual confirmó cuando
              escuchó la pretensión del sargento que pedía una entrevista con los señores de
              la junta en una casa fuera de Madrid, saliendo los sargentos por diferentes
              puertas a concurrir todos al punto de reunión, lo cual rechazó Muñíz en
              absoluto, diciéndole: «si usted y sus compañeros obran de buena fe, debe serles
              bastante garantía el señor Gullón, y con nadie más deben entenderse;» a lo que
              repuso que lo pondría en conocimiento de sus camaradas. Después empezó Muñíz
              otro examen más fuerte, que dio por resultado la certeza de lo que sospechaba,
              y fue preguntarle si pertenecía á alguna oficina del cuerpo, y cómo se atrevía a
              vestir de paisano en un punto donde estaba su regimiento; a lo que contestó que
              era sargento primero de la sexta del primero, y que vestía de paisano porque
              tenía una licencia para baños, que mostró en el acto, y que fue su condenación,
              pues estaba escrita y firmada toda de letra del brigadier jefe del regimiento.
              Muñiz, que, como militar que acababa de dejar el servicio, conocía al detalle
              los pormenores de la vida militar, despidió a Rico dándole cita con Gullón para
              la noche, advirtiendo a sus amigos del riesgo en que todos estaban,
              enterándoles de cómo las licencias de la especie que tenía Rico, como todas las
              que se relacionaban con la clase de tropa, solo llevaban el V.°- B.° del coronel, el cual jamás descendía a
              escribirlas de su puño, lo cual puso aquella misma mañana en conocimiento de
              Gándara, que creyó lo mismo, no obstante que también quiso examinar al
              sargento, como lo verificó aquella noche cerca del obelisco del Dos de Mayo,
              donde acudió tan cercado de parejas sospechosas, que ni siquiera se pudo hacer
              con él lo que merecía.
               Viéndose descubierta la
              autoridad militar, procedió inmediatamente a las prisiones, no pudiendo coger a
              Cordero, Gullón, Gándara ni Muñiz por la precaución con que desde entonces
              vivieron, y sí a Renifo, Arilla,
              García, Maiz, Sterliz y Asquerino (don Eduardo)y otros que trataban
              independientemente de la junta con Rico y sus compañeros, ascendidos a
              oficiales.
               El gobierno, demasiado
              celosamente servido por muchos de sus numerosos agentes, no se daba vagar a
              desterrar, prender y someter a consejos de guerra, prescindiendo no pocas veces
              de los tribunales ordinarios, a cuantos progresistas se hacían sospechosos de
              conspirar o eran denunciados, con razón o sin ella, por cualquier enemigo.
              Pocas veces han funcionado en España tantos consejos de guerra, presentándose
              ante algunos más de 50 acusados, como sucedió en el que presidió Córdova para
              fallar la célebre causa de los denunciados por Rico, y en la que a pesar de los
              antecedentes que hemos expuesto, se condenó a muerte a los señores Renjifo, García y Arilla, y a los
              prófugos Cordero y Gullón, a presidio una docena y absueltos los restantes,
              entre los que se hallaba una señora, doña Josefa Salgado.
               Puestos en capilla Renjifo, Arilla y García, los
              periódicos progresistas El Eco, El Espectador y El Clamor Público, que tanta
              parte habían tomado en la defensa de los acusados antes de que recayera el
              terrible fallo, no podían abandonarles en su desgraciada situación, y
              demandaron el perdón á la reina, asociándose a su petición las redacciones de
              La Esperanza, El Tiempo, El Católico y El Heraldo, tomando además una parte
              activa el director de este periódico, señor Sartorius, y el secretario de la
              reina señor Donoso Cortés.
               Aquella exposición de los
              que decían a la reina que «era muy joven aún, y su virtud no podía menos de
              inclinarse a un acto de clemencia; que indultar a los delincuentes era la más
              bella prerrogativa de la corona, y que innumerables familias demandaban la vida
              de aquellos infelices, que también tenían esposas, hijos, patria y
              agradecimiento en el fondo de sus almas, porque esas nuevas ejecuciones no
              hacían falta para salvar a España de disturbios, y las peticiones que
              dirigieron también a S. M. las familias de los interesados y los esfuerzos de
              tantos como se interesaron por su vida, no fueron desatendidas, aun cuando
              innecesarias, porque ya se había otorgado el perdón, que fue bendecido y su
              autora por todos, grandemente ensalzada la clemencia de la reina, y con
              entusiasmo por los periódicos progresistas, diciendo uno: «si Isabel II tiene
              buenos y leales consejeros, puede hacer la felicidad de España».
               La última pena fue
              conmutada con la inmediata, al que fueron en compañía de Tajuelo, Maiz, Sterling y todos los
              militares; hasta la amnistía de 1847.
               Iban ya fusilados por
              delitos políticos, desde 1.° de Diciembre de 1843 hasta 13 de Diciembre del 44,
              doscientos catorce, y aún faltaban Zurbano y otros.
               De la causa de Renjifo y consortes, pasó a la audiencia en pieza separada
              lo que tenía relación con los paisanos, puestos a poco en libertad. Gándara,
              Cordero y Gullón fueron sentenciados a muerte en rebeldía, y permanecieron
              emigrados hasta la amnistía. Muñiz se salvó, porque Rico no tuvo tiempo de
              saber su nombre, y en todo su relato lo nombra siempre «el del gabán azul», el
              cual tuvo buen cuidado de quitarse de en medio por entonces, afeitarse las
              patillas y de este modo, y siendo entonces poco conocido, no se habló más de
              él.
               
               CONTINÚAN LOS TRABAJOS DE
              INSURRECCIÓN—PRONUNCIAMENTO DE ZURBANO.
                   CII
                   Por las anteriores
              vicisitudes no sufrió gran quebranto la junta, que ningún elemento perdió,
              exceptuados los señores Gándara y Cordero que emigraron. Siguieron los
              trabajos, y una indisculpable falta de tacto y de prudencia en el señor
              Sagasti, hizo descubrir los que en Valladolid dirigía el general Lemery; que pudo salvarse milagrosamente emigrando a
              Inglaterra, lo que no logró efectuar su compañero el coronel Bartoli y otros juzgados en Madrid y sentenciados a
              presidio, adonde fueron también el comandante Contreras, del provincial de Avila, y el capitán de la Princesa, señor Calleja.
               Verificóse por este tiempo la
              reconciliación de Olózaga con Espartero, mediante los buenos oficios de don
              Pedro Gómez de la Serna, y se completó la Junta de Madrid, o sea la Central,
              con elementos de ambas procedencias, si bien los trabajos se resentían de
              alguna debilidad por efecto de tantos contratiempos, aunque jamás cesaron. La
              impaciencia de algunos hacía señalar hasta la fecha de pronunciamientos. Otros
              exageraban, como es frecuente, y con el mejor deseo, los elementos con que se
              contaba; Iriarte creía disponer de 10.000 hombres en Galicia, y buscaba dinero
              para desembarcar en la Coruña; a Nogueras le ofrecían en Gibraltar el
              alzamiento de casi toda Andalucía; Lecarte y otros
              contaban con miles de hombres en Madrid; Ovejero y el coronel Falcón,
              presidente el uno y secretario el otro de la junta que formaron en Bayona,
              organizaban fácilmente pronunciamientos, y altercaban y no se entendían
              respecto al tratamiento que habían de dar a Espartero en las comunicaciones que
              le dirigían. Las ilusiones, que es el principal alimento de todo emigrado, eran
              a prueba de los más evidentes desengaños; así que ni el descubrimiento de
              conspiraciones, ni los fusilamientos de uno y la traición de otros, les
              atemorizaban ni les hacían desistir de sus planes.
               Estaba pendiente que
              Zurbano se lanzara en contra del gobierno; pero aquel guerrillero que no se
              hacía ilusiones, decía que no contaba más que con unos 20 hombres y carecía de
              recursos. Mezquinos se le enviaron; mas no le escasearon promesas, y de gente que
              decían esperar una voz de alarma para que muchas provincias se levantaran como
              un solo hombre. Nada de esto veía claro Zurbano; hacía prudentes y acertadas
              reflexiones que eran desoídas y mal interpretadas por los que, desde el
              extranjero, mostraban gran valor; y exigió, por último, que se le asegurase una
              plaza fuerte, pues no tenía gente; se le prometió la de San Sebastián; y como
              se lastimara su valor en la contestación que le dio un célebre ex-ministro, que hacía tiempo murió, ofuscóse Zurbano, y con la seguridad de ir al patíbulo, citó a sus amigos para el 11 de
              Noviembre en la tejera de Ormilla, a un cuarto de
              legua de este pueblo y tres de Haro, y allí se reunieron su hijo don Benito,
              don Cayo Muro, su secretario Baltanas y algunos
              oficiales de reemplazo. De los que se habían comprometido de varios pueblos
              ninguno llegaba, y situado Zurbano con sus amigos en la cúspide de una altura,
              veía correr las últimas horas de la noche sin que nadie pareciese a satisfacer
              la deuda de su honor. La duda infunde sospechas, y estas se convierten en
              realidad cuando el nuevo día lleva a todos aquellos contristados corazones un
              funesto desengaño. Zurbano extiende su catalejo, y después de girarle en
              diferentes direcciones, le baja silencioso, diciendo maquinalmente: traición,
                nos han vendido. La indignación es general y todos la expresan; aún espera
              Zurbano, mira en valde muchas veces, y en una de ellas exclama: ya vienen.
              Era un grupo de unos 40 á 50 hombres de Ezcaray, únicos que acudieron de tantos
              como estaban comprometidos, si bien muchos, encontrando ciertas inexactitudes
              en las últimas comunicaciones de Zurbano, llegaron a dudar estuviese él al
              frente, y acordaron no acudir al llamamiento hasta cerciorarse o verle en
              campaña; influyendo también mucho en este retraimiento la absoluta falta de
              recursos para alimentar a los que iban a exponer su vida en provecho de otros.
               Temeridad consideraba
              Zurbano acometer la empresa con tan escasas fuerzas, y sometió al voto general
              si llevar adelante el compromiso o suspenderle: se emitieron varias opiniones,
              reservó la suya Zurbano, prevaleciendo la de seguir adelante, esperando ser
              secundados, marcharon a Nájera, a una legua sorprendiendo en la madrugada del
              13 a las autoridades. Depuso al ayuntamiento, reemplazándole con el del año
              anterior; se apoderó del alcalde y del juez de primera instancia, a quienes designaba
              la opinión pública como autores de una trama judicial contra varios liberales
              de aquel pueblo presos en Logroño a título de conspiradores— cuya causa se
              sobreseyó después por no resultar cargo alguno contra ellos, — y para castigar
              este abuso de autoridad, les impuso una multa de 3.000 duros, de que les dio
              recibo; y a un celador de policía llamado Orive, odiado por apaleador de los
              liberales de Briones, de donde era natural, en la reacción de 1823, varias
              veces encausado, sentenciado otras a presidio y a la sazón encarcelado por
              procesos de falsedad y perjurio, aun cuando acababa de ser puesto en libertad
              para estorbar la realización de los planes de los progresistas, con los que se
              puso de acuerdo pretextando auxiliarles, y los vendía, le prendió Zurbano y le
              mandó fusilar en las afueras de la ciudad por traidor.
               
               INÚTILES ESFUERZOS. SUCUMBEN LOS PRONUNCIADOS. FUSILAMIENTOS
              DE LA FAMILIA DE ZURBANO Y OTROS.
                   CIII
                   Tenemos manifestado el carácter de esta insurrección, que le evidenció Zurbano
              con las proclamas que imprimió en Nájera, llamando a defender la Constitución
              de 1837:
                 «Soldados y camaradas: Vamos a combatir por cuarta
              vez el despotismo, vamos a hundir para siempre ese azote de la humanidad, mil
              veces peor que el que con sangre liberal ahogasteis en los campos de Navarra.
              Creedlo, soldados: una nación aherrojada que gime bajo la opresión más funesta;
              sin derechos, sin libertad, sin porvenir; conculcado el código venerado que a
              costa de arroyos de sangre plugo al cielo concederla, es lo que tienes a la
              vista: una pandilla bastarda es la árbitra de los destinos e intereses de esta
              magnánima nación, a quien sólo le queda una vida más triste que la misma
              muerte. ¿Diré que no sois sus hijos, porque os han engallado, convirtiéndoos en
              instrumentos de sus planes liberticidas? ¡No! ¿Diré que ignoráis pertenecer a
              ese pueblo oprimido, cuyos derechos estáis encargados de defender? ¡No os haré
              yo tamaña injusticia! A vosotros y su milicia ciudadana os debe la libertad
              que algún tiempo disfrutó; a vosotros, porque esta no existe, es toca recobrar
              y asegurar esa Constitución herida de muerte: que con solemne juramento os
              obligasteis a defender: en ella está la seguridad de vuestras familias e intereses;
              si la dejas perecer, fabricáis las cadenas de vuestra patria para el más ominoso
              de los monopolios. Entre la esclavitud y la libertad de vuestra amada patria,
              no es dudosa la elección: un pequeño esfuerzo os basta para salvarla, porque
              los déspotas son cobardes y no son dignos de mandar jamás una nación tan noble
              como valiente, de la que se han apoderado con la negra infamia de abusar de
              vuestra credulidad, generosidad y buena fé.
               «Me hallo autorizado por la suprema junta central
              para conceder el grado inmediato a todo jefe y oficial que reconocido, vuelva a
              las filas del ejército de la libertad, como para rebajar dos años de servicio a
              los soldados que se presenten de la quinta del 41 y 42, mandando a sus casas a
              los de la última por ser ilegal, no tener facultades el intruso gobierno y
              carecer de la autorización de las Cortes, en la inteligencia que vuestro
              general cumple lo que ofrece.
                   «Soldados y nacionales: Uníos a mis filas, que
              siempre el primero en los peligros, os conduciré orgulloso a la victoria.
                Soldados todos de la libertad; viva la Constitución; viva Isabel II
                constitucional; viva la Junta central; viva el general Espartero; viva la independencia
                nacional.
                 «Nájera 13 de Noviembre de 1844.—Vuestro general y
              camarada, Martín Zurbano.»
                   Se dictó además una disposición gubernativa, que era una verdadera
              restauración progresista, y completa; y aunque en ella hubiera un principio de
              justicia, cuando con las armas se restauraba, la forma elegida por Zurbano era
              tan inconveniente como ineficaz. A la cabeza aquél de un puñado de valientes,
              considerándose jefe del ejército restaurador de la Constitución, dijo a los alcaldes de la
                ciudad y de los pueblos, que debiendo ser las autoridades protectoras de la
                libertad y salvaguardia de los hombres pacíficos y honrados, administrando
                recta justicia, las de España, puestas de real orden por una pandilla bastarda,
                se habían separado de sus sagrados deberes, con desprecio de las leyes y la
                Constitución, dedicándose exclusivamente a la más encarnizada persecución del
                partido liberal, con la infamia, la calumnia y la impostura, por lo cual
                prevenía que, bajo pena de la vida, comunicaran los alcaldes a todos los
                partidos y pueblos de su jurisdicción, que dimitieran sus destinos y empleos
                todas las diputaciones provinciales, jefes políticos, dependientes de policía,
                agentes secretos, jueces de primera instancia, fiscales y ayuntamientos actuales,
                poniendo en posesión in continenti a los que
                fueron nombrados por la libre elección del pueblo, con arreglo al artículo 70
                de la Constitución, y antes de la despótica y ominosa ley de ayuntamientos,
                imponiendo 1.100 ducados de multa al que contraviniere tal disposición,
                aplicables a los gastos de guerra, y pasaría por las armas a los demás
                empleados arriba citados, si no obedecieren; incurriendo en las mismas penas
                todos los que exigiesen a los pueblos contribuciones no votadas por las Cortes.
                 A las pocas horas, uniéndoseles los pocos jóvenes
              progresistas que andaban perseguidos, marcharon todos ordenadamente por Aranzana hacia la sierra de Cameros, sin molestar en los
              pueblos ni exigir raciones, ni mozos, admitiendo sólo a los que voluntariamente
              se presentaban, no sin manifestarles lo arriesgado de la empresa. En las alturas
              del Serradero, próximo a Torrecilla de Cameros, se le
              reunieron su cuñado don Juan Martínez y su hijo don Feliciano, que le entregó
              unos pliegos que leyó en secreto, y era una carta de Narváez dirigida a Zurbano
              por medio del general Oribe, comandante general de Logroño, instándole a que
              desistiera de sus proyectos—ignoraba había empezado a realizarlos,—que estaba
              vendido; le hacia discretas reflexiones y oportunos halagos,  encargando además a Oribe le convidase a comer; ya era tarde.
                 Su resolución, sin embargo, era infructuosa;
              cercado por todas partes de numerosas fuerzas mandadas por Caves, Manzano y
              Bayona, capitán general del distrito, ni podía aumentar su hueste ni eludir la
              persecución, y como por otra parte no atrae amigos la adversidad, tuvieron
              que seguir el 15 por medio la sierra, entre Pajares y Ortigosa: viendo la
              tropa que les perseguía, siguieron a Montenegro, pueblo de Cayo Muro, y después
              de breve descanso y aun de noche, reemprendieron una marcha de vueltas y
              revueltas en medio de una sierra intransitable: permaneció Zurbano un rato en
              la ermita de los Modorios, entregado a muy tristes presentimientos, y en la
                siguiente mañana, no queriendo ocultar su situación, manifestó a su reducida
                gente «que le habían vendido los que acaso más le excitaran al levantamiento;
                que él tenía fe en su causa, y por eso no vaciló en llamarlos a su lado; que
                sentía por ellos le hubiese vuelto la espalda la fortuna para luchar solo
                contra la traición, y que les aconsejaba se retirasen a sus casas, pues como
                agentes secundarios no podían menos de ser indultados.» Negáronse a abandonarle; pero tales fueron sus instancias y ruegos, que a ellos
                accedieron. Zurbano con sus dos hijos Feliciano y Benito, su cuñado, su
                secretario, su amigo Cayo Muro y cuatro o seis oficiales, partieron juntos por
                sendas extraviadas, y a los dos días tuvieron que fraccionarse para mejor evitar
                la persecución. En la mañana del 21 fui preso su cuñado don Juan Martínez por
                los vecinos de Manjarrés, que rondaban por las
                inmediaciones: el encuentro de un caballo reventado en las inmediaciones del
                Puente-Madres, y de otro cansado, con algunas prendas de vestuario del hijo
                menor de Zurbano, denunciaban su presencia en las inmediaciones, y enviadas
                varias columnitas desde Logroño a explorar el terreno, la que mandaba Juan
                Mateo Boleas, de antecedentes muy conocidos en los tribunales de justicia y en
                el carlismo, prendió en unas malezas, con la promesa de cuartel, a don Benito
                Zurbano y al desgraciado Arandia, conducidos a Logroño
                en tan lastimoso estado que produjeron general compasión.
                   Según lo dispuesto por el gobierno, Zurbano y
              cuantos fuesen habidos debían ser  fusilados,
              previa la identidad de las personas, y sin más tiempo que el preciso para
              morir como cristianos, pero fue tan unánime el interés en toda clase de
              personas, para que Oribe suspendiera la ejecución hasta impetrar la clemencia
              de S. M., que accedió, lo cual le costó el destino y que se le formara causa.
              Inútil la condescendencia de Oribe, y hasta el apelar a la reina, que al
              regresar de Atocha con su madre y hermana, se arrojaron a sus pies, diciéndola:
              «¡Señora! perdón para un hijo de Zurbano... para un ilustre defensor de V.
              M... era niño, y su lanza hería la primera en el combate a vuestros enemigos...
              todo os lo ha dado; su reposo, su juventud, su sangre... ¡Señora! perdón para
              un joven de 22 años...» Y en medio de este clamoreo, se oye el golpe de un
              cuerpo que se desploma al suelo, y una voz desgarradora que dice: «¡Clemencia, señora,
              no tengo más que ese hijo!..» Y la infeliz madre cayó a los pies de S. M. Todos
              pidieron clemencia para aquella madre; contestó la reina, se atenderá! se
                atenderá!, mandó llamar a la comisión de Logroño en cuanto subió a la
              cámara, y conmovida S. M. ofreció consultar con sus ministros, prometiendo
              interesarse también la reina madre, que lo ofreció llorando; y aunque el
              Consejo de ministros estaba reunido, no se presentó ni se encontró por ninguna
              parte a su presidente, y el 26 fueron fusilados el hijo de Zurbano, Martínez, Arandia y Aguilar. A los cuatro días experimentaban la
              misma suerte don Feliciano Zurbano, Baltanás y Hervías.
               Zurbano se ocultó en un pajar del término de
              Ortigosa, acompañado de su fiel amigo Cayo Muro, que le cuidaba una fuerte
              inflamación cerebral: pasa tiempo, se le cree salvado, es denunciada su
              existencia, se le encomienda al mismo Boleas su captura, y al quererse fugar
              muro en el camino a Logroño, halló la muerte. Debía haber tenido allí su
              sepultura, y por cruel alarde le llevaron a la ciudad atravesado en una
              caballería y con una piedra de contrapeso. Zurbano enfurecido por lo que se
              hacia con su amigo, y deseando la muerte, siguió a su lado, y juntos entraron
              en Logroño, en medio de una triste soledad que contrastaba con las aclamaciones
              con que tantas veces había sido recibido al regresar victorioso de combatir a
              los enemigos de la reina y de la libertad.
                   Digno y valeroso en sus declaraciones y en la
              capilla, siempre liberal consecuente y honrado en sus opiniones, cuando, al
              marchar al patíbulo le dijeron: ya es la hora de la resignación, replicó indignado: La tengo para la muerte, que jamás me amedrentó; pero no
                para la conducta que conmigo se observa. Soy un general de la nación española,
                y se me han negado consideraciones que no se rehúsan a un facineroso; se me
                han negado los consuelos de la amistad, y hasta se me prohíbe despedirme de mi
                esposa, ¡esto no se hace ni entre sarracenos! No queriendo ser fusilado
              por la espalda, recomendó certera puntería, y descubriéndose, dijo: Soldados,
                servid a vuestra reina con honor; obedeced a vuestros jefes; jamás faltéis a
                vuestros juramentos, muero cumpliendo los míos. Soldados, ¡viva la reina!
                ¡Viva la Constitución del 37! ¡Viva la libertad! Arrojó el gorro al
              aire, despidióse de su confesor, al que entregó
              algunas memorias, se hincó de rodillas, vio en aquel mismo sitio la sangra de
              sus hijos, deudos y amigos, se inundaron de lágrimas sus ojos, y una descarga
              acabó en la mañana del 21 de Enero con el que había adquirido renombre,
              peleando por Isabel II y la libertad.
               
               PROCESO
              DE DON JUAN PRIM
                   CIV
                   Don Juan Prim, que sobrados motivos tenía para
              estar arrepentido de lo que el año anterior hiciera, había demostrado antes su
              disgusto: se le nombró para alejarle de la corte, gobernador de Ceuta; pretextó
              el mal estado de su salud para no gobernar s presidiarios, y se le otorgó después la
                licencia que pidió para viajar por el extranjero, de donde regresó a mediados
                de Octubre de este año, reconciliado ya con los progresistas. A los pocos días
                de su llegada a Madrid, se le presentaron algunos oficiales de San Fernando,
                manifestando tenían orden de su coronel para prenderle, a lo que contestó
                indignado que sólo hecho pedazos saldría de su casa, mientras no se obrase con
                arreglo a ordenanza. Se obtuvo orden formal del gobernador de la plaza;
                condujeron a Prim al cuartel de aquel regimiento, y a los dos días al de
                Guardias de Corps, encerrándole en la torre, sin que en algunas horas se le
                diese ni un taburete para sentarse.
                   Habíase procedido a la prisión de Prim por la
              declaración del comandante don Joaquín Alberni, en
              la que decía a Narváez en un oficio, que se tramaba una conspiración contra su
              persona y otras autoridades para variar la forma de gobierno; que había sido
              invitado él mismo por don Miguel Ferrer y un tal Ventureta;
              que debía darse el golpe el 24 de Octubre por la noche, comenzando por asesinar
              a Narváez, cuando éste se dirigiese al teatro; que todo estaba convenido y
              prevenidas las armas en casa del zapatero Moliá, y
              que se habían ofrecido 20.000 daros como recompensa a los autores de tal
              hazaña. En este escrito, cabeza del proceso, ni indirectamente se mencionaba a
              Prim, y se le hacia figurar como jefe principal de la conjuración.
               Apresuráronse los trámites de la causa,
              sin reparar en irregularidades, y vióse el 4 de
              Noviembre ante el consejo de guerra de oficiales generales y gran concurrencia.
               Resultaba del proceso, que Alberni declaraba que el general Prim había invitado para matar a Narváez al teniente
              don Fermín de Torres, que no quiso comprometerse, y que éste manifestó que el
              conde había solicitado su cooperación para seducir a sus compañeros y a la
              tropa, haciendo indicaciones sobre el proyecto de asesinato. Alberni amplió sus declaraciones, diciendo que el plan
              revolucionario debía ejecutarse al mismo tiempo que en la capital, en varias
              provincias, y especialmente en Barcelona; para donde había marchado
              el brigadier Rubín de Celis; que todo lo dirigía el general Prim, y que él era
              quien había facilitado las armas para matar a Narváez.
               Complicándose el proceso, se prendió a los señores
              Ortega y Sanz, ayudantes del general, y a los paisanos Moliá,
              Ferrer, García, Fernández y Montenegro, habiéndose encontrado en el pozo de la
              casa de Moliá tres trabucos, que declararon algunos
              ser del general, el cual no negó que había tenido unos trabucos, que durante
              su permanencia en el extranjero fueron entregados por su criado al comandante
              Fort, sin que pudiera asegurar fueran los suyos los encontrados en casa de Moliá, ni aunque lo fueran no podía comprender cómo habían
              ido allí; que de todos los acusados, sólo conocía a Ferrer, áa quien hacía tiempo no había tenido ocasión de hablar, y que al comandante Alberni le conoció en el ejército de Cataluña, donde no
              había dejado muy honrosos antecedentes.
               Ortega y Sanz negaron toda participación, y los
              demás acusados; y sin más antecedentes fundó el fiscal su acusación, pidiendo
              con arreglo a la ordenanza, o más bien a lo que prevenía el Colon en su obra
              Juzgados Militares, que aun por indicios puede imponerse pena capital, se aplicara ésta a Prim y a los demás acusados.
               Defendió al conde de Reus el general don Ricardo Schelly, pidiendo se le declarase exento de toda pena,
              reservándole las acciones que por la ley le correspondieran a su completo
              desagravio; se leyeron las defensas de los demás acusados, suspendióse la vista, y después de deliberar el consejo dos horas, anuncióse al público, que volvió a entrar, que en atención a los defectos del sumario y
              a lo incompleto de la causa, se abrieran con urgencia nuevas actuaciones,
              avisándose por los periódicos el señalamiento para la nueva vista, que se
              verificó el 14 del mismo mes, apareciendo las nuevas actuaciones sin más
              fórmulas que las anteriores, descubriéndose seducciones poco dignas, como la de
              Martínez, y efectuándose careos que a ningún rebultado condujeron, no
              pudiendo conseguir Prim el que deseó tener con el testigo Huguet. Se le
              concedió asistir al consejo, al que dijo no se presentaría si sólo se le
              acusase de conspirador, pero atribuyéndosele el infamante de asesino, iba a
              defender su honor, que heredó puro, dijo, y sin mancha, de su padre, y que
              había sido la antorcha que iluminaba siempre los más insignificantes pasos de su vida. En esto
                basó su defensa, en el comportamiento de toda su vida; en su tolerancia con
                todos los partidos; se quejó de la manera como se le había preso, de que ni un
                ruedo para acostarse hubiera en su calabozo, de haberle tenido incomunicado
                hasta aquel instante; explicó sus relaciones con Alberni a quien tanto protegió, pero a quien negó después, por conocer su mala
                conducta, una carta de recomendación, diciendo con este motivo que mal
                confiaría secretos a quien negaba tal favor, al que después, sin embargo, le
                hizo servicios que merecen siempre gratitud; refutó sus acusaciones, la del
                oficial Tomás y del soldado Feliú; la cuestión de los trabucos; negó la
                existencia del comerciante catalán Huguet, y combatió con poderosas razones
                el dictamen fiscal, pidiendo al consejo se le reprendiera como merecía por
                haber faltado a un sagrado deber de justicia e imparcialidad no evacuando las
                citas que hizo, por haber fulminado cargos que no estaban en el procedimiento,
                y por la manera que se había conducido en la causa, sin más ley que su sed de
                sangre. Respecto a su situación dijo, que si no tenía por sus pocos años (eran 29)
                filosofía bastante para soportar con resignación el infortunio, tenía corazón;
                pero tengo una madre, añadió conmovido, tengo hermanos, y al pensarlo que aquella
                desgraciada padecería al ver que pedían la cabeza de su hijo, desfallecen mis
                fuerzas.
                   Reunido toda la noche el consejo de guerra,
              condenó a Prim a seis años de prisión en un castillo y a cuatro a los demás
              acusados.
                   Conducido Prim al castillo de San Sebastián de
              Cádiz, su madre, impulsada por el amor que todas, fue a pedir gracia a Narváez,
              quien sin dejarla pronunciar una palabra ni hacer el menor ademán, la trató
              como merecía una señora de su clase, y fue enseguida a pedir a S. M. el indulto
              para Prim, al que escribió remitiéndosele. Cuanta gratitud mostrara entonces el
              conde de Reus, y la mostró grande, era muy natural en todo corazón de
              levantados sentimientos; lo contrario fuera indign. A
              lo que no se prestó fue á renunciar a su partido.
               Toco después fijó su residencia en Ecija, para la cual pidió su cuartel, y a principios de
              1845 se trasladó a la corte, donde por la fuerza de las circunstancias vino a
              encontrarse en una situación moral muy aflictiva, para con progresistas y
              moderados, y marchó con licencia á Francia.
                   
               HECHO Y
              ANSÓ
                   CV
                   El general Ruiz, ex-presidente de la junta revolucionaria de Cartagena, no podía permanecer en Francia cuando
              sus amigos se lanzaban al combate; y acompañado de Ugarte y otros y con no
              mucha gente, apenas 100, atravesaron los Pirineos y sorprendieron el 16 de
              Noviembre los pueblos de Hecho y Ansó, desarmando a
              su guarnición y fusilando a dos o tres oficiales. Formaron inmediatamente una
              junta compuesta de los dos expresados señores, de don Fernando Madoz, Iñigo,
              Romeo, Navarro, Ballera, Marracó y Cavilé; empezó por instalarse y repartir los cargos, y expidió una circular
              que constituía el episodio de la revolución, que debe ser conocido, y no se
              mostraba débil en las providencias que adoptaba.
               El capitán general de Aragón, don Manuel Bretón,
              que no guardaba contemplaciones con los progresistas, y el comandante general
              de Huesca, don Ramón Anglés, obraron con actividad y
              acierto, y el 23, después de vencer una ligera resistencia en las inmediaciones
              de Hecho, no atreviéndose a hacerla en esta población, la ocuparon las fuerzas
              del gobierno, trasponiendo la
                frontera los pronunciados, que no encontraron el ayuda que en tantas partes se
                les ofreciera.
                   Formóse la correspondiente causa
              sobre estos acontecimientos, y el 3 de Diciembre fueron fusilados once
              desgraciados en Hecho, Siresa y Ansó;
              alguno más sucumbió también, y se indultó a otros; y usando el 27 la reina de
              la prerrogativa que le daba el artículo 47 de la Constitución, conforme con el
              parecer de sus ministros, indultó de toda pena a los complicadas en las últimas
              rebeliones de las provincias de Logroño y de Huesca, exceptuando únicamente
              los jefes y oficiales del ejército, los funcionarios públicos y los
              promovedores principales, sobreseyéndose inmediatamente en las causas formadas
              respecto a los indultados.
               Terminaban unos procesos y se abrían otros, como
              sucedió después en Vitoria con el que fue más ruidoso que importante.
                   
               ORDEN
              PARA FUSILAR A ESPARTERO
                   CVI
                   La tenaz insistencia de los progresistas y el ver
              que en todas partes contaban con elementos, que a haber obrado armónicos hubieran
              triunfado, alarmó al gobierno y le hizo ser inexorable, aun cuando veía que no
              intimidaban las ejecuciones. Temía además a Espartero, pues aunque dio su
              manifiesto del 10 de Octubre, como su nombre servía de bandera a los
              pronunciados, y el tiempo iba haciendo justicia a su legal proceder y a la
              rectitud de sus intenciones, su ostracismo y desgracia, lejos de disminuir
              aumentaba su popularidad; y como también en Londres se conspiraba de acuerdo
              con la junta de Madrid, llegaron al gobierno comunicaciones algún tanto
              exageradas de planes revolucionarios; se le avisó que venía el mismo Espartero
              a ponerse a la cabeza, designándose hasta los trajes con que había de disfrazarse;
              se participó luego su fuga de Londres, y a su virtud se mandó de real orden, y
              en circular muy reservada a todos los capitanes-generales, «que pusieran en
              juego cuantos medios les sugiriera su celo y patriotismo a fin de conseguir la
              aprehensión del expresado ex-general, conseguida la
              cual, debía sufrir la pena de ser pasado por las armas, sin que mediara más
              tiempo entre la captura y la ejecución que el preciso para identificar la persona».
               Véase íntegra la orden:
                   Ministerio de la Guerra.—Circular muy reservada. —
                   Excmo. señor: El gobierno tiene avisos muy fidedignos y semioficiales
              de que don Baldomero Espartero, fugado de Londres, se encuentra a bordo de un
              buque extranjero con intención de desembarcar en el puerto que pueda
              verificarlo según las circunstancias.
                   La reina (Q. D. G), a quien he dado cuenta, me manda
              decir á V. E. que ponga en juego cuantos medios le sugiera su celo y
              patriotismo, a fin de conseguir la aprehensión del expresado ex-general, conseguido lo cual, debe sufrir la pena de ser
              pasado por las armas, sin que medie más tiempo entre la captura y la ejecución
              que el preciso para identificar la persona.—Excuso encarecer a V. E. el
              relevante servicio que al trono y al país prestará el que tenga la suerte de
              capturarle. La rebelión no perdona medio para entronizarse, y la traición
              llega hasta el punto de querer atentar de una manera explícita contra la
              sagrada persona que ocupa el trono, pues sólo así se comprende que el hombre de
              quien se trata se lance a encender la guerra fratricida. La reina y el
              gobierno descansan en la firmeza de sus generales y en la lealtad de las
              tropas que mandan; pero no por eso recomiendo menos a V. E. la actividad, la
              vigilancia y el extremado celo que el estado del país reclama de los
              encargados de conservar la paz y el sosiego público.
               El ex-regente lleva dos
              pasaportes, e igual número de disfraces; uno de oficial de la marina real
              británica, y el otro de comerciante de la Martinica, con sombrero de charol,
              camisa de color, chaqueta azul, pantalón verde-oliva, botas y anteojos. De
              real orden lo digo a V. E. para su conocimiento y efectos consiguientes. Dios,
              etc. Madrid 26 de Noviembre de 1844. Narvaez—Señor
              capitán general de...
               Necesitábamos ver esta orden para comprender lo
              que ofusca la pasión, que no otro inspirador tuvo. Los sucesos que en 1837 y 38
              indispusieron a Narváez con Espartero, no eran motivo para que se vengara el
              primero: pródigo en generosos arranques, el corazón que los tiene, no suele
              abrigar la venganza, y más si la ha efectuado con actos de noble generosidad,
              que valiéndose ruinmente de su poder; solo la pasión, a la que era fácil, y la
              ofuscación tan común en ciertas ocasiones, podían inducir a aconsejar a la
              reina sentenciara a muerte al general Espartero, cuyo nombre es inseparable
              del triunfo de Isabel II sobre don Carlos; es el más culminante de los de la
              historia de nuestros días, y cuando se escriba la universal, citando solo
              grandes hechos, dirá que a la muerte de Fernando VII, pasó la corona a doña
              Isabel II, niña, y disputada por su tío don Carlos, produjo una guerra que duró
              siete años, y acabó el general Espartero. Si se hubiera dado lugar a añadir, el
              cual fue fusilado después por la misma reina sin haber dejado de aclamarla,
              sería una página terrible para la monarquía.
                   
               TRABAJOS
              LEGISLATIVOS
                   CVII
                   El mismo día que el gobierno presentó a las Cortes
              el proyecto de reforma constitucional, el 18, lo hizo en el Senado del que pedía
              le autorizase para arreglar la legislación relativa a los ayuntamientos,
              diputaciones provinciales, gobiernos políticos y consejos provinciales de
              administración, pudiendo ejecutar desde luego las medidas que al efecto
              adoptara, dando después cuenta a las Cortes.
                   A detenido y lucido examen se presta el preámbulo
              que al proyecto precede; estaba en armonía con las ideas que dominaban en el
              gabinete reducidas a robustecer el principio de autoridad, reconcentrándola en
              los jefes políticos como delegados del gobierno, a costa de la que ejercían
              las corporaciones populares, cuyos poderes administrativos se anulaban para
              reducirlos a cuerpos consultivos: a pesar de esto, la comisión que se nombró
              tuvo escrúpulos en autorizar al gobierno a legislar; conferenció con él y
              propuso al fin se le autorizara, no para arreglar la legislación como pedía;
              sino para organizar y fijar las atribuciones de los ayuntamientos.
                   Discutióse dos horas tan importante
              autorización, y no se votó en aquella sesión por falta de número, mas lo fue
              en la siguiente, aprobándose por 76 senadores contra 4.
                   Pasó en seguida al Congreso, más ocupado que el
              Senado en contestar al discurso de la corona y en la reforma de la
              Constitución, y terminada la discusión sobre ésta, presentó la comisión el 5 de
              Diciembre el mismo proyecto que el Senado: pidió el señor Roca de Togores que
              se añadiera la creación del Consejo de Estado como complemento de la organización
              administrativa, cuya enmienda se aprobó no como Consejo de Estado, sino como
              «un cuerpo o consejo supremo administrativo;» se trató también sobre el
              aumento o disminución de ayuntamientos, y de gastos, y Burgos, gran eminencia
              administrativa, combatió con su reconocida competencia la autorización como
              improcedente y por lo desusado de concederla para hacer leyes, cuya forma y
              proporciones se ignoraban, cuando hasta en el régimen absoluto las leyes se discutían
              en consejos y comisiones de personas inteligentes; y no discutiéndose en los
              Cuerpos Colegisladores bajo el régimen representativo, mucho habríase perdido con la variación de instituciones si las
              nuevas no fuesen garantía del acierto, si los diputados no cumplieran su deber
              de discutir las leyes por extensas que fueran. Sin gran discusión fue aprobado
              por unanimidad el dictamen de la comisión con la enmienda del señor Roca de
              Togores, dándose como ley el 1.° del año siguiente.
               Al terminar el año de 1844, aquellas Cortes, en
              las que el partido progresista no tenia representante, pues el señor Orense era algo más avanzado; en las que habían logrado llevar por
                primera vez los absolutistas una oposición que, si pequeña en número, no era indiferente
                  por su valer, aunque se cansó pronto y no estuvo muy acertadamente dirigida;
                    que sin convocarse como Constituyentes, variaron el Código fundamental y autorizaron
                      al gobierno para dar leyes orgánicas, organizando el país por medio de
                        decretos, fueron de verdadera ayuda para el ministerio, aunque no de beneficio
                        para el país.
                         
               HACIENDA.—BANCQS.—ARRIENDO
              DE LA RENTA DE TABACOS.—BONOS. — CONTRATOS Y OPERACIONES RUINOSAS.
                   CVIII
               Al comenzar el año de 1844, hallábase el Tesoro,
              según los datos más exactos, con un descubierto de más de 2.500 millones de reales,
              que era una verdadera deuda flotante, aun cuando de ellos pertenecían a
              la que así se denomina 532.682.094 reales, a cuya sola parte podían imputarse
              los 45 millones anuales de renta perpetua que produjo su conversión en deuda
              consolidada del 3 por 100. Existía también un descubierto de 145.381.000 reales
              por giros sobre las cajas de Ultramar, bajo los casos hipotéticos de que se
              hubiesen girado en 1842 y 43 los 65 millones presupuestos, y de que se satisfaciesen en los mismos igual cantidad de los
              pendientes de pago en 1841; siendo además acreedores del Tesoro por cantidades
              crecidas los pueblos poseedores de cartas de pago de suministros, y las clases
              activas y pasivas, a las que se debían 12 mesadas a las primeras y 18 a las
              segundas. A tan triste cuadro hay que añadir el déficit confesado de los
              presupuestos, que no bajaba de 200 millones anuales, y los quebrantos enormes
              en las negociaciones de fondo.
               En contra quedaron créditos a recaudar por
              711.000.000 procedentes de las contribuciones e impuestos, a cuya suma deben
              aumentarse 39.022.188 reales 7 maravedises por
              derechos de años anteriores.
               Encargado del ministerio de Hacienda el señor
              conde de Santa Olalla, no intentó ni realizó reforma alguna trascendental, atendiendo
              a las obligaciones por el mismo sistema de contratos de anticipaciones de fondos.
              Para llegar recursos ordenó el 8 de Enero a los intendentes promovieran con
              celo la cobranza de los débitos de compradores; de bienes nacionales, que ya
              importaban grandes sumas; el 16 la de los valores que debían entregarse al
              Tesoro por el resultado de contratos anteriores; y si tuviesen que entregar
              libranzas vencidas y no pagadas, pudieran canjear estos valores satisfaciendo
              un 70 por 100 en metálico o el 83 por 100 en cupones de la deuda, y los que
              debían entregar valores de la nueva centralización, los canjearan aprontando
              el 18 por 100 en efectivo y el 82 en cupones de la deuda; pudiendo otros deudores hacer lo mismo, siempre
                que el canje se realizara antes del 1.° de Marzo próximo.
                   Considerando el ministro insuficiente para las
              necesidades de la plaza de Madrid el Banco de San Fernando, y manifestando
              que, para que todas las clases pudieran disfrutar de los beneficios de estas
              instituciones de crédito, que a su decir limitaba el Banco citado, y a fin de
              procurar una concurrencia útil, se creó en Madrid el 25 un Banco de descuentos,
              préstamos, giros y depósitos, bajo la denominación de Banco de Isabel II, con
              un capital de 100 millones de reales, representados por 20.000 acciones a 500
              reales cada una. Los resultados, sin embargo, no correspondieron a los
              propósitos indicados por el gobierno en el preámbulo del decreto, ni a las
              esperanzas del público, aunque alguno de sus fundadores no viera fallidos sus
              interesados cálculos, que dieron qué hacer a los tribunales de justicia, y
              produjeron dolorosas pérdidas en confiados accionistas.
                   El 1.° de Marzo se decretó también el establecimiento
              del Banco de Barcelona, aunque no se circuló hasta Agosto, en cuyo día
              19 se publicó en la Gacela, y los Estatutos por que había de regirse.
               Con intento de disminuir el déficit del presupuesto
              general, se fijó el ministro, o le hicieron fijarse, en la renta del tabaco,
              en progreso creciente cada año su consumo y en disminución sus productos, por
              los infinitos vicios de su administración. En vez de consagrarse a extirparlos
              para elevar esta pingüe renta a la debida altura, aceptó una proposición de
              una compañía de capitalistas, ofreciendo hacerse cargo en participación social
              con la Hacienda pública de la renta del tabaco; y aún cuando no admitía esta
              propuesta la cualidad de ser debatida en subasta, no quiso prescindir de ella
              el Consejo de ministros y se acordó el 20 de Febrero, publicándose las bases
              de la participación social en la adquisición de la hoja, en la elaboración y
              preparación para el consumo y en la expedición y surtido en todo el reino, por
              diez años, pagando la empresa arrendataria 75 millones de reales en cada uno de
              ellos en la Caja de Amortización. Proponíase con esto
              el gobierno el pago de los intereses de las rentas de 3 por 100, anticipando
              desde luego 50 millones en metálico y letras sobre París y Londres, y
              provincias, sobre cuyo anticipo devengaría la empresa el 6 por 100 al año, y se
              reintegraría en los cinco últimos. Llegado el día de la subasta, acudieron a
              ella el Banco de San Fernando, y los señores Jordá, Carriquiri, Salamanca y
              Sevillano, en representación de sus respectivas compañías; y sobre la mayor
              proposición de 86 millones, que era la del señor Sevillano, comenzaron las
              pujas, adjudicándose el remate al señor Salamanca en 110.010.000 reales. El
              resultado era satisfactorio, si se atiende a lo que hasta entonces había
              producido esta renta, que según un quinquenio había sido de 52 millones al año;
              pero ¿de cuánto más no era susceptible? El mismo resultado de la subasta era la
              mayor acusación contra la Hacienda pública; y lo mismo que en esta renta
              sucedía en todas.
               No era de extrañar que siguieran desatendidos los
              servicios públicos, y se considerase como un grande acontecimiento el tratar de
              atender alguno; lo cual sucedió a los ingleses tenedores de bonos del Tesoro
              español, casi olvidados por desatendidos, que en el meeting celebrado el
              27 de Febrero, aceptaron las proposiciones que les hacía el señor Carrasco por
              medio del señor Bermúdez de Castro, cambiando 100 libras de bonos por 166
              libras, 13 shelines y 4 dineros en papel de 3 por
              100, teniendo los primitivos bonos derecho a un 5 por 100. Los acreedores
              ingleses pretendieron en vano conseguir 15 libras y los intereses de 1836 a 40,
              no las 50 de 3 por 100 que en su lugar pidió, conviniéndose en que fueran 45,
              esperando cobrar los intereses. Aquellos señores no creían que España dejase
              de pagar los intereses ofrecidos, que importaban 18 millones de reales al año.
               La junta sindical de Amberes autorizaba al mismo
              tiempo en aquella Bolsa la cotización del 3 por 100 español, de igual modo que
              en París.
                   No era desacertada, hasta cierto punto, la
              liquidación general y definitiva de todos los contratos de anticipación de
              fondos que se hallaban pendientes para hacer efectivos los alcances que
              resultasen a favor del Tesoro, y conocer la verdadera situación del Erario
              público; y mediante que les contratos celebrados con el Banco de San Fernando,
              por su importancia y número convenía ocuparse de ellos independientemente de
              los hechos con particulares, y para acelerar la liquidación, se creó una junta
              encargada de liquidar
                todos y cada uno de los contratos celebrados por el gobierno y el Banco, que
                estuviesen pendientes.
                   Si por una parte se pretendía liquidar estos
              contratos, por otra, para salir de apuros se ejecutaban con particulares
              operaciones tan ruinosas como la siguiente de 10 millones de reales. El
              gobierno da al contratista 10 millones de reales en libranzas contra los
              productos de puertas, pagaderas de uno a diez meses fecha; y el prestamista
              entrega al ministerio:
                   En dinero                                                                                            2.500.000 rs.
                   En letras sobre París y Londres                                                         4.000.000
                   Descuento del 18 por 100 sobre los 10 millones de libranzas      1.800.000
                   En libranzas cuyo curso apenas llegaban a 10 por
              100.                1.700.000
               Total                                                                                                       10.000.000
                   El valor efectivo que recibía el gobierno era el
              siguiente:
                   En dinero                                                                                                 2.500.000
                   En letras sobre París y Londres con el descuento
              de 5 por 100   3.800.000
               En libranzas que valían á 10 por 100                                                    170.000
                   Total                                                                                                         6.470.000
                   La ganancia positiva de los diez meses para el
              prestamista, era de 55 por 100, equivalente a 66 por 100 al año; por la
              sencilla razón de que por 6.470.000 reales que desembolsaba, recibía 10
              millones, y tenía, por lo tanto, un beneficio de 3.530.000 reales.
                   Y esto parecía tolerable en comparación de lo que
              confesó el señor Olivan el 6 de Noviembre en el Congreso; que se hacían o habían
              hecho contratos a más del 70 por 100.
                   Marchó por este tiempo don Jaime Ceriola a París y Londres a negociar un empréstito de 1.000
              millones, propuesto por el ministro de Hacienda, y al tenerse noticias de esto,
              como nada se había publicado acerca de la conversión de bonos del Tesoro, más
              que lo que dijeron los periódicos de París y Londres, se supuso que además de
              la última negociación, que bien pudo haber producido unos 1.000 millones a
              favor del Tesoro, se trataba nuevamente de otro millar.
                   Proponíase, en efecto, un empréstito
              de 1.000 millones de reales nominales en títulos del 3 por 100, garantizado el
              pago de intereses con el producto de la renta de tabacos subastada: los
              intereses se pagarían en Madrid, París, Londres y Amsterdam;
              el precio a 40 por 100, tomando desde luego los proponentes 200 millones de
              reales al 40, con opción hasta 600 millones dentro del plazo de noventa días
              después de firmada la escritura, al 40’1/2 por 100, y el resto en comisión, no
              pudiendo bajar el precio de su venta de 40 por 100. El gobierno abonaría los
              contratantes una comisión da 2 por 100 sobre el valor nominal del empréstito, y
              otras condiciones de las que es inútil nos ocupemos, después de haber dado a
              conocer los más culminantes, porque el ministro, al que se acababa de hacer
              conde de Santa Olaya, cayó con sus compañeros de gabinete y fue sustituido por
              don Alejandro Mon.
               
               LA
              BOLSA
                   CIX
                   La Bolsa fue también objeto de especulaciones y
              jugadas duramente combatidas. Los fondos que el 3 de Enero estaban al 30 por
              100 a 60 por cupón corriente, los cupones no llamados a capitalizar a 59, y así
              sucesivamente otros valores, quiméricas esperanzas que produjeron graves censuras
              contra el ministro de Hacienda, ocasionaron una alza ficticia en todos los
              fondos públicos, llegando el 3 al 40, en cuyo precio, no pudiendo sostenerse,
              como no se sostuvo, ni mucho menos, causó desgracias y despertó más la codicia
              de los jugadores. Criticóse la jugada al alza, cuyo
              origen, progresos y pormenores corrían de boca en boca; se hablaba de enormes
              beneficios, exagerados muchos, realizados por gentes extrañas a estos negocios,
              pero que contaban con valiosas amistades; y hasta se acusó al ministro de haber
              echado mano de los fondos del Tesoro público para violentar el alza.
               Hízose el asunto político; preguntó un periódico
              progresista si el partido moderado hacía suya la responsabilidad de la jugada
              de la bolsa que se estaba verificando y rechazando los moderados su
              participación en manejos electorales, y poniéndose El Heraldo al lado
              de El Eco en este terreno, manifestó que en el alza de los fondos no
              estaban interesados solamente los que tenían relaciones con el ministro de
              Hacienda, sino pertenecientes a todos los partidos políticos.
               
               ADMINISTRACIÓN DEL SEÑOR MON.—RETIRADA DEL CONGRESO
              DE LA FRACCIÓN VILUMA.—PAGOS  CON DOCUMENTOS FALSIFICADOS.
                   CX
                   No era seguramente lisonjero el estado en que el
              nuevo ministro de Haciéndala encontraba empeñadas las rentas en más de 1.000
              millones; las obligaciones del presupuesto con grandes descubiertos; cedida la
              renta del tabaco con los inconvenientes que cada día se hacían más pagables;
              sin recursos apenas, con una deuda dotante abrumadora y a ella hipotecada parte
              importante de los impuestos, no se arredra, sin embargo de no encontrar en el
              Tesoro más que unos 15 millones de reales, de los cuales 12 eran nulos por ser
              de un anticipo de tabacos, que hizo devolver, y de los tres millones existentes
              tuvo que disponer el mismo día.
                   Ascendía a fin de Diciembre de 1843 la Deuda
              flotante a 821.726.752 rs.; y como desde Enero a
              Junio siguiente se continuó el mismo sistema de anticipaciones, a  254.651.248 rs. la
              producida por los contratos de este semestre; entrando de esta última
              cantidad en el Tesoro en metálico y efectos cobrables 158.332.879 rs., y 96 maravedises de valores
              del Tesoro y de la Caja de amortización.
               Considerando Mon necesario y urgente reorganizar la hacienda pública, y no creyendo posible
              verificarlo sin que todas las rentas y contribuciones quedaran libres de los
              giros y obligaciones que las gravaban, se decretó que los créditos procedentes
              de contratos de anticipaciones de fondos al gobierno, se convirtieran en
              títulos de la deuda pública consolidada al 3 por 100 sobre el tipo 35 por 100,
              o sea a razón de 1,000 rs. de valor nominal en
              títulos por cada 350 rs. que recoger el Tesoro en
              dichos créditos, y los intereses concedidos a algunos de estos se abonarían
              hasta el 30 de aquel mes de Junio, acumulándoles a los capitales respectivos.
              No se comprendían en este decreto las libranzas a cargo de las cajas de
              Ultramar, la deuda flotante centralizada, ni los billetes creados por la ley de 29 de Mayo de 1842. Adoptáronse para ello las disposiciones convenientes, y se
                nombró una junta compuesta de los empleados don José María Pérez, don José de
                Mesa y don Felipe Hurtado de Mendoza. Sa entregaron en pago títulos de la deuda
                consolidada del 3 por 100 por valor capital de 1,993.409.494 rs.
                  21 mrs., equivalente a una renta Perpetua de 59
                  802,284 rs. anuos.
                     A este siguió, 1.° de Julio, la rescisión de la
              contrata de tabacos, y con la misma fecha, en vista de que el Tesoro no podía
              verificar por sí las operaciones del giro sin grandes quebrantos, mientras no
              se reorganizase la Hacienda, base del crédito, celebró convenios particulares y
              generales con el Banco Español de San Fernando, a virtud de los cuales abrió
              este establecimiento primeramente al gobierno créditos de 50 a 60 millones
              mensuales, para que contando el Tesoro con este seguro ingreso, arreglase el
              pago de las obligaciones del mejor modo posible, constituyéndose por fin en
              banquero del gobierno, aunque dejando de auxiliar al comercio y la industria.
              El Banco tomaba los productos de todas las contribuciones corrientes y
              atrasadas, salvo las que estuviesen consagradas a objetos especiales .
                   Restablecióse la dirección de rentas estancadas,
              nombrando su director a don José María López, y empezó a pensarse en la necesidad,
              cada vez más apremiante, de la reforma de los aranceles de aduanas; de las que
              la comisión revisora se ocupó con el interés que este asunto ha tenido siempre
              y tiene en el día por lo que tan de cerca interesa al país.
                   Fundáronse grandes esperanzas en la
              gestión del nuevo ministro, se aprobaba lo que había hecho, se divulgaba que
              iba a reformarlo todo para sacar la Hacienda del caos en que se hallaba y al
              Estado de su penuria, y cuando más se lisonjeaban todos en tan bella
              perspectiva, se suspendió la venta de los bienes del clero secular y de las
              comunidades religiosas de monjas, hasta que el gobierno, de acuerdo con las Cortes,
              determinaran lo que conviniese, y que los productos en renta de dichos bienes
              se aplicasen desde luego íntegros al mantenimiento del clero secular y de las
              religiosas. Que había sido infructuosa en algunas partes la contribución de
              culto y clero, que se había resistido su ejecución en otras, que en muchas los
              clamores del clero habían venido a aumentar los apuros del Tesoro público y
              afligido el ánimo de la reina, y la necesidad de la decente y decorosa
              subsistencia del culto y de sus ministros, fueron los motivos expuestos en el
              preámbulo del decreto para tomar tan grave, tan ilegal resolución, porque no
              tenía el gobierno facultades para suspender los efectos de una ley hecha en Cortes;
              y a la gravedad que entrañaba aquella desamortización a tantos y tan
              importantes intenses ligada, atrevíase a hacer un
              cargo a aquellos legisladores, que no sentaba bien en boca de un ministro, que
              faltando a la ley les acusaba de ligeros al decir que era inevitable la suspensión
              de tal venta, hasta que «con mis meditación y detenimiento puedan avenirse y conciliarse
              todos los intereses, sin perjuicio de los fines a que dichos bienes fueron
              aplicados;» y esto sin ocultársele lo peligroso de infundir recelo a los
              poseedores de los bienes que la nación había enajenado y perjudicar a los
              acreedores al Estado, disminuyendo el fondo destinado a la amortización de sus
              créditos. Pero manifestó estar resuelto a respetar los derechos adquiridos, y
              exponiendo otras consideraciones de que nos ocuparíamos si no fueran más que
              pretextos para esforzarse en justificar una medida que no aprobaba
              seguramente el señor Mon, le hacemos esta justicia,
              se doblegaba a una existencia de circunstancias harto graves, y con la que el
              gobierno conjuró por el pronto la reacción absolutista que estuvo a punto de
              triunfar en Barcelona, y satisfacer los sentimientos á que la reina se
              inclinaba, teniendo espacial cuidado en consignar en el decreto «que las reacciones
              no han producido jamás bien alguno a las naciones».
               Se infringió el art. 74 de la Constitución, lastimóse el crédito de la nación, anulando una hipoteca
              sin el previo convenio de ambas partes, y aunque se hizo exclusivamente para
              acallar las exigencias del clero y contribuir a arreglar nuestras diferencias
              con Roma, no se dio por satisfecho aquel respetable cuerpo, pues hizo notar
              que desde la fecha de la rubricación hasta la promulgación del decreto, se
              vendieron 5,602 fincas, y se mofaba de la importancia que los amigos del
              gobierno daban a aquel servicio, que se calificó de mezquino, con que
              pretendían granjearse la voluntad del clero y el favor de la corte de Roma. El
              clero no quería la suspensión, sino la devolución; y esta fue la lucha que se
              entabló en la capital de Cataluña, al ir a ella la corte.
                   El 4 de Diciembre se firmaron los proyectos de
              ley sobre culto y clero, dotación de las religiosas y conversión de la deuda pública; presentáronse al Congreso; leyéronse los dictámenes de la comisión sobre el primero y último proyecto, conforme con
              el gobierno, separándose de la mayoría de la comisión, respecto a la dotación
              de culto y clero, los señores Pacheco y Llorente, que opinaban que la
              recaudación de las cantidades que se asignasen al clero se hicieran bajo la
              inspección del gobierno, y el señor Peña Aguayo, presentó otro voto particular
              variando totalmente el proyecto del gobierno, y proponiendo entre otras cosas
              que se asignasen diferentes contribuciones para el pago del clero catedral y
              parroquial. Viluma y su fracción presentaron una
              enmienda reaccionaria, que era más bien un nuevo proyecto de ley. Esto excitó
              la bilis de Mon, que discutiendo calificó de ratera la manera con que la minoría trataba de introducir sus proyectos, lo cual
              produjo un momento de desorden en el Congreso, pidiendo el marqués de Viluma que se escribieran las palabras del ministro, que le
              absolvieron 110 votos contra 25, y aun cuando luego dió algunas explicaciones, los individuos de la minoría renunciaron al cargo de
              diputados.
               Más que por la palabra del ministro, que al fin la
              retiró, y como dijo el presidente del Consejo, Dios mismo se hubiera dado por
              satisfecho, puede atribuirse aquella renuncia colectiva a su poca afición al
              sistema parlamentario, y a su convicción de que eran inútiles sus esfuerzos
              para hacer triunfar sus ideas, más reaccionarias que liberales.
                   El proyecto de conversión de la deuda se aprobó en
              el Congreso el 21 y pasó al Senado; pero como este proyecto y los demás no fueron
              leyes hasta el año siguiente de 1845, en él las daremos a conocer y su importancia;
              solo diremos que en la famosa conversión de las libranzas se cometieron tales
              abusos, por las que se falsificaron, que llegó a formarse un expediente que se
              hizo célebre y del que nos ocuparemos oportunamente.
                   Entonces, según la nota
              que tenemos a la vista, de puño y letra de un ministro, importaban las
              conversiones con cartas de pago falsificadas bastantes millones de reales, pues
              hubo casa bien conocida que cobró 160 millones; otra 72. Y este mal, o más
              bien este crimen, al que deben su opulencia algunos o sus descendientes que se
              consideran grandes personajes, se continuó cometiendo; pues el mismo señor Mon dijo en pleno Congreso, en su famoso discurso de 3 y 4
              de Noviembre de 1844: 
               «Todavía, señores, hoy día, a pesar de órdenes
              terribles, a pesar de reconvenciones grandes, todavía hoy se están pagando libranzas
              que no debían, y se están burlando de la autoridad del gobierno, porque están
              cubiertas las formalidades; de modo que ya no se puede castigar el fraude:
              conozco una provincia en que se han dado por pagadas libranzas hace mucho
              tiempo, y se están cobrando ahora, y yo no puedo reclamar contra nadie. Tal
              era el estado de desorden que había cuando yo entré en el ministerio».
                   La comisión que había nombrado el señor Carrasco
              para proponer el arreglo del sistema tributario, ya ideado antes por Cantero,
              había presentado sus importantísimos trabajos en el ministerio de Hacienda,
              redactada por don Javier de Burgos la exposición de motivos que explicaba
              sustancialmente los principios adoptados y sus aplicaciones. La comisión se
              propuso reformar y mejorar las rentas, castigar el presupuesto de gastos y
              organizar la administración económica, simplificando la contabilidad; y tomando
              por guía los materiales preparados por el señor Santillan,
              sustituía la comisión a las contribuciones de culto y clero, frutos civiles,
              paja y utensilios, y servicio de Navarra y Provincias Vascongadas, una contribución
              directa sobra el producto de la riqueza inmueble, y sobre la industria. Sus
              bases, asiento, reparto y recaudación, diferenciábanse bastante de los ensayos que hasta entonces se habían hecho en España. Se establecía
              la renta de registro o derecho de hipotecas para comprobar la riqueza
              inmueble, asegurar su posesión y procurar un recurso al Estado. Los trabajos de
              esta comisión fueron notables.
               
               DEUDA
              PÚBLICA
                   CXI
                   La deuda pública de España, que ascendía al
              fallecimiento de Carlos III a unos 2,064 millones y medio, y a poco más de 54
              millones los intereses; al terminar el reinado de Carlos IV a más de 7.000
              millones la primera y de 201 los réditos; que al concluir la guerra de la
              Independencia llegaba a 11.567 millones; y la renta a 212, que se dividió
              después en deuda con interés y sin él; se hicieron arreglos y transacciones que
              no se pudieron cumplir; apareció en 1818, o sea en cuatro años, aumentada la
              deuda en 2.000 millones, y en 44 los intereses, figura ya en 1823 en más de
              17.112 millones. La reacción puso en práctica el sistema iniciado en 1814; no
              reconoció los empréstitos levantados por el gobierno constitucional, aunque era
              el mismo el monarca, y aprobó el de 334 millones de reales que la Regencia de
              Urgel contratara: en 1825 se mandaron convertir las obligaciones emitidas en
              renta Perpetua al 5 por 100 encargando esta operación a don Alejandro Aguado, y
              con pretexto de esta conversión, se fueron vendiendo en las bolsas de París y Amsterdam títulos de renta Perpetua, cuyo líquido producto
              se destinó a cubrir atenciones del Tesoro. Efectuó el gobierno otras
              operaciones para ir cubriendo en parte los déficits de sus presupuestos, y aun
              así, no pudo empezar á satisfacer hasta 1839 los intereses del corto capital en
              deuda consolidada que se había creado, pagándose con puntualidad hasta 1836, a
              pesar de la guerra civil.
               Terminada ésta, se decretó en 1841 la capitalización
              al 3 por 100 de los intereses de la deuda exterior e interior; pero únicamente
              se pudieron pagar los réditos de este nuevo capital, pues los de las rentas
              del 5 y 4 por 100, no se abonaron hasta el arreglo de la deuda en 1851.
                   Había al fin de Diciembre de 1833 en circulación
              más de 8.944 millones en deuda interior y exterior y pendiente de liquidación,
              importando los intereses cerca de 193 millones, y en 1840 era de cerca de
              15.293 millones, y los intereses no satisfechos capitalizares, 1.069 millones
              en números redondos.
                   Al hallarse Mon al
              frente de la hacienda española en 1844, se vio en la necesidad de apelar al
              crédito para desempeñar las rentas hipotecadas, disponiendo la conversión de
              los créditos procedentes de contratos, deuda flotante y libranzas sobre la Ilibana, en renta consolidada al 3 por 100 a diversos
              tipos, ascendiendo la emisión de títulos hechos por este concepto a reales
              vellón nominales 2.003.850.000.
               El 4 de Diciembre firmó el proyecto de ley sobre
              la conversión de la deuda pública que presentó a las Cortes, y aprobaron,
              aunque no fue ley hasta el año siguiente.
                   La deuda consolidada del 3 por 100, que en 1841 se
              cotizaba por termino medio a 21,65 y descendió algo en 1812, lo fue en 1813 a
              25; tuvo grandes oscilaciones en 1811, ascendiendo á más del 30 por 100 el
              término medio de la cotización.
                   
               CULTO Y CLERO.—DEVOLUCIÓN DE BIENES NACIONALES NO
              VENDIDOS, Y SUSPENSIÓN DE VENTAS.
                   CXII
                   Los proyectos de ley sobre culto y clero y dotación
              de las religiosas presentados a las Cortes el 5 de Diciembre, tenían en sí grande
              importancia política y económica; y así fueron considerados. El problema era arduo
              de resolver; había grande interés en reanudar las relaciones con Roma; a
              cándidos y regios escrúpulos se añadían intencionadas exigencias; la
              Administración estaba desordenada; el Tesoro exhausto; el estado del clero era
              precario; tenía derecho indudablemente a ser considerado, y la nación a ser atendida.
               La cuestión, sin embargo, se había prejuzgado al
              mandarse suspender hasta la reunión de las Cortes la venta de los bienes del
              clero secular y de las monjas, aplicando a la dotación de la Iglesia las rentas
              de los no vendidos; cuya medida, no muy legal, fue acogida hasta con desdén por
              aquellos a quienes favorecía, que pretendían se devolviesen los bienes no
              vendidos a las iglesias a que pertenecieron.
                   Los productos en renta de los bienes del clero
              secular, cuya enajenación se suspendió; los rendimientos de las rentas a
              metálico de los de igual procedencia, enajenados ya, y los de la bula de la
              Santa Cruzada, ascendían reunidos todos a 65 millones de reales próximamente,
              que formaban la base de la dotación, considerándolos el gobierno como
              patrimonio natural de la Iglesia; y como había que completar los 159 millones
              que se necesitaban anualmente para la dotación del culto y mantenimiento del
              clero, se prometía contratar con uno de los Bancos públicos el resto, o
              señalarle de las contribuciones públicas, verificando el clero la recaudación, administración
              y distribución de los productos referidos por los medios que el gobierno
              designara, reservándose éste la intervención necesaria para su conocimiento,
              haciéndose la distribución con arreglo a la ley provisional de 1838.
                   Para la dotación de las monjas y culto se aplicaba
              el producto en renta de los bienes, censos y demás acciones aún sin vender,
              pertenecientes a las comunidades de las mismas religiosas; el producto en
              renta de los foros y censos también sin vender de las comunidades religiosas
              de varones, y si hubiese déficit se aplicarían los productos en renta de los
              bienes de las mismas comunidades religiosas de varones.
                   Estos proyectos de ley suprimían virtualmente la
              contribución especial de culto y clero, mal pagada y peor cobrada, y el
              aplicar a este privilegiado objeto otros fondos que entraban en la masa común,
              había de producir un déficit cuantioso y afectar gravemente al conjunto de
              los productos y obligaciones. De aquí lo grave del problema, lo difícil de la
              solución, por el desconcierto que reinaba en la Administración, en la política,
              hasta en las ideas, por lo que hubo de admitirse la de que el proyecto había
              de ser provisional y para un año.
                   Pero aun antes de su discusión hubo borrascas:
              además del voto particular de los señores Llorente y Pacheco y el del señor
              Peña Aguayo, se presentaron varías enmiendas, distinguiéndose por lo
              reaccionaria la que con el marqués de Viluma firmaban
              otros 21; y como no había seguido los trámites que aquellas, dijo el señor Mon, como ya manifestamos, que se pretendía arrancar por
              sorpresa una resolución, presentando un proyecto de una manera ratera, cuya
              palabra, que cayó como una bomba, produjo la gran confusión, que originó la
              retirada de los vilumistas, aunque el ministro de
              Hacienda explicó satisfactoriamente sus palabras.
               Las Cortes entregaron al fin a las monjas la
              administración de una gran cuantía de bienes y derechos nacionales, a semejanza
              de lo que se había hecho con el clero; y como en una enmienda incorporada al
              proyecto se suponía la existencia de casas religiosas no desposeídas, no se hizo novedad en cuanto a aquellos conventos que conservaron el dominio y
              disfrute de sus respectivas dotaciones.
               Respetuosos nosotros con el clero, y deseando su
              bien, deseamos también el de la patria de la que forman parte y a la que debemos
              amar. No es posible que haya un Estado dentro de otro Estado. El gobierno y
              las Cortes parecían estar ofuscados, cegados por la pasión política, por el
              interés del momento, olvidando los altos y sagrados deberes que tenían para con
              la patria. Haciendo retroceder al tiempo, y como si éste hubiera pasado en
              balde, no sólo renunciaron el abolido principio de las manos muertas, sino
              que restablecieron la amortización religiosa, fundando amortizaciones nuevas,
              que podían ser la base de otras sucesivas, y esto en 1845. Y aun ofrecía, sin
              embargo, el señor ministro de Hacienda presentar a las Cortes un proyecto de
              ley «devolviendo al clero los bienes no vendidos», con lo que se trataba de
              contentar en algo a la corte romana, que exigía más.
                   En vano manifestaba el ministro de Gracia y
              Justicia que se había dado al clero mucho más de lo que para su subsistencia
              necesitaba; el clero quería más, lo quería todo; sus partidarios pedían que
              hasta el gobierno debía dejar su puesto para que le ocuparan los que habían
              sido siempre partidarios de las doctrinas que ahora aceptaba aquel Gabinete
              porque se las imponían. No había participado antes de ellas seguramente, y aun
              observándolas ahora, mucho debió sufrir su dignidad al ver que un obispo, el de
              Canarias, anatematizaba á los compradores y vendedores de bienes nacionales y
              pedía que se leyera en el Parlamento y á la faz del gobierno la exposición de
              aquel prelado, más apegado a los bienes temporales que a los espirituales.
                   El ministerio no pudo demorar más el compromiso
              que ha tiempo contrajera de devolver al clero los bienes no vendidos; y cuando
              en tantas ocasiones se había demostrado vigoroso y fuerte, en ésta fue débil y
              algo más. Precedido de un preámbulo poco digno, en el que decía que «la justicia,
              la conveniencia pública y otras razones de no menos elevada esfera imponían
              al gobierno el deber de devolver los bienes a la iglesia; y que aquellos
              ministros se hablan opuesto a un tiempo, y del modo con que les fue posible, a
              la adopción de unas medidas que reputaban injustas, peligrosas y llenas de
              grandes compromisos y dificultades para el porvenir», con lo cual no demostraron
              ser ni medianos profetas, porque los mismos moderados vieron en breve lo
              injusto, lo peligroso y lo inconveniente de tan impolítica medida, presentóse a las Córtes el 17 de
              Febrero—45—el proyecto de ley para que los bienes del clero secular que quedaban
              por vender, y cuya venta se mandó suspender el 26 de Julio anterior, se
              devolvieran al mismo clero.
               Aunque esta determinación no fuera una exigencia
              de Roma, era consecuente en los que habían calificado la desamortización
              eclesiástica de inicuo despojo; y era una contradicción, que dándose este
              nombre a uno de los actos más importantes de la revolución, unos ministros de
              la misma pretendieran dejar salvos e intactos los derechos de los que habían
              adquirido parte de esos bienes; llamaran violento despojo a la desposesión, a
              la venta, a la propiedad legítima, que en su derecho había ejecutado la revolución,
              y sancionado las leyes. Si al clero se le devolvía lo que era suyo, lo que,
              porque fue una vez suyo, nunca debió dejar de serlo, es evidente que debieron
              devolverse sus bienes enajenados, como los bienes no vendidos. ¿Qué
              razón había para aplicar diferente criterio a una misma cosa? Admitiendo el
              principio que el gobierno establecía de no perjudicar el derecho de los
              compradores, consecuencia natural era que los primeros poseedores debían ser
              restablecidos en su posesión antigua, y los segundos indemnizados: la nación,
              que se confesaba injusta, debía comenzar por reparar las injusticias que
              hubiese cometido. Se proclamaban principios de legalidad y de justicia, y se
              conculcaban esos mismos principios de justicia, y de legalidad. Fuera más
              franco el gobierno, y hubiera sido más exacto estando en su lugar; dijera en
              público, como lo decía particularmente, que Su Santidad se reconciliaría con
              el gobierno español, cuando éste hubiere expedido el decreto de devolución; que
              entonces se enviaría un nuncio, se aprobarían las ventas ejecutadas, y que aun
              aprobado y sancionado este decreto, se detendría para hacer uso de él cuando
              las intenciones de la corte romana se vieran claras. Aquí se confesaba
              paladinamente que no era un principio de inconcusa justicia el que aconsejaba,
              en concepto del gobierno, la devolución; llamárala conveniente para sus fines, oportuna para su existencia, no justa; era más,
              era denigrante para la nación, porque era hacer mucho por Roma, poco por
              España.
               Y no fue sola la devolución de los bienes no
              vendidos del clero secular: suspendióse la venta de
              unos 1.200 conventos, y se dispuso que de «todas las fincas del clero
                secular que llegaran a declararse en quiebra, según las disposiciones
                  vigentes, se diese cuenta a la junta superior de venta de bienes
                    nacionales sin proceder al anuncio de venta en quiebra».
                     Por último, en Junio se publicó la ley de 23 de
              Febrero, decretando 159 millones de reales para la dotación del culto y mantenimiento
              del clero en 1845, y se creó una junta de tres eclesiásticos y dos seglares
              para que entendiera en todo lo relativo a la ejecución de la ley; y como
              algunos querían so entregasen al clero secular los bienes procedentes de
              ermitas, santuarios y cofradías, no se accedió a esta injusta pretensión, porque
              tales bienes no habían pertenecido a aquel clero.
                   
               ASESINATO
              DE MR. DARMON—PREPARATIVOS DE GUERRA CON MARRUECOS—SE AJUSTA LA PAZ
                   CXIII
                   Habiendo excitado Darmón grandes rivalidades de sus compañeros los comerciantes, y entre no pocos
              musulmanes, celosos del gran favor que entre las mujeres alcanzaba, por su
              juventud y costumbres europeas, teníale grande
              enemistad el gobernador Muza, y yendo con él a caballo en cierta ocasión, dos
              árabes que estudiadamente se habían quedado detrás, pasaron a escape por el
              lado de Darmón, y con la facilidad que acostumbran
              aquellos ágiles jinetes, le derribaron de la silla, y enredó uno a la vez su
              albornoz con la escopeta que Darmón llevaba en
              bandolera. Forcejeando con ella el árabe la hizo disparar, y del tiro cayó herido,
              cargaron otros entonces sobre Darmón, le golpearon y
              desbalijaron. Mientras Darmón refería a los cónsules
              de Mazagán el atropello, el gobernador lo participaba
              a su manera al emperador, y a pesar de la oposición de todos los cónsules,
              sustrajo a Darmón del asilo en que se había refugiado
              en casa del vice-cónsul de Cerdeña, y le encerró en
              la cárcel cargado de cadenas; llegó a los pocos días la orden imperial para que
              se le diera muerte; maravillóse el mismo gobernador,
              mostró verdadero interés por él, representó al emperador manifestando la
              calidad de agente consular que reunía Darmón; pero el
              emperador contestó que no la ignoraba, que a él no le tocaba más que obedecer
              ciegamente, y que por lo mismo había dado órdenes por separado y sin su
              conducto para que se quitara inmediatamente la vida al cónsul, lo que ejecutó
              un soldado negro de la guardia, llevándole en una muía al mismo lugar donde fue
              herido el árabe, y allí, volviendo la cabeza la víctima, se encontró
              horrorizado con la boca de la espingarda que le apuntaba, y dando un grito
              cayó herido mortalmente. Aprestábase el verdugo a
              cortarle la cabeza; pero apiadado por los lamentos y suplicas de Darmón que le pedía le rematase antes que intentar aquel
              martirio, volvió a cargar su arma, y poniéndola al corazón puso fin a sus
              tormentos. Ni aún se permitió sepultar el cadáver.
               El bárbaro asesinato del joven Mr. Víctor Darmón, representante de una casa de Marsella y agente
              consular de España y Cerdeña en Mazagán perturbó las
              relaciones que sosteníamos con el imperio marroquí, y a principios de este año
              de 44, se empezó a la vez que por la vía diplomática, a formar una división,
              para exigir por las armas la reparación debida, pensándose en dar el mando de
              las fuerzas al general Prim.
               Procuróse despertar algún tanto el
              patriotismo español; se recordaron antiguas glorias de nuestras armas en las
              costas africanas, teatro de sangrientos combates, producidos unas veces por
              el celo religioso y otras por vengar agravios recibidos; se llegó hasta
              designar las poblaciones que debían conquistarse; mas se tropezó con la falta
              de recursos y de fuerzas, y con la deplorable situación del país. Reforzáronse, sin embargo, las guarniciones de nuestras
              posesiones en África, y se hicieron preparativos, exigidos por el decoro
              nacional, pues se recibieron entonces algunas ofensas de los berberiscos, no
              todas impunes, pues bien las vengó el teniente Trell,
              con fuerza de Melilla, el 11 de Marzo en el combate y apresamiento de un
              cárabo africano.
               Mediaban en tanto negociaciones diplomáticas: el
              imperio marroquí aprestaba sus huestes, armaba sus pequeñas embarcaciones, que
              ejercían sus acostumbrados actos de piratería, y no parecía imponerle la actitud
              que iba tomando Europa, acostumbrado a tenerla tributaria. Francia enviaba muy
              eficaces instrucciones al general Bougeaud,
              gobernador de la Argelia, y bien pertrechados buques de guerra; también España
              envió a Tánger la fragata Cristina y algunos otros barcos; interpúsose Inglaterra como mediadora, interesada como lo
              estaba en el comercio con África: dijo lord Aberdeen, ministro de Negocios
              Extranjeros en la Cámara de los Lores, que «el gobierno de S. M. estaba tan
              convencido de la necesidad que había de evitar toda nueva lucha entre los
              Estados de Europa y África, que a su mediación se debía el que no hubiese
              estallado la guerra entre la Cerdeña y Túnez, y entre España y Marruecos,
              habiendo aceptado estas dos últimas la mediación ofrecida por la Inglaterra
              para terminar satisfactoriamente sus diferencias; creyendo podría conseguir no
              prosiguiesen las rotas hostilidades entre los franceses y marroquíes, y que Abderramán,
              mejor aconsejado, renunciaría a todo proyecto de agresión contra la Francia».
              Pero Abderramán no podía contener el fanatismo de sus súbditos, grandemente
              excitados por Abd-el-kader, en el que miraba un competidor
              a su corona, o más bien le estimulaba para halagar a las masas, no vacilando
              en romper las hostilidades contra Francia, y en proclamar la guerra santa.
               Y el gobierno español seguía en tanto indolentes
              negociaciones, cuando pudo haberse apoderado, o intentado apoderarse de algún
              puerto marroquí, y ocupar sobre el estrecho del Océano Atlántico los puntos más
              favorables al comercio y a la navegación; esto era lo que el patriotismo
              exigía, no contentarse con ir enviando algunas compañías a nuestras posesiones
              africanas: arreció el peligro, como era consiguiente, se alistaron más fuerzas, y pudimos tener
                una escuadrilla delante de Tánger, donde ya había buques de toda Europa a
                  los que se guarecieron los naturales de cada nación que habitaban en Tánger,
                  temiendo el bombardeo que al fin efectuó el príncipe de Joinville el 6 de Agosto,
Isly, apresuró al emperador a ajustar la paz con los franceses.
                   Pocos días antes la había ajustado con España,
              accediéndose a que fuera castigado el agente moro que asesinó a nuestro cónsul;
              indemnización por los actos de piratería cometidos en la costa; recobrar y aun
              adelantar nuestro territorio en el campo de Ceuta, y saludar al pabellón
              nacional.
                   Las fronteras de Ceuta, según el tratado de
              Larache de 6 de Mayo de 1845 (28 Kabeat Etsani, 1261 de la Hégira) se restituyeron al estado en que
              se hallaban antiguamente, y se expresan en él.
               
               FILIPINAS—APOLINARIO
              DE LA CRUZ Y LA COFRADÍA DE SAN JOSÉ—REBELIÓN EMANCIPADORA
                   CXIV
                   
               Tiempo hacía que en el archipiélago filipino,
              dividido en 31 provincias dependientes de Manila, residencia de las principales
              autoridades, poblado con más de cinco millones de habitantes, inclusos unos
              2,000 europeos, bastantes chinos y de otros países, atraídos por el cebo del
              comercio, y muchos mestizos procedentes de la mezcla de todas estas razas, se
              reflejaban las oscilaciones políticas de la madre patria,
                   Apolinario de la Cruz, donado de San Juan de Dios,
              inquieto, sagaz, con resolución, y fé en sus
              empresas, sabiendo inspirarla a los demás, verboso y diestro para conservar su
              superioridad sobre sus secuaces, aparentando virtud y austeridad en el cumplimiento
              de sus deberes, formó en 1832 una asociación titulada Cofradía de San José, con
              indígenas y gente del pueblo bajo, como la más fácil de seducir; siendo el
              objeto aparente rendir culto al Santo. Llamábanse hermanos los individuos de la asociación, se reunían por las noches, rezaban y
              se leían a manera de edictos las órdenes del fundador y director Apolinario,
              contribuyendo cada uno a los gastos de la corporación, con juramento de
              obediencia ciega y pasiva a la voluntad de aquél. Sabedor de esto el arzobispo
              de Manila, expulsó a Cruz del convento, y puso coto a sus demasías; pero
              desplegó en la provincia de Tayabas su genio catequista,
              le extendió a otros puntos, y aun a Manila; tomó ya parte en este asunto el
              capitán general Oráa en 1841, empezó a perseguirles,
              de acuerdo con las autoridades eclesiásticas, habiéndose distinguido antes el
              celoso párroco de Luchan en extinguir aquella sociedad, que no tenía otro fin
              que la emancipación de los indios, declarándose Apolinario rey de los
              Tagalos; se prendió a algunos de los afiliados. Apolinario se dirigió a la
              provincia de Tayabas, reunió en Izaban 6.000
              personas de ambos sexos, armadas con fusiles, lanzas, flechas y campilanes;
              acudió a apagar aquel incendio el gobernador Ortega con 150 hombres que
              llevaban 50 fusiles y tres falconetes; exhortó a los rebeldes el virtuoso e
              ilustrado fray Antonio de Mateo, sin ser atendido, ni las palabras de paz y
              perdón del gobernador, quien inspirado por el valor más que por la prudencia,
              se lanzó en medio de los enemigos, y al caer herido y prisionero se desbandó su
              gente, abandonando las tres piezas. Los piadosos cofrades inmolaron
              inhumanamente a Ortega.
               El suceso era grave por sí y por las consecuencias,
              y Oráa envió inmediatamente una pequeña columba y cuatro falúas con  doble tripulación del puerto de Cavite, poniendo
              al frente de las fuerzas al teniente coronel de caballería don Joaquín Huet, que había demostrado su valor en los campos de Navarra:
              mandó a González con más fuerzas de Batangas para operar, nombró a Vital gobernador
              de Tabayas, y adoptó cuantas providencias le sugirió
              su celo.
               Engreídos los sublevados con su triunfo, desoyeron
              las ofertas de indulto de Huet: aumentada su gente, y
              con el auxilio de 200 flecheros negros, se parapetaron sobre la falda del monte Banajaó, apoyados sus flancos en dos riachuelos,
              defendido el frente con empalizadas y en batería los tres cañoncitos,
              apresados, que rompieron el fuego al aproximarse la tropa de Huet, la cual, arrostrando la muerte se lanzó valerosa al
              combate: chocaron con violencia, sostúvose tres
              horas una lucha desordenada y feroz, huyendo al fin vencidos los insurgentes,
              dejando en poder de los vencedores las tres piezas y 314 mujeres, muchas de
              ellas heridas. Apolinario de la Cruz y su segundo Purgatorio, buscaron su
              salvación en la fuga; mas fue preso el primero por la justicia de Sariaya y fusilado a los dos días en Tayabas,
              quedando con su muerte extinguida la archicofradía de San José.
               Por las declaraciones de éste se prendió a algunas
              personas en Manila; se encomendó su proceso, como juez instructor, a don Tomás
              Quintanar, ministro decano, y se publicó un indulto para que a él se acogieran
              los seducidos, como lo verificaron 1.400.
                   La conducta de Oráa en
              estos acontecimientos, merecía otra recompensa que la del relevo del mando, al
              que no contribuyeron poco los agentes que los enemigos de España tenían en
              Madrid.
                   
               REBELIÓN
              MILITAR EN MALATE
                   CXV
                   El fin de Apolinario no fue el de su causa, que
              aun tenía ocultos partidarios la emancipación de las islas, que promovieron en
              Enero de 1843 la insurrección en que se declararon las tropas acuarteladas en
              el arrabal de Malate, en Manila, contando afiliados en casi todos los cuerpos
              que guarnecían la capital, excepto en el del Infante. Acaudillados los
              sediciosos por el sargento indígena Samaniego, se apoderaron de la ciudadela de
              Santiago, protegiéndoles la guardia del regimiento del Príncipe que cubría
              este punto; apagaron las lámparas de las cuadras, hirieron y mataron a los
              oficiales que estaban de servicio, se dirigieron por la playa al foso y
              compuertas inmediatas al malecón de la izquierda del río Pasig,
              les arrojó el centinela una escala de caña, por la que subió Samaniego y 80
              hombres; y los 45 de la guardia, seducidos por el sargento Juan Práxedes,
              asesinaron a los oficiales y se unieron a la sedición, que adquirió el punto
              más fuerte de Manila y un gran centro de defensa.
               En grande apuro puso este suceso a las
              autoridades, por la topografía de la ciudad y situación de los sublevados; pero
              acudieron solícitas al remedio; dictó Oráa las más
              acertadas disposiciones, bien secundadas por sus subalternos; ocupó activo el
              comandante Iparraguirre el cuartel de Malate, donde comenzó la insurrección, y
              después de haber rechazado los rebeldes el perdón con que se les brindó, al
              despuntar la aurora del 21 anunció el estampido del cañón el principio de la
              lucha; se traba cruenta, excitan los rebeldes a los indígenas a tomar parte en
              la rebelión, prometiéndoles que pronto tendrían un rey indio; no se les unen;
              se defienden aquellos con desesperación, y despreciando la vida 40 artilleros,
              dirigidos por el ayudante Jáuregui, los dos sargentos Sánchez y el cadete Ordovas, se lanzaron a la bayoneta sobre el baluarte de San
              Miguel, desalojaron a sus defensores, y se enseñorearon de él y del de San
              Francisco. Replegáronse los vencidos al baluarte de
              Santa Bárbara, decididos a morir antes que rendirse, cuando un súbito y
              aterrador estampido llenó el espacio de humo, anunció la voladura del repuesto
              de municiones, e introdujo la confusión entre los insurrectos. A poco el
              teniente Rey y el brigadier La Iglesia con tropas del Infante, Asia y Príncipe,
              y algunos paisanos españoles, cuya lealtad llevaba al peligro, penetraban a
              paso de carga por la puerta del baluarte, cuyos defensores, sobrecogidos por
              el incendio, que impulsado por el viento elevaba sus gigantescos brazos hacia
              el otro baluarte, y acosados por las tropas, se descolgaron por la muralla. Persiguióles la caballería, apostada en la playa de Santa
              Lucía; hizo 22 prisioneros y 29 el capitán del puerto, con buen número
              de paisanos por sospechas, áaquienes se dio pocos
              días después libertad por inocentes.
               Exterminada la rebelión, quedaba un gran peligro,
              que amenazaba a la mayor y más rica parte de la capital. El incendio de Santa
              Bárbara se aproximaba al gran almacén de pólvora. Trabajaban los ingenieros en
              la extinción de aquel cuando los soldados del Infante que tantas pruebas
              habían dado de lealtad y valor, subieron al sitio del incendio, arrostrando un
              riesgo inminente, y tales y tan activos servicios prestaron que extinguieron
              el fuego.
                   Constituida una comisión militar para averiguar
              las causas de la rebelión y juzgar a los presos, se comprendió que era una consecuencia
              de la de Tayabas, por ser naturales de aquella
              provincia y de la Laguna casi todos los individuos del regimiento sublevado, y
              se supo que un sujeto titulado auxiliador, cabeza del movimiento y futuro rey
              de los indios, había repartido dinero á la tropa y ofrecido a Samaniego 5.000
              pesos y el empleo que eligiese, con otras grandes promesas a sus compañeros
              de armas, si cuando su regimiento guarneciese la fortaleza de Santiago, se
              apoderaba de él, establecía allí el núcleo de la sedición, tomaba Manila y
              capturaba a las autoridades, en cuya empresa le protegerían grandes cuadrillas
              de Tulisanes (ladrones) procedentes de los montes de
              San Mateo. Prendióse a varios paisanos, iniciado
              alguno de ellos en casi todas las conspiraciones que se habían urdido en Manila
              desde 1820, y terminada el 6 de Febrero la causa, fueron sentenciados 81 a la
              pena de muerte en garrote vil, cuya pena, por falta de aparatos, se conmutó en
              la de ser fusilados, como lo fueron en los días 9 y 11; a los sargentos
              Samaniego y Práxedes debía cortar el verdugo la mano derecha antes de ir al
              garrote; así se hizo con el primero, y al irse a notificar la sentencia a
              Práxedes, el fiscal don Nicolás Enrile solicitó se
              suspendiese la ejecución hasta evacuar varias citas y careos de la mayor
              importancia, accediendo Oráa a ello, aunque
              previniendo que terminadas las diligencias, se le diese inmediatamente
              conocimiento para ejecutar la sentencia. Cesó en su mando antes que esto
              sucediese.
               
 CAPITANES GENERALES DE
              FILIPINAS
                   CXVI
                   La separación de multitud de oficiales de la
              guarnición de las islas, casi todos casados y con familia, y las no muy acertadas
              disposiciones que se tomaban en Madrid sobre los asuntos de aquella apartada
              región, si no producían conflictos como los que acabamos de reseñar,
              ocasionaban profundo disgusto en todas las clases, y justas alarmas.
                   Reemplazado Oráa por el
              general Alcalá, llegó éste en bien deplorable estado a Manila el 9 de Junio de
              1843, tomando á los tres días un mando que ejerció poco más de un
              año, reemplazándole el general Clavería.
               El digno comportamiento de Alcalá, no era bastante
              para conservar a aquella autoridad celosa; bastaba que hubiera sido puesto por
              Espartero. Esto no pudo menos de disgustarle grandemente, y en cuanto recibió
              la orden de su relevo y vio que los señores Apodaca y D’Olaverriague iban ganando horas a reclamar sus respectivos mandos para anticiparse algunos
              días al nuevo capitán general, entregó la comandancia de marina y del apostadero al
                brigadier Bocalan: al dar parte de esto decía: «No
                hay género de sacrificio que yo no esté dispuesto a hacer, cuando el servicio
                de la nación lo requiere, y no es en verdad el más pequeño de los que he hecho
                en el discurso de mi vida, el de conservar un momento el mando superior de
                estas islas después de tan bochornoso despojo: bochornoso he dicho, y no para
                quien, porque me lisonjeo de que la inmensa mayoría de la gente pensadora del
                país, cualquiera que sea su origen y color, hace la debida justicia a mí y al
                ministerio que acaba de poner la renta que sostiene en su mayor parte las
                obligaciones de estas cajas, en manos de uno de los sujetos más generalmente
                desacreditados en Filipinas, por ser pariente muy cercano del presidente del
                Consejo de ministros. Dios, etc.—Manila 1.° de Junio de 1844. —Excmo. señor. —
                Francisco Alcalá.—Excelentísimo señor Secretario de Estado y del despacho de
                la guerra».
                   En vista de esta comunicación se mandó que
              inmediatamente que el general Alcalá se presentara en la Península, se le
              arrestara y formara causa con arreglo a ordenanza, por la manera insubordinada e
              irreverente con que se expresaba; pero avisado al llegar a Malta, pudo eludir
              el arresto marchando a Francia.
                   Bien recibido el general Clavería, fue aplaudida
              su alocución al pueblo filipino, al encargarse del mando el 16 de Julio del 1844, así como su determinación de deponer al
                intendente D’Olaverriague y Blanco.
                   «Filipinos: La reina nuestra señora doña Isabel
              II luego que ha sido declarada mayor de edad y empezado a regir la nación, se
              ha acordado de vosotros y me envía para gobernaros con arreglo a las leyes. Las
              instrucciones que se ha servido darme y sus primeras reales disposiciones,
              todas tienden a vuestro bien, por que S. M. os ama como a todos sus súbditos:
              todos tienen igual acogida y protección bajo su real trono; y yo, intérprete
              fiel de los sentimientos de S. M., no omitiré medios de llenarlos
              cumplidamente. Mis trabajos v desvelos serán por vosotros y para vosotros, en
              honor de la patria y de la reina.
                 ¡Filipinos! Si pudieseis echar una ojeada sobre el
              resto del globo; si comparaseis la fertilidad de vuestras amenas campiñas con
              tantas otras que apenas pueden hacer fructificar el sudor del hombre; la
              tranquilidad que gozáis con las turbulencias políticas de otros Estados; la
              calma de vuestras conciencias, guiadas por la santidad de nuestra religión, con
              la agitación de las que apenas conocen frenos; y últimamente, si os cercioraseis
              de que sois el pueblo del mundo civilizado que menos contribuciones paga para
              cubrir las cargas del Estado de que depende, conoceríais toda la felicidad que
              disfrutáis. Mas aún pueden aumentarse si os dedicáis a adquirir mayor suma de
              bienes con vuestro trabajo. De vosotros depende sólo: os convida este
              privilegiado suelo; S. M. os estimula quitando trabas al desarrollo de vuestra
              industria, al fomento de vuestra agricultura, a la generalización del
              comercio. Recientes determinaciones os lo prueban, y otras seguirán
              igualmente favorables.
                   Ea, pues, filipinos,
              entregaos activa y decididamente a trabajos productivos; sed fieles y
              obedientes al gobierno de la angélica reina que el cielo nos ha dado, y veréis
              crecer vuestros hijos al abrigo de las leyes protectoras que os rigen. Ya el
              digno general a quien relevo ha empezado a abrir las fuentes de la prosperidad
              del país; yo continuaré su obra, y me contemplaré feliz si al cesar mi
              administración he podido llenar mis deseos, marchando a manifestar a los pies
              del trono, que he dejado las Filipinas ricas, florecientes y tranquilas.
                   Manila 16 de Julio de 1844. —Narciso Claveria».
                   
               ISLADE CUBA —VALDÉS Y O’DONNELL 
               CXVII
               AL de la isla de Cuba el honrado don Jerónimo
              Valdés, desde el 18 de Marzo de 1841 hasta el 15 de
              Setiembre de 1843, en que entregó el mando al comandante general del
              apostadero, Ulloa, mientras llegaba el general O’Donnell, dejó gratos recuerdos en todos por su benignidad y
                justificación; mejoró el trato de la raza negra, lo que no pudo conseguir
                Floridablanca; rehusó participar de las exorbitantes ganancias que sus
                antecesores habían reportado siempre del tráfico de esclavos, muy disminuido
                durante su mando; dio completa libertad A muchos, y su comportamiento E
                integridad mereció públicos elogios del gobierno inglés, y los aplausos de la
                Cámara, A pesar de lo que contrarió las altivas exigencias de Inglaterra,
                especialmente la de la pesquisa para averiguar el número de esclavos que se
                hubiese introducido contra el tenor de los tratados. Sin embargo de este
                proceder notorio, es relevado para satisfacer exigencias políticas, y se
                declaraba que el gobierno «no ha podido menos de penetrarse, de que así sus
                principios como sus providencias... justificaban el público concepto que dicho
                general ha merecido en todas épocas por su conducta leal y patriótica, y
                demuestran a la vez de un modo terminante que ha comprendido en toda su
                extensión el estado especial y crítico de nuestras posesiones ultramarinas, y
                los medios que en circunstancias difíciles, como las que atravesamos, se deben
                emplear para evitar toda especie de novedades y cambios que pudieran
                conducirlas a su última ruina... que estaba plenamente satisfecho de la conducta
                  observada, siendo de consiguiente de su aprobación, todas las medidas que con
                  tanta previsión y acierto había dictado para asegurar la posesión, el orden y
                  la tranquilidad en el distrito que estaba confiado a su cargo, y que como una
                  prueba del aprecio que le merecía un comportamiento tan señalado y patriótico,
                  a más de darle las gracias en nombre de S. M., quedasen archivadas en aquella
                  capitanía general ambas comunicaciones—dos de Valdés, a las que se contestaba—para
                  que si, contra lo que es de esperar, volvieran a ocurrir casos semejantes,
                  trazaran a sus sucesores la marcha que habían de seguir».
                   Repuesto también el conde de Villanueva en la
              intendencia de la Habana, indiscretos amigos alentaron demostraciones desusadas
              en Cuba, ofensivas a la metrópoli, y miradas con gran disgusto por el comercio
              de la isla.
                   En 20 de Noviembre se encargó don Leopoldo
              O’Donnell del mando de la Isla, y al leer las prevenciones qué le dejó Valdés,
              comprendió lo que importaba observarlas. En ellas veía lo obligado que estaba
              como autoridad superior, a impedir que se reflejasen allí las conmociones
              políticas de la metrópoli; a tener en prudente y no excesiva sujeción a la
              prensa política, concediendo amplitud a la literaria e instructiva, a conservar
              el ejército subordinado y con buenos jefes obedientes al poder, siempre
              concentrado para evitar peligrosas intrusiones; a vigilar la instrucción
              pública, impidiendo se convirtiese en dañosa, para lo cual debía contener la
              tendencia, ya manifestada, en personas de patriotismo dudoso, así en la universidad
              como en los colegios particulares; y a no dejar de tener presente que en la
              Isla no todos eran buenos españoles, pues en los hijos del país los había
              capaces de todo sacrificio por la emancipación, de quienes debía librarse con
              grande astucia la autoridad, porque ellos pondrían en acción hasta los medios
              más inverosímiles para envolverla y ganar terreno en el camino de sus propósitos.
              Tales eran en sustancia las instrucciones que firmó Valdés el 18 de Setiembre
              de 1843, tan estimadas por O’Donnell, que comprendió desde luego que tenía que
              hacer frente a los enemigos de la integridad española que hacían circular
              clandestinamente impresos subversivos, confeccionados en Madrid y en los
              Estados Unidos.
                   Eran los precursores de las sublevaciones que se
              fraguaban, habiéndose manifestado antes conatos en el ingenio de Arratia, partido Macuriges, y en el de Lagunillas en el cafetal
              Perseverancia, impidiéndose la realización de algunos planes con la prisión
              del mulato libre José Mitchel, protegido del famoso inglés Turnbull, del negro
              Zamorano y de oíros, cuya sentencia de muerte firmó don Narciso López que la
              sufrió después por la misma causa; mas no aquellos, que les fue permutada por
              la de presidio.
               
               INSURRECCIÓN
              NEGRERA
                   CXVIII
                   A algunas leguas de Matanzas, en el ingenio
              Triunvirato, se sublevaron los negros en los primeros días de Noviembre (1843);
              recorrieron las fincas el Acana, la Concepción, San
              Miguel y San Lorenzo aclamando «muerte, fuego y libertad», cumpliendo perfectamente
              las dos primeras palabras, y aumentando sus filas con individuos de las dotaciones
              de dichos ingenios: perseguidos, alcanzados en la mañana del 6 en las fábricas
              y batey de San Rafael, de don Felipe Mena, y a pesar de la resistencia que opusieron,
              les derrotó la partida de lanceros del Rey y varios paisanos, causándoles 50
              muertos, 07 prisioneros y dispersando a los demás por los montes y
              cañaverales, paro ser capturados después.
               Culpóse de esta insurrección a
              los maquinistas ingleses de los ingenios; y ya fueran estas u otras causas, no
              escaseaban las víctimas que por su culpa inmolaban los consejos de guerra.
              Pero los negros no aparecían ni batidos, ni sumisos; y este hecho, unido a lo
              reciente que aun estaba el escarmiento de Bemba, hacía más temido el nuevo
              acontecimiento, sospechándose la existencia de algún vasto plan, que
              demostraron los negros de algunos ingenios limítrofes a los del último
              alzamiento, negándose a trabajar porque eran libres; descubriéndose que una
              cuadrilla de cimarrones, capitaneados por el valiente y entendido negro José
              Dolores, pretendía libertar los esclavos del ingenio Alcancía, presos a
              consecuencia del motín de Bemba, sublevados en Marzo anterior, incendiando
              cañaverales y matando a algunos blancos, y averiguándose que se proyectaba un
              alzamiento en masa desde el partido de Ceiba-Mocha hasta el de Cimarrones, una
              extensión de 17 a 18 leguas de E. a O. y de 10 a 12 de N. a S., que comprende
              todas las grandes fincas de la parte oriental de la Habana, lo más poblado de
              negros de la decidida y belicosa raza de Cucumi, y lo
              más despoblado de blancos y desprovisto de todo medio de defensa. En este plan
              entraban criollos y algunos libres. Descubierta la conspiración por una negra,
              se condenó a los que aparecían más culpables al último suplicio.
               Nuevas y poderosas sublevaciones en Matanzas
              llevaron la desolación por ambas Sagüas hasta Puerto-Principe; y fortuna fue que se descubriera una vastísima
              conspiración que debiera estallar el jueves o sábado santo, para constituir la
              república: en la Habana crecía la desconfianza y se aumentaba el temor por los
              descubrimientos de cada día, que presentaban vastísima la conspiración de los
              negros, que abarcaba a toda la isla. Castigábase horriblemente a los que se descubría, se quemaba a algunos después de
              fusilados, lo cual era un lujo de crueldad que no imponía; pues los negros del
              ingenio de Quevedo debieron levantarse el 11 de Febrero, lo cual impidió la
              inesperada llegada de algunos blancos, descubrióse el
              plan casualmente, le confesaron, y que su intento era matar a los blancos y
              llevarlo todo a sangre y fuego, y al preguntarles que donde habían formado el
              plan, contestaron que en la Sabanilla, al presenciar la ejecución de sus compañeros.
               Los cubanos se quejaban de que no se previniesen
              estos males con los grandes medios de que las autoridades disponían, pues, no bastaba
              sólo con fusilar; y no pocos se lamentaban de que siendo los negros los enemigos
              de los blancos, se permitiera la entrada de repetidos y grandes cargamentos de
              aquellos, faltando a los tratados; dándose el caso, raro por cierto basta
              entonces, de que un solo bergantín condujera 1.130 negros, y esto cuando más
              importaba el aumento de la población blanca, por la que todos clamaban para el
              fomento y aun conservación de aquel país, aun cuando también se hallaron blancos
              complicados en la conspiración; pero eran los menos, por ser los principales
              agentes libertos de color. Así que no se conspiraba por la abolición de la
              esclavitud, sino por la independencia de Cuba, para hacerla republicana, y
              dependiente después de otra nación. Sobre 200.000 libertos existían a la sazón
              en la isla, y de éstos y de todas las clases estaban en casi su totalidad
              complicados en la conspiración de Matanzas, en la que apareció como el
              principal agente el ex-cónsul inglés Mr. David
              Turnbull, que no dejó en el país los más gratos recuerdos. Llegaron a ser las cárceles insuficientes para tanto preso, a pesar de la
              actividad con que obraban algunas comisiones militares; empezaron a hacerse
              ejecuciones, y en Güines se descubrió una nueva conspiración para salvar á los
              compañeros presos en Matanzas, para lo cual había que tomar antes aquella
              plaza.
               Entre las once ejecuciones verificadas en Matanzas
              el 28 de Junio, fue dolorosa la del joven Gabriel de la Concepción Valdés, conocido
              por Plácido, de brillante imaginación, poeta, y tan querido y apreciado de los
              principales jóvenes de la Habana, que le compraron su libertad.
                   La conspiración se componía al principio de dos
              partidos; el primero de la clase de pardos con el objeto de arrancar algunas concesiones que mejorasen
                la condición social de los libertos de esta especie, apoyándose en los negros
                cuya esclavitud se abolía y el segundo de individuos de estos mismos, cuya raza
                libre calculó no tenerle cuenta la conspiración en los términos que se
                indicaba, pues no mejoraban en posición, y sí únicamente la clase de pardos y
                la de negros esclavos. Se concilian ambos partidos, y se resuelven a un
                proyecto de insurrección de sangre y exterminio de todos los blancos,
                habiéndose decidido a adoptar tal temperamento el partido moderado de la clase
                de pardos, por haber meditado no podían contrarrestar el furioso y exaltado de
                los negros, por ser este muy superior en fuerzas. Aprestáronse,
                pues, a lo más exagerado, y en breve tiempo eran millares los afiliados; contando,
                según las declaraciones que obran en el proceso, con la ayuda y protección de
                fuerzas extranjeras, que al sentir de los mismos conspiradores y según las
                promesas que les hicieron los agentes de Turnbull, debían introducirse por
                distintos puntos del litoral, tan pronto como hubiera comenzado la revolución,
                cuyo rompimiento en la ciudad, se verificaría cuando estuviesen próximas a
                ella las inmensas negradas del campo, y se incendiase la gran casa de madera
                del licenciado don Antonio María Lazcano.
                   Una negra y el sargento de morenos Erice, que se
              suicidó después, descubrieron aquella vasta conspiración, que tantas desgracias
              produjo, fusilándose a poco a otros en el distrito de Alacranes y en la
              jurisdicción de Cimarrones.
                   La causa de la libertad de los esclavos y la de
              Cuba, tenía ya sus mártires: funesto precedente.
                   Los castigos, sin embargo, sirvieron de
              escarmiento, se contuvieron las conspiraciones y se trató de hacer propaganda
              por diferentes medios.
                   
               
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